Como sacramento, el del Orden Sacerdotal confiere y sella para siempre en el varón que lo recibe, una identidad insustituible (para la salvación de la humanidad): representa a Cristo, es Su ministro ante los fieles y –aunque se encuentre en pecado- es canal de las gracias de Dios al ofrecer los sacramentos, en particular la Eucaristía.
Con arraigo en lo dicho por Jesús según refieren los evangelios, en la doctrina de la Iglesia y el testimonio de la Tradición, es correcto afirmar que el sacerdocio ministerial es inseparable de la Eucaristía. Asimismo los adoradores por excelencia de Dios –presencia real de Cristo en la Eucaristía-, son los sacerdotes. Así lo cree Monseñor Felipe Bacarreza, Obispo de la diócesis Santa María de los Ángeles de Chile, quien confidencia en esta entrevista de publicación autorizada (fuente: www.adoracioneucaristica.cl), el por qué de su amor devoto y confianza en las gracias que atrae la Adoración Eucarística…
Monseñor, su Diócesis es la que ha tenido en Chile en los últimos cinco años, el más alto número de candidatos al sacerdocio diocesano, en relación al número de católicos. ¿Cómo explica este hecho?
La Diócesis de Santa María de Los Ángeles ha mantenido en los últimos cinco años entre 12 y 15 seminaristas mayores en el Seminario de Concepción. Este año 2015 tenemos 15. Si se considera que el número de católicos bordea los 220.000, tenemos un índice de seminaristas mayores por millón de católicos de 68,2, que es el más alto de Chile. (El censo del 2012 nos entrega el porcentaje de católicos sólo entre los mayores de 15 años: 66%. Este porcentaje se extrapola aplicándolo a la población total, que es de 326.980 y arroja 215.807 católicos). Pero estamos todavía muy lejos de tener el número suficiente de seminaristas que permita en el futuro satisfacer las necesidades pastorales.
Desde mi llegada a la Diócesis he tenido la promoción vocacional como una de las cinco prioridades pastorales. Es prioritario, porque, aunque tenemos todas las Parroquias provistas, todavía hay muchos lugares donde el pastor no llega más que una vez al mes y los fieles todavía están «como ovejas sin pastor». Hay una relación esencial entre la Eucaristía y el sacerdocio, porque sin el sacerdocio no existe la Eucaristía. Pero también es verdad que sin la Eucaristía no existiría el sacerdocio. El sacerdote existe en primer lugar en orden a la Eucaristía. Por eso, es claro que donde se promueve la adoración eucarística surgen más vocaciones al sacerdocio. Por otro lado, la única recomendación vocacional que Jesús nos dio es la oración: «Oren al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies» (Mt 9,38), y en estas capillas una de las intenciones permanentes es el aumento de las vocaciones al sacerdocio. Yo atribuyo el número de seminaristas a las Capillas de adoración al Santísimo Sacramento.
Quizás algunos lectores desconozcan este don confiado a la Iglesia... ¿Qué es la Adoración Eucarística?
La adoración es la actitud de amor, admiración, veneración, gozo, alabanza y profunda humildad que surge en la criatura racional (el ser humano y los ángeles) cuando reconoce su total dependencia respecto de su Creador. Por eso la adoración se debe sólo a Dios. El Catecismo nos dice cuál es el resultado de la adoración: «Reconocer esta dependencia completa con respecto al Creador es fuente de sabiduría y de libertad, de gozo y de confianza» (N. 301).
En la Hostia santa está realmente presente Jesucristo, significado por la apariencia del pan. La sustancia, es decir, la realidad, es Jesucristo vivo y glorioso, tal como está ahora en el cielo, con su cuerpo, sangre, alma y divinidad. Del pan permanece sólo la apariencia (los accidentes). Adoramos la Eucaristía, porque creemos que es Jesucristo, real y sustancialmente presente, a quien confesamos como verdadero Dios y verdadero hombre. La adoración eucarística es una actitud de fe. Es necesario creer en la palabra de Cristo: «Esto es mi cuerpo» (Mt 26,26; Mc 14,22; Lc 22,19). Cuatro de los cinco sentidos, que son los medios que tiene el ser humano para conocer la realidad, aquí nos engañan. En efecto, la vista, el tacto, el gusto y el olfato nos informan que la realidad es pan. Pero no es pan. Por el sentido del oído hemos escuchado la palabra de Cristo: «Esto es mi cuerpo». Creemos que esta es la verdad y por eso ante la Eucaristía adoramos a Cristo mismo, nuestro Dios y Señor.
