Regalos de los santos
Cuando uno se acerca a la vida de los santos, no sólo se encuentra con hechos cotidianos, sino que también abundan los que aparecen llenos de la presencia de Dios y en algunos casos con vivencias sobrenaturales. A esto podemos añadir que a veces la vida es tan corta que puede parecer que no da tiempo a nada, pero de eso nada. Ahí tenemos el reciente proceso de San Carlo Acutis, que con 15 años vuela al cielo; y hace 100 años el de la pequeña Teresa, Santa Teresa del Niño Jesús, la que entrega su alma a Dios en el Carmelo de Lisieux con apenas 24 años. Hay más vidas de santos muy jóvenes.
Entre los 15 y los 24 tenemos los 19; con 19 años otra Teresa, menos conocida que la de Jesús o la del Niño Jesús, deja este mundo cuando empezaba a vivir como carmelita descalza. Me refiero a Santa Teresa de Jesús de los Andes, la primera santa chilena presentada como modelo para la juventud. Nace en Santiago de Chile el año 1900, sueña con ser carmelita descalza. Al poco de entrar al monasterio de Los Andes en Chile una enfermedad comienza a consumir su cuerpo hasta que se rompe la tela de este dulce encuentro el 12 abril de 1920.
Hace poco celebramos su primer centenario de muerte. Pasados 5 años de esta desapercibida efeméride, tengo la dicha de conocer en persona a alguien que lleva la misma sangre que ella: un sobrino nieto por vía directa de un hermano de Santa Teresita de Los Andes nacido en Chile y encandilado desde niño por los recuerdos que le refiere su abuelo sobre los Fernández, la familia de Juanita; así se llamaba en casa antes de tomar el hábito religioso. Me avisa que está en España y quiere visitar el lugar de nacimiento de su familia a este lado del océano. Domingo Fernández de la Mata, el abuelo paterno de la primera santa chilena, como tantos españoles en el siglo XIX y principios del XX emigra a Chile, donde comienza una nueva vida y forma una familia.
Pues bien quedamos en conocer la iglesia y el pueblo de su añorado familiar. Ponemos fecha y horario de la visita. Llega el día y nos encaminamos hacia Galilea, no la de los gentiles, sino la del Valle de Ocón, en La Rioja. El paisaje me hace volver a mi infancia y adolescencia cuando pasaba por este pueblo de camino hacia el de de mis abuelos paternos. Todo es volver a esos años y esos recuerdos de vivir en unión con los abuelos y los antepasados lejanos que no has conocido, pero de los que oyes hablar a los abuelos. Ya no me llevan en el coche, sino que lo conduzco y llevo a alguien más joven a mi lado. Al llegar a Galilea no sigo adelante. Todo ha cambiado. Han pasado cerca de 30 años de aquellos recuerdos que, según serpentea el coche las últimas curvas antes de llegar al pueblo, vienen a mi memoria.
¡Llegamos a Galilea! La ermita de Nuestra Señora de Gracia es la primera parada. Junto a ella está el cementerio. Tenemos la suerte de ver la puerta abierta. Era uno de los deseos del joven que busca sus raíces, encontrar a los familiares de los que le habla su abuelo que allí descansan en paz. Es difícil al haber pasado más de 100 años. No encontramos esos nombres, pero sí la familia que ha quedado en el pueblo. Los Fernández abundan según recorremos lapidas, panteones y nichos. Terminamos la visita con el rezo de un respondo por todos los difuntos.
Volvemos al coche y nos dirigimos a la iglesia para dejarlo aparcado y pasear por las calles antes de entrar. Según nos bajamos nos dirigimos la calle Chile, que hemos visto al pasar. Al empezar a recorrerla, nos llaman los abuelos del joven. Quieren saludarnos, que nos conozcamos y compartir la alegría del día. Nada más decir en qué calle estamos la emoción brota a raudales. La oportunidad de ser videollamada aumenta el gozo al poder ver la calle que toma el nombre de su patria. Terminada la llamada paseamos entre calles, corrales, bodegas, parques, plazas, ... Llegamos a la iglesia y esperamos que llegue la mujer que nos abre para que podamos conocerla, venerar la imagen de Santa Teresa que hay en un altar y celebrar la misa.
