La mercantilización de la sociedad democrática
Leí con vivo interés la entrevista con el filósofo estadounidense Michael Sandel publicada en La Vanguardia [5 de mayo de 2025] a propósito de su reciente libro Igualdad, escrito a dos manos con el famoso economista francés Thomas Piketty. El propio titular de la entrevista destacaba el vacío moral que se crea en la sociedad cuando son los mercados los que definen qué es lo valioso. De inmediato trajo a mi memoria aquel certero aforismo de Machado en su Juan de Mairena: «Todo necio confunde valor y precio».
Sandel —que hizo su tesis doctoral con Elizabeth Anscombe e Isaiah Berlin— explica en la entrevista que en la sociedad capitalista contemporánea no hay espacio para el debate moral, para el diálogo sobre las grandes cuestiones éticas, pues aparentemente el precio de mercado es lo único que se valora en nuestra sociedad. Subrayo el «aparentemente» pues, a decir verdad, las cosas más valiosas de nuestra vida no se venden en el mercado: la paz, la alegría, la familia, la amistad, la escucha, el aire limpio, la naturaleza, los atardeceres, etc.
La convivencia democrática —defiende Sandel— requiere el debate moral, el diálogo sobre aquellas cuestiones más básicas que a todos nos afectan. Sin embargo, —añade en la entrevista— «las sociedades liberales tienden a rehuir el debate público sobre las concepciones contrapuestas de la vida. Es comprensible, pues discrepamos en muchas cuestiones morales. Pero es un error pedir a los ciudadanos que dejen de lado sus convicciones morales al entrar en la esfera pública».
Me gustó todo el razonamiento y encargué el libro Igualdad. Qué es y por qué importa (Debate, 2025, 151 páginas). Se trata de un coloquio mano a mano de ambos pensadores con algunas ideas que decididamente invitan a pensar. No están de acuerdo entre sí en todos los detalles, pero sí que ambos denuncian la mercantilización de las sociedades democráticas, esto es, el sometimiento de todos los valores al capital. Piketty —que es un economista de formación marxista— saltó a la fama en el año 2013 con su potente libro El capital en el siglo XXI en el que mostraba con notable erudición y abundancia de ejemplos de muchos países cómo el desarrollo económico ha favorecido históricamente la desigualdad tanto entre las personas como entre los países: cada vez los ricos son más ricos y la brecha entre ricos y pobres es cada vez más amplia. Lo peor —a juicio de ambos autores— es que esto ha sucedido supuestamente en nombre de la libertad.
Copio un amplio párrafo de Michael Sandel donde explica lo que llama su «corazonada» sobre esto: «A cierto nivel, los políticos tradicionales del centro izquierda y el centro derecha se vieron arrastrados al credo del mercado, en parte por la creencia de que los mercados producían una prosperidad creciente y, en parte también, por las aportaciones económicas que Wall Street hacía a sus campañas al promover ese tipo de políticas. Ahora bien, existe una razón más de fondo, creo, para ese atractivo inspirado por los mercados y sus mecanismos. Pienso que lo atractivo del credo del mercado durante este periodo, y puede que durante un periodo más largo incluso, ha residido en que los mercados parecen ofrecer una vía para librarnos —a nosotros, a los ciudadanos democráticos— de caóticos, conflictivos y controvertidos debates sobre cómo valorar los bienes y las contribuciones diversas que las personas aportan a la economía y al bien común. La fe en el mercado nacería, pues, de cierta aspiración liberal a la neutralidad entre las diversas concepciones sustantivas de los valores y la vida buena. La idea es la siguiente: vivimos en sociedades pluralistas; discrepamos sobre cómo valorar los bienes; discrepamos sobre la naturaleza de la vida buena; así que lo ideal sería poder recurrir a instrumentos que sean neutros, que nos ahorren la necesidad de tomar esas decisiones de manera explícita, porque no nos pondríamos de acuerdo. Ahora bien, como es evidente, los mercados no son instrumentos verdaderamente neutrales en cuanto a valores». Piketty añade brevemente: «Estoy de acuerdo con esto. Pienso que, al final, eso es miedo a la democracia; es miedo a la deliberación democrática» (páginas 59 a 60).
No es fácil persuadir a los ricos, tanto a los milmillonarios como a los países más prósperos, para que compartan sus riquezas con los más pobres. En España en estos meses los ciudadanos estamos haciendo la declaración de renta a Hacienda. A mí —e imagino que a muchos otros— me irrita la enorme carga impositiva que pesa sobre las clases medias (o sobre los pensionistas como es mi caso) mientras que muchos de los más poderosos eluden esas obligaciones mediante hábiles recursos de ingeniería financiera.
Por mi parte, no sé de economía ni de políticas fiscales, pero tengo para mí que se trata de persuadir de su responsabilidad a quienes poseen más para que pongan sus bienes al servicio de quienes poseen menos. Por supuesto, hay muchas maneras de hacer esto, por ejemplo, creando puestos de trabajo o favoreciendo las obras sociales, pero en primer lugar pienso que deben contribuir decisivamente a la redistribución social de la riqueza a través de los impuestos.