¿Cuál es la importancia y por qué los fieles, sacerdotes y obispos deberían realizar regularmente Adoración Eucarística?
La importancia de la adoración eucarística se obtiene de la lectura del Evangelio donde contemplamos a Jesucristo. Él es nuestro Salvador, él está en el mundo para darnos la felicidad verdadera. A quienes venían a él decía: «Dichosos los ojos de ustedes porque ven y los oídos de ustedes porque oyen» (Mt 13,16). También decía: «La Reina del Sur vino desde los extremos de la tierra para oír la sabiduría de Salomón y aquí hay alguien mayor que Salomón» (Mt 12,42; Lc 11,31). En otra ocasión: «Vengan a mí todos los que están abatidos y agobiados y yo les daré descanso» (Mt 11,28). Cuando se transfiguró antes sus apóstoles ellos exclamaron: «Señor, bueno es para nosotros estar aquí contigo» (Mt 17,4; Mc 9,5; 9,33). Todas estas afirmaciones de Jesús se realizan en la adoración eucarística.
La adoración eucarística –lo dice el Catecismo– es «fuente de sabiduría y de libertad, de gozo y de confianza». Hoy día muchos hacen grandes sacrificios –incluso económico– y vienen desde lejos para ver a un cantante o un partido de fútbol y luego se ponen ante ellos como en estado de adoración. Pero esos cantantes están lejos de ser fuente de sabiduría, libertad, gozo y confianza y ciertamente no dan descanso a alma. Jesucristo nos diría, refiriéndose a la Eucaristía: «Aquí hay alguien mucho mayor».
Toda la vida cristiana consiste en imitar a Jesucristo. San Pablo lo dice: «Dios nos predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él el primogénito entre muchos hermanos» (Rom 8,29). En la presencia de Jesucristo, durante la adoración eucarística, se nos transmite esa imagen. Salimos de la presencia de Cristo con el propósito de ser más conformes a él y a su enseñanza. Es importante, entonces, para todo fiel: pero, sobre todo, para los sacerdotes y Obispos.
¿Los católicos adoran la sagrada forma porque Jesús dijo que debía hacerse Adoración Eucarística?
La expresión «sagrada forma» es un modo de referirse a la Hostia santa. Los católicos no adoramos una forma; adoramos a Cristo, porque él es nuestro Dios y nosotros creemos que está presente en la sagrada Hostia, como se ha dicho más arriba.
Jesucristo no dijo que debía hacerse adoración eucarística, con esas palabras. Pero lo que él dijo ha conducido a la Iglesia, siempre bajo la guía del Espíritu Santo, a descubrir el valor de la adoración eucarística y a recomendarla incesantemente. Jesús dijo: «Yo y el Padre somos uno… El que me ha visto a mí ha visto al Padre… Yo soy la luz del mundo…» (Jn 10,30; 14,9; 8,12) y otras afirmaciones con las cuales nos reveló su divinidad. Él es Dios y digno de adoración. Por otro lado, nos dijo: «Yo soy al pan vivo bajado del cielo… el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo… el que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él…» (Jn 6,51.56). Todas estas expresiones alcanzaron su realización cuando, en la última cena, Jesús tomó un pan y dijo: «Esto es mi cuerpo… hagan esto en memoria mía» (Lc 22,19). La Iglesia obedeció este mandato y al hacerlo comprendió –estamos hablando de una experiencia viva– que en ese pan convertido en el cuerpo de Cristo se realizaba la promesa de Jesús: «Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). Pronto fue necesario conservar parte de ese cuerpo de Cristo eucarístico para llevarlo a los enfermos y alejados. Allí perduraba la presencia de Cristo que consecuentemente comenzó a ser objeto de adoración.
