Opinión

Corrupción en el PSOE: lo que dice la Iglesia

por Josep Miró i Ardévol 16-06-2025

El Informe de la UCO sobre el Secretario de Organización del PSOE y el hombre más importante en el funcionamiento ordinario del partido, no es el desafuero de una persona, sino la manifestación de un sistema altamente corrompido, que afecta desde hace una década al partido, al gobierno y a diversas empresas públicas, como claramente muestran estos dos informes:

https://conversesacatalunya.cat/es/no-es-el-caso-cerdan-es-un-sistema-corrupto-con-sanchez-como-maxima-autoridad/

https://conversesacatalunya.cat/es/corrupcion-sistemica-en-el-psoe-de-sanchez-un-analisis-exhaustivo/

Además, muestra la enorme hipocresía entre principios y práctica: https://conversesacatalunya.cat/es/el-gobierno-sanchez-progresista-feminista-y-los-puticlubs/

También todos los demás escándalos reales o presuntos, desde las maletas de Venezuela del caso Delcy Rodríguez, vicepresidenta de Venezuela y figura clave del gobierno de Nicolás Maduro, pasando por el hermano, la mujer, el Fiscal General del Estado, Leire Diez, Aldama, Globalia y Air Europa, las primarias que encumbraron a Sánchez, Francina Armengol, la tercera autoridad del estado, y un señor de Arevalillo que pasaba por allí.

Es la corrupción sistémica en las contrataciones de empresas públicas: Correos, Ineco, Tragsasec, Logirail, filial de RENFE, Materiales Ferroviarios SA, de momento, y es por su actitud de cómplices necesarios la quiebra del sistema de partidos que apoyan todo este estado de cosas. Partidos históricos como PNV, ERC y PCE, y todos los demás, Junts, BNG, Podemos, EH Bildu, hasta llegar a los más ostentosos en la hipocresía, Sumar como partido y coalición.

Si la política era ya uno de los primeros problemas del país para los ciudadanos, ahora sencillamente es "EL PROBLEMA"

La corrupción política no es solo un delito contra el erario, ni una quiebra del deber institucional: es, ante todo, un pecado grave contra la justicia, el bien común y la dignidad humana. La Iglesia católica ha reflexionado profundamente sobre esta realidad, desde la teología clásica hasta el magisterio pontificio contemporáneo, desarrollando una condena firme, sistemática y transversal de la corrupción como forma de degeneración moral y estructural del poder.

La corrupción, para la Iglesia católica, es mucho más que un delito político: es una herida abierta al corazón de la justicia, un pecado que desfigura el alma del poder.

La corrupción política no es solo una violación penal o una quiebra institucional: es una forma de injusticia estructural que traiciona el bien común, degrada la dignidad humana y erosiona la confianza pública. En palabras del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, "uno de los signos más graves de la decadencia moral" (n.º 411).

Es un cáncer que se instala donde el poder deja de ser servicio y se convierte en propiedad privada. Un delito que, más allá de las cifras, deja víctimas invisibles: el pobre que no recibe atención, el estudiante que no tiene libros, la madre que espera un medicamento que nunca llega.

La autoridad corrompida, según el Catecismo

El Catecismo de la Iglesia Católica es categórico: la autoridad política solo es legítima cuando se orienta al bien común y utiliza medios moralmente lícitos (n.º 1903). Si se aprueban leyes injustas, "estas disposiciones no obligan en conciencia". La corrupción, entonces, no solo destruye la justicia: disuelve la legitimidad misma del gobierno.

En su n.º 2409, el Catecismo condena con claridad "toda forma de tomar y de usar injustamente los bienes ajenos", incluyendo el fraude, los sobornos y el enriquecimiento ilícito. Son actos que violan el séptimo mandamiento. Pero más aún: son traiciones a una vocación que debería reflejar la autoridad del mismo Cristo.

San Juan Pablo II eCentesimus Annus (1991), denuncia que "la corrupción pública impide el desarrollo económico, alimenta la injusticia y despoja a los pobres de lo que les corresponde" (n.º 47). Para él, la corrupción no es solo un mal político, sino una violencia estructural contra la dignidad humana.

Benedicto XVI eCaritas in Veritate (2009), advierte que "los responsables políticos deben evitar toda forma de corrupción [...] que impida el desarrollo integral del hombre y de los pueblos" (n.º 22). Su enfoque es profundo: la corrupción no sólo destruye instituciones, sino el alma moral de las sociedades.

Con su estilo directo Francisco, pronunció en Nápoles (2015): "La corrupción apesta. El corrupto vive del aire viciado del poder abusivo."
En Fratelli tutti (2020), va más allá: "La corrupción, la desinformación y el desprecio del bien común provocan una decadencia política que impide la construcción de un mundo más fraterno" (n.º 182).

En su Suma Teológica (II-II, q. 64, a. 1), santo Tomás de Aquino afirma que quien roba desde el poder "peca doblemente": por cometer injusticia y por pervertir la autoridad que debería custodiar el bien común.

En De Regno, no duda en nombrar el mal por su nombre: "La peor forma de gobierno es la tiranía, porque el gobernante se sirve del poder en beneficio propio y no del pueblo".

La corrupción es, entonces, una forma de tiranía blanda y disimulada. Es poder sin alma. Es servicio convertido en botín.

La Iglesia no calla: denuncia y compromiso

La Doctrina Social de la Iglesia no se limita a condenar el pecado. Llama a la conversión personal, a la regeneración ética y a la cultura de la responsabilidad. El cristiano no puede ser cómplice pasivo ni espectador cobarde. Como enseña el Compendio (n.º 567):

"Es necesario fomentar una cultura de la legalidad, la transparencia y la responsabilidad".

El servidor público recuerda el Catecismo (n.º 2236), debe inspirarse en el ejemplo de Jesús, "que lava los pies a sus discípulos". Quien tiene poder debe arrodillarse ante el pueblo, no subirse sobre él.

La corrupción destruye naciones no solo por lo que roba, sino por lo que rompe: la confianza, la dignidad, el futuro. El Evangelio no puede ser neutral ante este drama. Y la Iglesia, fiel a su vocación profética, levanta la voz.

"Una democracia sin valores degenera fácilmente en un totalitarismo visible o encubierto", advirtió san Juan Pablo II.

Y cuando el poder deja de servir, es el pueblo el que debe recordar su dignidad y exigir justicia. Porque la santidad no se mide solo en templos, sino también en oficinas públicas. Y porque la fe, si no denuncia al corrupto, corre el riesgo de justificar al tirano.

Epílogo: entre la cruz y la constitución

En cada acto de corrupción hay una cruz invisibilizada: la del inocente que carga con las consecuencias. El cristiano está llamado a desmontar esas cruces, no a perpetuarlas.

Hoy, como siempre, el cristianismo ofrece algo más que moral: ofrece una brújula. Una luz profética en medio de la sombra política. Y una certeza: el poder solo es legítimo cuando se pone al servicio del bien común.

Los católicos en España, ahora, pensemos como pensemos en otros aspectos, tenemos un deber común: negarnos a aceptar las leyes de un poder ilegítimo, rechazar la tiranía que significa el poder que procura para sí antes que para la gente. No podemos ser cómplices ni espectadores Y eso se concreta en democracia, si es que el concepto todavía rige, en convocatoria de elecciones ya. O eso o construyamos la insumisión ante la injusticia, la inmoralidad y la tiranía

 

 

Fuente: ForumLibertas.com