El pasado martes 12 de enero en Roma, durante la presentación del libro-entrevista a Papa Francisco titulado “El nombre de Dios es misericordia”, ocurrió un emotivo y vital momento, que muchos medios de comunicación pasaron por alto, pero que fue registrado por TV2000 de Italia.
Como parte de la presentación de la obra, ante el mundo daba su testimonio de la misericordia de Dios un joven privado de libertad. Zhang Agustín Jianqing, emigrante venido de China, nacido budista, perdido en la violencia extrema que le llevó a la cárcel, renacería desde el dolor.
Estas fueron sus palabras...
“Me llamo Zhang Agustín Jianqing, tengo 30 años y vengo de China, más concretamente de Zhe Jiang. Puede parecer un poco raro que un chino lleve el nombre de Agustín, pero más adelante entenderán por qué.
Mi familia, de tradición budista, son buenas personas que en su vida siempre se han portado bien y han trabajado mucho, tanto en China como en Italia. En 1997, a los 12 años de edad, llegué a Italia con mi padre; mi madre ya llevaba dos años aquí. Han pasado 18 años desde aquel 1997 y la mayoría de ellos los he vivido en la cárcel, donde todavía sigo.
Al llegar a Italia estudié durante un par de años, pero en clase me aburría, así es que me escapaba de la escuela sin que lo supieran mis padres. Cada vez me portaba peor, peleando con mis padres porque no me daban dinero para divertirme. A los 16 años les inventé la historia de que había encontrado un trabajo lejos de casa, para poder pasar las noches en la discoteca. Solo me interesaba divertirme y sentirme poderoso. Así, en poco tiempo adopté un carácter violento y superficial; solo me interesaba el dinero y las chicas.
El dolor por el pecado cometido, purifica
El poder sanador de la compasión
En 2007 me trasladaron a la cárcel de Padua. La primera persona que encontré allí fue un paisano mío, Je Wu, que me enseñó a trabajar allí en la cárcel, estuvo a mi lado y me ayudó. Después de unos meses, ya sabía ensamblar cajas para joyas, después fueron maletas. Mi amigo Wu era una persona alegre y un día decidió hacerse cristiano y bautizarse. Yo observaba lo contento que volvía con los amigos cuando iban a misa y decidí ir yo también allí.
Confrontando la fe de los padres
Poco a poco escuchando las palabras del Evangelio y los cantos, fue naciendo en mí una alegría que nunca había sentido… tanto que no veía la hora de que llegara el domingo. Pero como este deseo lo tenía todos los días, decidí participar con algunos amigos presos y de la cooperativa donde trabajábamos en un momento semanal de oración… Todo esto despertó en mí el deseo de hacerme cristiano. Pero este anhelo chocaba con la preocupación de no provocar otro gran dolor a mi familia, especialmente a mi madre, budista practicante. Por eso viví durante un tiempo este drama sin saber qué era lo más adecuado. Pedí consejo a mis amigos y al buen Dios, sobre cuál era el camino adecuado para mí y para mi familia.
Enamorado de Jesús
Recé para que el Señor me perdonara. Al terminar, salí de la capilla y de pronto me di cuenta de que en mi corazón, arrepentido, lloraba porque no había ido a besar a Jesús en la cruz. En el dolor de ese momento entendí que me había enamorado de Jesús, que esto era verdadero y que ya no podía dejarlo. Así que me llené de valor y llamé a mi familia para pedirles que vinieran lo antes posible a la cárcel a hablar conmigo. Al día siguiente mi madre vino a verme y le conté lo que me había pasado el día anterior, diciéndole que ya no podía esconder más mi amor por Jesús. Le pregunté si me dejaba ser cristiano y bautizarme.
Ante estas palabras, mi madre se quedó como cinco minutos inmóvil, que me parecieron los más largos de mi vida, hasta que con lágrimas en los ojos me dijo: «Si tú crees que esto es adecuado para ti, hazlo, porque si no yo sufriría más». Dicho esto, los dos rompimos a llorar como niños y nos abrazamos. Sentí la presencia del Señor y descubrí un nuevo amor en mi madre, como el de María.
Al amparo de San Agustín y santa Mónica
Gildo el voluntario que se compadeció de mí en la cárcel de Belluno fue mi padrino de Bautismo. Al bautizarme tomé el nombre de Zhang Agustín. En la historia de san Agustín me conmueve especialmente su madre, santa Mónica, por todas las lágrimas que derramó por él, esperando recuperar al hijo perdido. Era un poco como yo, pensando en mi madre y el río de lágrimas que derramó por mí, esperando que yo pudiera retomar el sentido de mi vida.”