La Iglesia no ha cesado de recomendar la adoración eucarística. Lo hace de manera oficial en el Catecismo: «La Iglesia católica ha dado y continua dando este culto de adoración, que se debe al sacramento de la Eucaristía, no solamente durante la Misa, sino también fuera de su celebración: conservando con el mayor cuidado las hostias consagradas, presentándolas a los fieles para que las veneren con solemnidad, llevándolas en procesión… Por la profundización de la fe en la presencia real de Cristo en su Eucaristía, la Iglesia tomó conciencia del sentido de la adoración silenciosa del Señor presente bajo las especies eucarísticas… En su presencia eucarística Cristo permanece misteriosamente en medio de nosotros como quien nos amó y se entregó por nosotros (cf Ga 2,20), y se queda bajo los signos que expresan y comunican este amor… La Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad del culto eucarístico. Jesús nos espera en este Sacramento del amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración, en la contemplación llena de fe y abierta a reparar las faltas graves y delitos del mundo. No cese nunca nuestra adoración» (Catecismo N. 1378.1379.1380).
La importancia de la adoración eucarística se obtiene de la lectura del Evangelio donde contemplamos a Jesucristo. Él es nuestro Salvador, él está en el mundo para darnos la felicidad verdadera. A quienes venían a él decía: «Dichosos los ojos de ustedes porque ven y los oídos de ustedes porque oyen» (Mt 13,16). También decía: «La Reina del Sur vino desde los extremos de la tierra para oír la sabiduría de Salomón y aquí hay alguien mayor que Salomón» (Mt 12,42; Lc 11,31). En otra ocasión: «Vengan a mí todos los que están abatidos y agobiados y yo les daré descanso» (Mt 11,28). Cuando se transfiguró antes sus apóstoles ellos exclamaron: «Señor, bueno es para nosotros estar aquí contigo» (Mt 17,4; Mc 9,5; 9,33). Todas estas afirmaciones de Jesús se realizan en la adoración eucarística.
La adoración eucarística –lo dice el Catecismo– es «fuente de sabiduría y de libertad, de gozo y de confianza». Hoy día muchos hacen grandes sacrificios –incluso económico– y vienen desde lejos para ver a un cantante o un partido de fútbol y luego se ponen ante ellos como en estado de adoración. Pero esos cantantes están lejos de ser fuente de sabiduría, libertad, gozo y confianza y ciertamente no dan descanso a alma. Jesucristo nos diría, refiriéndose a la Eucaristía: «Aquí hay alguien mucho mayor».
Toda la vida cristiana consiste en imitar a Jesucristo. San Pablo lo dice: «Dios nos predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él el primogénito entre muchos hermanos» (Rom 8,29). En la presencia de Jesucristo, durante la adoración eucarística, se nos transmite esa imagen. Salimos de la presencia de Cristo con el propósito de ser más conformes a él y a su enseñanza. Es importante, entonces, para todo fiel: pero, sobre todo, para los sacerdotes y Obispos.
¿Los católicos adoran la sagrada forma porque Jesús dijo que debía hacerse Adoración Eucarística?
La expresión «sagrada forma» es un modo de referirse a la Hostia santa. Los católicos no adoramos una forma; adoramos a Cristo, porque él es nuestro Dios y nosotros creemos que está presente en la sagrada Hostia, como se ha dicho más arriba.
Jesucristo no dijo que debía hacerse adoración eucarística, con esas palabras. Pero lo que él dijo ha conducido a la Iglesia, siempre bajo la guía del Espíritu Santo, a descubrir el valor de la adoración eucarística y a recomendarla incesantemente. Jesús dijo: «Yo y el Padre somos uno… El que me ha visto a mí ha visto al Padre… Yo soy la luz del mundo…» (Jn 10,30; 14,9; 8,12) y otras afirmaciones con las cuales nos reveló su divinidad. Él es Dios y digno de adoración. Por otro lado, nos dijo: «Yo soy al pan vivo bajado del cielo… el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo… el que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él…» (Jn 6,51.56). Todas estas expresiones alcanzaron su realización cuando, en la última cena, Jesús tomó un pan y dijo: «Esto es mi cuerpo… hagan esto en memoria mía» (Lc 22,19). La Iglesia obedeció este mandato y al hacerlo comprendió –estamos hablando de una experiencia viva– que en ese pan convertido en el cuerpo de Cristo se realizaba la promesa de Jesús: «Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). Pronto fue necesario conservar parte de ese cuerpo de Cristo eucarístico para llevarlo a los enfermos y alejados. Allí perduraba la presencia de Cristo que consecuentemente comenzó a ser objeto de adoración.
