Apareció por la puerta y cuando nos vio se le iluminó la cara como si hubiere visto en un instante a cien mariposas de colores (Como si el cansancio inmenso -que le debe minar la espalda o picársela como un picapiedras-, no existiera).

El Papa, ese hombre que no para de atender a la gente, de sonreír, más allá de todas las sonrisas posibles. ¿Cuántas sonrisas diarias? Y todas animadas, honestas, desde el alma. ¿Alguien puede imaginar cuantas veces sonríe por día? Yaco, mi hijo, el que reparte rosarios, me dice al verlo: “Mami, le debe doler un montón la cara de tanto sonreír”.

Y nos atendió y abrazó. Nos miró y bendijo, como si recién empezara el día, posó para las fotos con el cartel. Me preguntó qué estaba haciendo, cuando en realidad hace años que sabe lo que hago, pero la pregunta fue el gesto de un amigo que muestra interés, para que yo sintiera que le importo, que le importamos. ¡Todos le importamos al Vicario de Cristo!
 

Hablamos un rato, bromeamos más y se fue despacio, como si sus pies no pisaran los mosaicos de Santa Marta. El Padre Jorge, el Papa, es quien se iba despacio rumbo a su habitación.

¿Qué sentí? Creo fue la primera vez en tantas veces de haber venido, que pude dimensionar la entrega a los demás, por amor a Jesús, del Papa.

Reflexioné luego, para mis adentros y sentí vergüenza por las veces que dije a lo largo de estos años que estaba cansada. Por las veces que me guardé un poco de mis fuerzas para mí. ¿Para qué me las guardé? Por las veces que me acobardé ante algo, aunque quizás después corrí a enmendar lo que no hice. Por las veces que quizás no tendí una mano a tiempo, ¿para qué me guardé la mano? Por las veces que dije “estoy complicada de tiempos no voy a poder ir a participar en la jornada”.

¿Para qué guardarme? ¡Dios!, ¿Por qué dudé? ¿Qué no hice y pude hacer? Miles y miles de niños mueren a diario torturados, violados, mutilados por los grupos mafiosos, miles y miles de mujeres y hombres que no pueden escapar del horror y fallecen lejos de sus familias, lejos de todo vínculo de amor, lejos de toda caricia, de todo acto de misericordia.

No es justo y no es humano. Y yo hago tan poco para cambiar esto. ¿Por qué no gastar mi vida en el amor?


Un abrazo enorme a cada uno


 
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