Recuerdo de un cura feliz: Juan Parraga Barranco
En estos tiempos extraños, en que todo se nos manifiesta confuso e impera la desazón entre los creyentes; en esta sociedad con síntomas de enfermedad ética en la que muchos cristianos y sacerdotes desisten; en esta Iglesia condolida por el escándalo de algunos de sus miembros en la que impera la desilusión; en esta realidad impregnada de tanta impostura ¡qué respiro encontrar un referente de coherencia en la fe! ¡Qué fortuna descubrir la honestidad en el sacerdocio! ¡Cómo se agradece el testimonio de una vida sacerdotal gastada en la integridad y la ilusión que brota de la fe!
En 2011 un estudio realizado por la Organización Nacional de Investigación de la Universidad de Chicago y publicado por la revista Forbes, revelaba que el trabajo como sacerdote era valorado como el más feliz del mundo. Y en propiedad, bien podría constatarlo cualquiera que trate con sacerdotes de fe recia, de vida interior cuidada y prendados de Dios.
De carácter sereno, entusiasta, amable... laborioso pero, sobre todo, inquieto en el apostolado, emprendedor. Su empeño por acercar a las gentes a Cristo no conocía tregua ni desaliento. A pesar de las incomprensiones o de los recelos que suscitaba entre algunos sacerdotes de su diócesis (por su vinculación a la Obra) nunca desistió de sus propósitos ni se enemistó con ninguno, por más palos que le metieran en las ruedas para frenar el avance de sus proyectos al servicio de la iglesia diocesana. Se mostraba agradecido al Opus Dei por cuanto le había ayudado a vivir su vocación con mentalidad laical y corazón sacerdotal, alejado de manías clericales. Diocesano y del Santa Cruz, entusiasmado con su ministerio, de temple moderno y desenfadado, con actitudes apostólicas y mirada universal.
Sería fatigoso describir aquí las iniciativas apostólicas y construcciones que, con mayor o menor fortuna, su intrepidez y celo apostólico pusieron en marcha.
Referiré sólo aquel en el que le contemplé más de cerca: el trabajo en la formación de la infancia. Desde su etapa de formador en el seminario menor de Baeza, descubrió los monaguillos como cantera de cristianos auténticos. Y se afanó en formarles bien para que después viviesen la fe hasta sus últimas consecuencias en los diferentes estados de vida e insertos en las más diversas profesiones.. Y empleó como cauce para lograrlo los innumerables cursillos de monaguillos. Durante décadas fue pionero en la organización de convivencias estivales de monaguillos; siempre llenas de dinamismo y alegría (marchas, deporte, cine, canto, visitas culturales, piscina, amenas tertulias y juegos... sembrados de oración, clases de liturgia y catecismo). Cada verano una marabunta de niños alegres, bulliciosos y con desparpajo desembarcaba en tandas semanales de junio a septiembre, llenando de perplejidad a los parroquianos. Como colaboradores suyos, los seminaristas -de todas las procedencias- que actuaban como monitores. Cada fin de semana una avalancha de madres y padres (venidos desde cualquier rincón de España) acudían a recoger a sus hijos participando en la fiesta de despedida, llena de emociones y gratitud. Sabía crear ambiente de familiaridad y la sana alegría de la fe.
Para quienes deseen conocer su periplo sacerdotal pueden adentrarse en la lectura de sus apuntes biográficos “vida y aventuras de un cura feliz”. ¡Que desde el cielo siga derramando bendiciones!
Hora de la tarde,
fin de las labores,
Amo de la viña,
paga los trabajos de tus viñadores