La Iglesia no ha cesado de recomendar la adoración eucarística. Lo hace de manera oficial en el Catecismo: «La Iglesia católica ha dado y continua dando este culto de adoración, que se debe al sacramento de la Eucaristía, no solamente durante la Misa, sino también fuera de su celebración: conservando con el mayor cuidado las hostias consagradas, presentándolas a los fieles para que las veneren con solemnidad, llevándolas en procesión… Por la profundización de la fe en la presencia real de Cristo en su Eucaristía, la Iglesia tomó conciencia del sentido de la adoración silenciosa del Señor presente bajo las especies eucarísticas… En su presencia eucarística Cristo permanece misteriosamente en medio de nosotros como quien nos amó y se entregó por nosotros (cf Ga 2,20), y se queda bajo los signos que expresan y comunican este amor… La Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad del culto eucarístico. Jesús nos espera en este Sacramento del amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración, en la contemplación llena de fe y abierta a reparar las faltas graves y delitos del mundo. No cese nunca nuestra adoración» (Catecismo N. 1378.1379.1380).
¿Cuál es la base doctrinal en la Escritura o de espiritualidad que valida la importancia de la Adoración Eucarística?
Ya hemos indicado varios textos de la Escritura en los cuales la Iglesia, guiada por el Espíritu de la verdad, funda su fe en la Eucaristía. Ciertamente podemos ver aquí una de esas muchas cosas que en la última cena Jesús tenía todavía que decir a sus apóstoles, pero que ellos no estaban entonces en condiciones de asumir (soportar el peso): «Mucho tengo todavía que decirles, pero ahora no pueden cargar con ello. Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, él los guiará hasta la verdad completa» (Jn 16,12-13). Eso es lo que ha hecho el Espíritu Santo en la Iglesia, haciéndola comprender cada vez más el misterio de la Eucaristía.
Por otro lado, sin el Antiguo Testamento no habríamos podido entender que la Eucaristía es el memorial de la pasión y muerte de Jesús y que ésta fue un sacrificio ofrecido a Dios para obtener el perdón de todos los pecados. «Memorial» es un término del Antiguo Testamento; significa que hace presente aquí y ahora el sacrificio de Cristo. En el Antiguo Testamento se ofrecía el «sacrificio de comunión». El más importante de estos sacrificios era el cordero que se sacrificaba para celebrar la Pascua. El cordero se inmolaba y se ofrecía a Dios sobre el altar. Si Dios se complacía en ese sacrificio, hacía suya la víctima y se convertía en cosa sagrada. Luego se asaba al fuego y se comía. Comiendo la víctima que Dios había aceptado, se experimentaba la comunión con Dios y con los demás comensales. Era sacrificio y banquete. Todo esto alcanzó su pleno cumplimiento con el único verdadero sacrificio que complace plenamente a Dios y obtiene la salvación del mundo: el sacrificio de Cristo, que se hace presente y eficaz en cada celebración de la Eucaristía. La Eucaristía es entonces sacrificio y banquete, sacrificio de Cristo agradable a Dios y banquete de comunión verdadera con Dios y con los demás comensales, es decir, con toda la Iglesia. Esto lo capta y expresa muy bien la versión italiana de la fórmula de consagración: «Esto es mi cuerpo, ofrecido en sacrificio por vosotros». Es probable que fuera esto lo que explicaba Jesús a los discípulos de Emaús, que no entendían la muerte de Jesús, porque no entendían la Escritura: «"¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?". Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre él en todas las Escrituras» (Lc 24,25-27).
La necesidad absoluta de la Eucaristía se declara en estas palabras de Jesús: «En verdad, en verdad les digo: si ustedes no comen la carne del Hijo del hombre, y no beben su sangre, no tienen vida en ustedes» (Jn 6,53), que el mismo Jesús explica con una comparación: «Yo soy la vid, ustedes los sarmientos… separados de mí no pueden hacer nada» (Jn 15,5), obviamente, porque no tienen vida. De aquí, como una ulterior profundización del Espíritu de la verdad, se desarrolló la adoración eucarística, como hemos dicho.
