
El pasado 30 de marzo, TV3 emitió dentro del espacio "30 minutos" un programa titulado "La buena muerte". En apariencia, una mirada serena sobre la realidad de la eutanasia. En realidad, un ejercicio descarnado de propaganda ideológica, que convierte la televisión pública en una plataforma de normalización de la muerte provocada. Con una narrativa cargada de emotividad y una estética cuidada, el documental ofreció un retrato unidimensional del final de la vida, exaltando la eutanasia como respuesta casi natural al sufrimiento. Ni una voz disidente, ni una duda, ni una alternativa: absoluto silencio sobre los cuidados paliativos o las opciones de vida con acompañamiento humano.
La Declaración de la Corriente Social Cristiana ha denunciado con fundamento este desequilibrio. Y no es un detalle menor. La Ley de Comunicación Audiovisual de Cataluña exige pluralismo, rigor y servicio a la sociedad. Es decir, no convertir un medio público en altavoz de una sola ideología, menos aún en temas que tocan los extremos de la vida y la muerte. TV3 fracasó estrepitosamente.
Más allá de la falta de pluralidad, el programa incurrió en una preocupante banalización: la eutanasia era presentada como "la buena muerte», sin matices, como si el resto de las opciones fuesen indignas, injustas o, simplemente, anacrónicas. La vida que sufre se convierte en estorbo, molestia, una carga que conviene aligerar. La narrativa es sutil pero devastadora: mejor morir que seguir viviendo en la fragilidad.
Contra este relato se alzan diversas tradiciones filosóficas y culturales que Occidente ha acogido durante siglos como cimiento de su humanismo. La vida no es un problema por resolver, es una realidad para acompañar. El sufrimiento no se elimina con la muerte, sino que exige una respuesta solidaria y compasiva. Esto es lo que ofrecen los cuidados paliativos, una opción silenciada por el reportaje, pero defendida con ética y eficacia por muchos profesionales y familias.
La eutanasia, si se convierte en una salida socialmente promovida, introduce un cambio antropológico profundo. Ya no hablamos de libertad individual, sino de mensajes colectivos: cuando el Estado ofrece la muerte como servicio sanitario, ¿qué imagen transmite a los enfermos? ¿Qué mensaje recibe una persona vulnerable, sola o sin recursos, cuando se le presenta la muerte como una opción rápida, limpia e institucionalizada? La libertad es una palabra hueca cuando no se protege el derecho real a vivir con dignidad.
Filósofos como J. Raz, M. Sandel, A. MacIntyre o C. Gilligan han advertido de los riesgos de una cultura que convierte la eutanasia en opción habitual: se debilita la responsabilidad colectiva, se destruye el valor intrínseco de la vida humana, se sustituyen las virtudes por soluciones técnicas. Y en este contexto, la televisión pública tiene una grave responsabilidad: no puede ser instrumento de adoctrinamiento, ni acelerador de un modelo social que deshumaniza el sufrimiento.
La Corriente Social Cristiana, en su declaración, no solo denuncia: propone. Pide equilibrio informativo, reparación simbólica y espacio para las voces que defienden la vida en todas sus formas. Reivindica una cultura del cuidado, de la acogida y de la responsabilidad compartida. Reclama una sociedad que no se deshace de los débiles, sino que los acompaña.
La muerte no es un espectáculo. No es una narrativa tierna para emitir en horario estelar. Es una realidad trágica, sagrada, humana. Y su tratamiento mediático debería estar a la altura de su significado. Cuando la muerte se convierte en entretenimiento, cuando se oculta el debate y se promueve una única visión, se traiciona la función ética de la comunicación.
Europa enfrenta hoy un dilema que no es tecnológico ni económico, sino moral: ¿qué valor damos a la vida? ¿Qué hacemos con el sufrimiento? ¿Qué mensaje transmitimos, como sociedad, a quien ya no puede sostenerse solo? La respuesta no puede ser eliminarlo, sino acogerlo. La respuesta no puede ser institucionalizar la muerte, sino dignificar la vida. Esta misma respuesta la afronta Cataluña y su televisión pública ha optado por la mala
El caso de TV3 es un ejemplo de lo que no debería ocurrir: el servicio público convertido en tribuna de una ideología que ve la muerte como liberación y la vida como problema. Se necesita una respuesta firme, serena y comprometida con la verdad. Es necesario volver a colocar en el centro la dignidad humana, siempre, hasta el final.
Y hace falta también, como solicita la Corriente Social Cristiana, que las instituciones actúen: el Parlament, el Síndic de Greuges, y sobre todo, la conciencia colectiva. Porque el futuro de una sociedad también se mide por cómo acompaña a sus muertos, y aún más por los mensajes que transmite a los vivos.
Fuente: Forum Libertas