Entramos, admiramos el retablo y nos dirigimos a la capilla donde se encuentra una imagen traída por uno de los familiares chilenos. La emoción crece, los comentarios y preguntas sobre la familia que queda en el pueblo, de cómo es la vida por estos contornos, de lo que supone tener una tía santa, ... Así nos preparamos para la misa. La señora que nos atiende ha venido con una amiga y nos pregunta si pueden quedarse. La respuesta es obvia. Así que el joven y el fraile preparamos la misa, nos revestimos y salimos al altar. ¡Qué regalo es tener como acólito a un sobrino nieto de una santa carmelita...! La misa es la propia de la santa y la homilía toda aplicada a la vida de santidad teniendo de fondo el ejemplo de Juanita Fernández Solar.
La misa sigue con el ofertorio, la consagración y la comunión. Al llegar el silencio de la acción de gracias tomo un texto de Santa Teresa de los Andes. Lo leo con mucha calma para que nos ayude a ser conscientes de la grandeza que supone tener a Dios dentro de nosotros como lo vivía la santa Teresa chilena. Unas frases nos pueden ayudar a entrar en este silencio que tanto nos llena a los presentes... "Existe en él el amor; y esta pasión lo hizo encarnarse para que viendo un Hombre-Dios, no temieran acercarse a él. Esta pasión hízolo convertirse en pan, para poder asimilar y hacer desaparecer nuestra nada en su Ser infinito. Esta pasión le hizo dar su vida, muriendo muerte de cruz. Él es mi riqueza infinita, mi beatitud, mi cielo".
¿Qué más se puede pedir? Pues terminar la celebración y acudir al altar de la santa y rezar de corazón la oración de su canonización que nos une a todos, pero sobre todo al joven chileno con su familia, con su patria, con sus amigos de juventud y con todo ello poner la mirada en el cielo pidiendo la intercesión de su tía santa...
Cuesta decir adiós. Dejamos todo recogido, nos hacemos las últimas fotos en la iglesia y las mujeres se despiden tras cerrar la puerta. Empieza a caer la tarde. Todo se ve de otra manera. El joven no se quiere ir, quiere pisar las calles y plazas de sus antepasados y empaparse bien de lo que ve a cada paso. Volvemos hasta la ermita dando un paseo. Rezamos. Vemos como se oscurece y entra la noche por donde antes todo era luz y vida. Sabemos que la noche termina y llega de nuevo el día; y llegará el día que esos difuntos por los que hemos rezado, un día verán la luz para siempre, igual que nosotros, y de una manera especial ya la ha visto la tía santa del joven chileno que está feliz, emocionado, agradecido, lleno de paz, con el corazón henchido y con pena de dejar Galilea.
Vamos camino del coche para volver a Logroño. Mañana regresa a su lugar de residencia con un encuentro muy singular con su querida tía santa. Ha sido un día muy completo y emotivo que va a quedar en la memoria de este joven chileno para siempre. Al dejar el pueblo atrás la noche nos envuelve. Hay silencio. Hay oración. Hay vida interior en una noche misteriosa que nos acerca a lo escondido, donde la paz se posa, y esa paz es la rosa de los vientos, la que guía a Domingo Fernández de la Mata hasta Chile para que ahora, uno que con su misma sangre, nacido en Chile, vuelva a las raíces de la madre patria que tanta luz ha dado al mundo y llena de vida y entusiasmo al acólito que ayuda en el altar, reza ante la imagen de su tía santa, se despide de Galilea y da gracias por tanto don recibido, sobre todo por abrirse al amor de Dios por medio de algo que ahora empieza a entender mejor porque lo vive, lo experimenta y nadie le puede negar que es verdad, que recibimos muchos regalos de los santos.