Respecto de la espiritualidad eucarística, podemos afirmar que no hay ningún santo que no deba su santificación a la Eucaristía y que no haya hecho de ella el centro de su vida. No puede ser de otro modo, porque los santos, que no están esclavizados por las pasiones, experimentan con mucha fuerza la presencia y la acción de Cristo en la Eucaristía. Y ellos anhelan, por sobre todo, a Cristo. Dejemos que lo diga San Pablo en representación de todos: «Para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia… deseo partir y estar con Cristo, lo cual es, lejos, lo mejor…» (Fil 1,21.23).
¿Cuándo nació su inquietud por la Adoración Eucarística y su deseo de construir Capillas de Adoración?
No puedo indicar una fecha. Pero recuerdo que desde muy pequeño nos enseñaban la importancia de la visita al Santísimo en la Iglesia; y lo hacíamos en el Colegio durante los recreos. Después, cuando fui más grande, tenía ubicadas dos Iglesias que tenían en Santísimo expuesto todo el día: la Iglesia de las Sacramentinas en la calle Santo Domingo y la Iglesia del Colegio Universitario Inglés en la calle Costanera; yo solía ir a una de ellas los sábados en la tarde a hacer largos ratos de adoración. Sentía mucha alegría cuando lo hacía.
Cuando ya fui Obispo Auxiliar de Concepción presidía todos los jueves una Hora Santa en la Catedral y formé un grupo de jóvenes para reunirnos los domingos en la tarde a hacer adoración al Santísimo. Se hablaba del «grupo de la Hora Santa», porque participaban también en la Hora Santa de la Catedral. Cuando fui nombrado Obispo de Santa María de Los Ángeles y tomé posesión de la Diócesis (12 marzo 2006), comencé a hacer la misma Hora Santa de los jueves en la Catedral de esta Diócesis. E inmediatamente, comencé a promover la idea de construir una Capilla para dedicarla exclusivamente a la adoración al Santísimo Sacramento expuesto en la custodia. Yo pienso que aquí se realiza esa palabra de Jesús: «Cuando yo sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12,32).
Ya hemos indicado varios textos de la Escritura en los cuales la Iglesia, guiada por el Espíritu de la verdad, funda su fe en la Eucaristía. Ciertamente podemos ver aquí una de esas muchas cosas que en la última cena Jesús tenía todavía que decir a sus apóstoles, pero que ellos no estaban entonces en condiciones de asumir (soportar el peso): «Mucho tengo todavía que decirles, pero ahora no pueden cargar con ello. Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, él los guiará hasta la verdad completa» (Jn 16,12-13). Eso es lo que ha hecho el Espíritu Santo en la Iglesia, haciéndola comprender cada vez más el misterio de la Eucaristía.
Por otro lado, sin el Antiguo Testamento no habríamos podido entender que la Eucaristía es el memorial de la pasión y muerte de Jesús y que ésta fue un sacrificio ofrecido a Dios para obtener el perdón de todos los pecados. «Memorial» es un término del Antiguo Testamento; significa que hace presente aquí y ahora el sacrificio de Cristo. En el Antiguo Testamento se ofrecía el «sacrificio de comunión». El más importante de estos sacrificios era el cordero que se sacrificaba para celebrar la Pascua. El cordero se inmolaba y se ofrecía a Dios sobre el altar. Si Dios se complacía en ese sacrificio, hacía suya la víctima y se convertía en cosa sagrada. Luego se asaba al fuego y se comía. Comiendo la víctima que Dios había aceptado, se experimentaba la comunión con Dios y con los demás comensales. Era sacrificio y banquete. Todo esto alcanzó su pleno cumplimiento con el único verdadero sacrificio que complace plenamente a Dios y obtiene la salvación del mundo: el sacrificio de Cristo, que se hace presente y eficaz en cada celebración de la Eucaristía. La Eucaristía es entonces sacrificio y banquete, sacrificio de Cristo agradable a Dios y banquete de comunión verdadera con Dios y con los demás comensales, es decir, con toda la Iglesia. Esto lo capta y expresa muy bien la versión italiana de la fórmula de consagración: «Esto es mi cuerpo, ofrecido en sacrificio por vosotros». Es probable que fuera esto lo que explicaba Jesús a los discípulos de Emaús, que no entendían la muerte de Jesús, porque no entendían la Escritura: «"¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?". Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre él en todas las Escrituras» (Lc 24,25-27).
