¿Qué te dieron para cargar?
¿Qué te dieron para cargar? ¿En qué ámbitos las necesidades y las penas de los demás conspiran contra tu libertad? ¿Cuándo la libertad se ve mitigada por las circunstancias? ¿Cuáles son las situaciones en las que naces o te encuentras en la vida a las que debes responder, tal vez incluso a costa de tu vida? ¿De qué no puedes huir?
Son preguntas importantes, no fáciles de responder. Pero son preguntas clave de cara al discernimiento de la propia vocación: ¿cuál es esa tarea especial a la que cada uno de nosotros está llamado a entregar su vida?
Cada uno de nosotros viene a este mundo con una vocación dada por Dios. En esencia, es bastante fácil de precisar. En pocas palabras, a todos se nos pide amar a Dios y amarnos los unos a los otros. Es igual para todos. Sin embargo, más allá de esa esencia básica, ya no es lo mismo para todos porque todos nacemos y nos encontramos con circunstancias diferentes en la vida. Nacemos en familias distintas, en países distintos, en épocas históricas distintas, en culturas distintas, en situaciones de pobreza o riqueza distintas, con creencias distintas, inteligencias distintas, aptitudes naturales distintas y cuerpos distintos que varían mucho en cuanto a salud, fuerza y atractivo físico. Los filósofos llaman a esto tu situación "existencial". Por eso, por esa particularidad, como los copos de nieve, nunca hay dos personas iguales. Y esa singularidad teñirá y tal vez defina de manera fundamental tu vocación y te ayudará a dictar lo que te tocará cargar.
Esto es lo que está en juego. Todos nacemos libres, sí, pero hay muchas cosas que coartan nuestra libertad.
Permítanme ilustrarlo con un ejemplo personal. Nací el duodécimo hijo de una familia numerosa. Mis padres eran agricultores inmigrantes de primera generación que, durante muchos años de matrimonio y crianza de los hijos, no pudieron mantener totalmente a nuestra familia sólo con la granja. Necesitábamos más ingresos. Además, nuestra comunidad rural sólo tenía una escuela primaria y para estudiar más allá del octavo curso había que salir de casa para ir a un internado, algo que mis padres no podían permitirse.
Por eso, cinco de mis hermanos mayores tuvieron que poner fin a su educación después de la primaria, no porque quisieran o porque carecieran del deseo o la inteligencia para la educación superior, sino más bien porque nuestra necesidad económica y la ausencia de una escuela secundaria local exigían que dejaran la escuela y aceptaran trabajos para ayudar a mantener a la familia. Para todos ellos, sobre todo para un par de ellos, fue un duro sacrificio. Todo en ellos ansiaba más libertad y opciones; pero, dadas sus circunstancias, esto era lo que les tocaba cargar. Y ese sacrificio, esa entrega por algo más allá de ellos mismos, definió en gran medida su vocación y su propia persona. Gran parte de su vocación consistía en sacrificar muchos de sus propios sueños y ambiciones por el bien de la familia. Entre otros factores, mi propia oportunidad de recibir una educación se basó en gran medida en su sacrificio.
Sin embargo, en esto no son excepcionales. Su sacrificio se refleja en las vidas de millones de hombres y mujeres de todo el mundo: inmigrantes que tienen que sacrificar sus propias ambiciones para trabajar en el campo o aceptar trabajos serviles para mantener a sus familias; mujeres y hombres jóvenes de países en vías de desarrollo que tienen que dejar a sus familias e irse al extranjero para ganar dinero que enviar a sus familias; millones de jóvenes que no pueden ir a la universidad por culpa del elevado coste; innumerables mujeres y hombres que tienen que sacrificar temporadas enteras de sus vidas para cuidar de un padre enfermo o anciano; y miles de millones de mujeres que tienen que sacrificar su carrera para criar a sus hijos. Esto es lo que se les ha dado para cargar - y su sacrificio ayuda a constituir el corazón de su vocación.
Más allá de estas cosas que pueden coartar nuestra libertad y dictar radicalmente nuestra vocación, hay otras cosas que constriñen o abren nuestra libertad y así ayudan a dictar nuestra vocación: tener una salud física y mental robusta en lugar de ser física o mentalmente frágil; tener un cuerpo de atleta en lugar de tener una discapacidad física; ser un macho alfa o una reina del baile en lugar de ser el intimidado y rechazado; ser temperamentalmente agresivo en lugar de ser temperamentalmente amable y complaciente; o ser el que viene de un entorno privilegiado en lugar de ser el que viene de un entorno sin privilegios.
Cada uno de ellos no sólo ayuda a dictar tu vocación, sino que también ayuda a equiparte especialmente para tu vocación. Si te encuentras en el lado frágil y herido de la ecuación, tus aparentes carencias humanas pueden darte poderes especiales para ser un sanador para los demás. Al estar herido, tienes poderes especiales para convertirte en un sanador herido. Por el contrario, si estás en el lado privilegiado de la ecuación, ese privilegio también dicta tu vocación y tu don especial, es decir, ahora eres aquel a quien se le da mucho y, en consecuencia, de quien se espera mucho.
¿Qué te dieron para cargar?