La necesidad absoluta de la Eucaristía se declara en estas palabras de Jesús: «En verdad, en verdad les digo: si ustedes no comen la carne del Hijo del hombre, y no beben su sangre, no tienen vida en ustedes» (Jn 6,53), que el mismo Jesús explica con una comparación: «Yo soy la vid, ustedes los sarmientos… separados de mí no pueden hacer nada» (Jn 15,5), obviamente, porque no tienen vida. De aquí, como una ulterior profundización del Espíritu de la verdad, se desarrolló la adoración eucarística, como hemos dicho.
Respecto de la espiritualidad eucarística, podemos afirmar que no hay ningún santo que no deba su santificación a la Eucaristía y que no haya hecho de ella el centro de su vida. No puede ser de otro modo, porque los santos, que no están esclavizados por las pasiones, experimentan con mucha fuerza la presencia y la acción de Cristo en la Eucaristía. Y ellos anhelan, por sobre todo, a Cristo. Dejemos que lo diga San Pablo en representación de todos: «Para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia… deseo partir y estar con Cristo, lo cual es, lejos, lo mejor…» (Fil 1,21.23).
¿Cuándo nació su inquietud por la Adoración Eucarística y su deseo de construir Capillas de Adoración?
No puedo indicar una fecha. Pero recuerdo que desde muy pequeño nos enseñaban la importancia de la visita al Santísimo en la Iglesia; y lo hacíamos en el Colegio durante los recreos. Después, cuando fui más grande, tenía ubicadas dos Iglesias que tenían en Santísimo expuesto todo el día: la Iglesia de las Sacramentinas en la calle Santo Domingo y la Iglesia del Colegio Universitario Inglés en la calle Costanera; yo solía ir a una de ellas los sábados en la tarde a hacer largos ratos de adoración. Sentía mucha alegría cuando lo hacía.
Cuando ya fui Obispo Auxiliar de Concepción presidía todos los jueves una Hora Santa en la Catedral y formé un grupo de jóvenes para reunirnos los domingos en la tarde a hacer adoración al Santísimo. Se hablaba del «grupo de la Hora Santa», porque participaban también en la Hora Santa de la Catedral. Cuando fui nombrado Obispo de Santa María de Los Ángeles y tomé posesión de la Diócesis (12 marzo 2006), comencé a hacer la misma Hora Santa de los jueves en la Catedral de esta Diócesis. E inmediatamente, comencé a promover la idea de construir una Capilla para dedicarla exclusivamente a la adoración al Santísimo Sacramento expuesto en la custodia. Yo pienso que aquí se realiza esa palabra de Jesús: «Cuando yo sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12,32).
¿Existe alguna situación particular en su Diócesis que lo ha llevado a promover la apertura de capillas para la Adoración Eucarística de los fieles?
Desde que llegué a la Diócesis pedí a los párrocos que mantuvieran abiertos los templos todo el día para que los fieles pudieran acceder a Jesucristo presente en el sagrario. Pero, mientras los supermercados y los restaurantes, los bancos y otros lugares públicos estaban llenos de gente, los templos, aunque estaban abiertos, seguían vacíos. Para promover la fe en la Eucaristía y poner un signo importante en la Diócesis de la necesidad que tenemos de Cristo, empecé a promover la edificación de Capillas destinadas a la adoración eucarística. Estas capillas son un lugar donde se adora al Señor y se ora por las necesidades de la Diócesis, de la Iglesia y del mundo. Pero son también una catequesis sobre la Eucaristía, que es el misterio central en la Iglesia. Todo en la Iglesia debe partir de la Eucaristía como de su fuente y todo debe conducir a ella como a su meta.
Hasta ahora hemos construido tres capillas para la adoración al Santísimo Sacramento en la Diócesis: la Capilla Transfiguración del Señor en Los Ángeles, que se inauguró el 12 septiembre 2009; la Capilla Jesús Pan de Vida en Nacimiento, que se inauguró el 24 diciembre 2012; y la Capilla Sagrado Corazón de Jesús en Santa Bárbara, que se inauguró el 12 septiembre 2014. En este momento se está construyendo la Capilla Espíritu Santo en Mulchén.
¿Podría compartirnos alguna anécdota o experiencia que los adoradores de su Diócesis le hayan referido o usted haya vivido, como fruto evidente de la Adoración Eucarística?
Me ha tocado ver varios casos de personas que visitaron la Capilla por primera vez movidos por la curiosidad (sobre todo, la de Los Ángeles, que es la más antigua) y allí verificaron la verdad de la promesa de Jesús: «Vengan a mí... Yo les daré descanso» (Mt 11,28); luego se han transformado en asiduos adoradores.
Yo percibo que, gracias a estas capillas y al esfuerzo por mantener en ellas viva la adoración al Santísimo, va creciendo en la Diócesis la vida espiritual de los fieles y se va recuperando el sentido de Dios, que como todos sabemos, está muy perdido en nuestra sociedad a causa del secularismo imperante (prescindencia de Dios y de su ley).
¿Existe conciencia en Chile de los frutos que resultan de la Adoración Eucarística, para el país y para el adorador?
En realidad, existe muy poca conciencia del don inmenso que tenemos en la Eucaristía. La Eucaristía es el don más grande que tenemos del Corazón de Jesús. Lo entregó a la Iglesia cuando, en la última cena, después de convertir el pan en su cuerpo y el vino en su sangre y darlos a comer y beber a sus discípulos, les mandó: «Hagan esto en memoria mía» (Lc 22,19; 1Cor 11,24.25)). Los apóstoles, instruidos por el Espíritu Santo, repitieron los gestos y palabras de Jesús y gozaron de la presencia real, sustancial, de Jesús entre ellos, percibida sólo por la fe. Santo Tomás de Aquino lo expresa con su habitual claridad: «En la cruz se ocultaba solamente su divinidad; aquí se oculta también su humanidad. Ambas creyendo y confesando, pido lo que pedía el ladrón arrepentido». El buen ladrón vio a Jesús crucificado y lo confesó como Dios orando: «Jesús, acuerdate de mi cuando vengas en tu Reino» (Lc 23,42). Nosotros vemos la Hostia santa y creemos y confesamos: «Bendito sea Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre». Si el buen ladrón escuchó esta promesa: «En verdad te digo: Hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23,43), también nosotros podemos esperar recibir todos los bienes que pidamos a Jesús, cuando lo hacemos en su presencia durante la adoración eucarística.
Nosotros –estoy hablando de los mismos católicos– tenemos muy poca conciencia del valor infinito de la Eucaristía. Esto se percibe en el bajo porcentaje de católicos que participan en la Eucaristía dominical (menos que el 8% de los católicos). Se percibe también por el escaso número de jóvenes que responden al llamado de Dios al sacerdocio. Se percibe también en el bajísimo número de fieles que visitan a Jesús presente en los sagrarios, tanto que muchos de nuestros templos permanecen cerrados durante el día, como si no conservaran algo de interés. Tenía razón un teólogo luterano que decía: «Yo entiendo lo que los católicos creen respecto de la Eucaristía; pero lo que no entiendo es que creyendo eso –a saber, que está Jesús físicamente presente– le den tan poca importancia». La adoración eucarística es una profesión de fe viva; es también la catequesis más eficaz sobre la Eucaristía. Los frutos para el país y para el mismo adorador se deducen de esta promesa de Jesús: «Todo lo que pidan con fe en la oración lo recibirán» (Mt 21,22).
Fuente: www.adoracioneucaristica.cl
Desde que llegué a la Diócesis pedí a los párrocos que mantuvieran abiertos los templos todo el día para que los fieles pudieran acceder a Jesucristo presente en el sagrario. Pero, mientras los supermercados y los restaurantes, los bancos y otros lugares públicos estaban llenos de gente, los templos, aunque estaban abiertos, seguían vacíos. Para promover la fe en la Eucaristía y poner un signo importante en la Diócesis de la necesidad que tenemos de Cristo, empecé a promover la edificación de Capillas destinadas a la adoración eucarística. Estas capillas son un lugar donde se adora al Señor y se ora por las necesidades de la Diócesis, de la Iglesia y del mundo. Pero son también una catequesis sobre la Eucaristía, que es el misterio central en la Iglesia. Todo en la Iglesia debe partir de la Eucaristía como de su fuente y todo debe conducir a ella como a su meta.
Hasta ahora hemos construido tres capillas para la adoración al Santísimo Sacramento en la Diócesis: la Capilla Transfiguración del Señor en Los Ángeles, que se inauguró el 12 septiembre 2009; la Capilla Jesús Pan de Vida en Nacimiento, que se inauguró el 24 diciembre 2012; y la Capilla Sagrado Corazón de Jesús en Santa Bárbara, que se inauguró el 12 septiembre 2014. En este momento se está construyendo la Capilla Espíritu Santo en Mulchén.
¿Podría compartirnos alguna anécdota o experiencia que los adoradores de su Diócesis le hayan referido o usted haya vivido, como fruto evidente de la Adoración Eucarística?
Me ha tocado ver varios casos de personas que visitaron la Capilla por primera vez movidos por la curiosidad (sobre todo, la de Los Ángeles, que es la más antigua) y allí verificaron la verdad de la promesa de Jesús: «Vengan a mí... Yo les daré descanso» (Mt 11,28); luego se han transformado en asiduos adoradores.
Yo percibo que, gracias a estas capillas y al esfuerzo por mantener en ellas viva la adoración al Santísimo, va creciendo en la Diócesis la vida espiritual de los fieles y se va recuperando el sentido de Dios, que como todos sabemos, está muy perdido en nuestra sociedad a causa del secularismo imperante (prescindencia de Dios y de su ley).
¿Existe conciencia en Chile de los frutos que resultan de la Adoración Eucarística, para el país y para el adorador?
En realidad, existe muy poca conciencia del don inmenso que tenemos en la Eucaristía. La Eucaristía es el don más grande que tenemos del Corazón de Jesús. Lo entregó a la Iglesia cuando, en la última cena, después de convertir el pan en su cuerpo y el vino en su sangre y darlos a comer y beber a sus discípulos, les mandó: «Hagan esto en memoria mía» (Lc 22,19; 1Cor 11,24.25)). Los apóstoles, instruidos por el Espíritu Santo, repitieron los gestos y palabras de Jesús y gozaron de la presencia real, sustancial, de Jesús entre ellos, percibida sólo por la fe. Santo Tomás de Aquino lo expresa con su habitual claridad: «En la cruz se ocultaba solamente su divinidad; aquí se oculta también su humanidad. Ambas creyendo y confesando, pido lo que pedía el ladrón arrepentido». El buen ladrón vio a Jesús crucificado y lo confesó como Dios orando: «Jesús, acuerdate de mi cuando vengas en tu Reino» (Lc 23,42). Nosotros vemos la Hostia santa y creemos y confesamos: «Bendito sea Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre». Si el buen ladrón escuchó esta promesa: «En verdad te digo: Hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23,43), también nosotros podemos esperar recibir todos los bienes que pidamos a Jesús, cuando lo hacemos en su presencia durante la adoración eucarística.
Nosotros –estoy hablando de los mismos católicos– tenemos muy poca conciencia del valor infinito de la Eucaristía. Esto se percibe en el bajo porcentaje de católicos que participan en la Eucaristía dominical (menos que el 8% de los católicos). Se percibe también por el escaso número de jóvenes que responden al llamado de Dios al sacerdocio. Se percibe también en el bajísimo número de fieles que visitan a Jesús presente en los sagrarios, tanto que muchos de nuestros templos permanecen cerrados durante el día, como si no conservaran algo de interés. Tenía razón un teólogo luterano que decía: «Yo entiendo lo que los católicos creen respecto de la Eucaristía; pero lo que no entiendo es que creyendo eso –a saber, que está Jesús físicamente presente– le den tan poca importancia». La adoración eucarística es una profesión de fe viva; es también la catequesis más eficaz sobre la Eucaristía. Los frutos para el país y para el mismo adorador se deducen de esta promesa de Jesús: «Todo lo que pidan con fe en la oración lo recibirán» (Mt 21,22).
Fuente: www.adoracioneucaristica.cl