Entre algunos que se auto declaran reformadores, y entre quienes sin declararlo actúan como tales, encontramos el “complejo mesiánico”. ¿En qué consiste? Sin dar una definición técnica, el “complejo mesiánico” sería la actitud de quien deja de lado el consejo de personas prudentes, las lecciones del pasado, la seriedad a la hora de analizar los problemas, para lanzarse precipitadamente a acometer reformas con las que piensa que solucionará casi todos los problemas.
 
Esto se puede aplicar en niveles diferentes: desde la vida familiar o el puesto de trabajo hasta el funcionamiento de un grupo más amplio, un país, un continente o incluso para todo el planeta. También el complejo mesiánico se da entre los miembros de la Iglesia católica. En la parroquia o en Cáritas, en una comunidad religiosa o entre los bautizados de una diócesis, pueden surgir personalidades fuertes y “carismáticas” que, de modo más o menos evidente, incurren en el complejo mesiánico.
 
Es bueno querer arreglar el mundo. Es peligroso pretenderlo sin ideas claras. Es abiertamente dañino buscar una meta tan noble desde actitudes fanáticas y con acciones espectaculares y lejanas a los más básicos criterios de la prudencia y de la justicia.
 
Hace años un libro avisaba de este complejo en unas breves líneas. Escrito por el P. Alejandro Roldán, jesuita, el volumen llevaba por título Las crisis de la vida en religión (Razón y fe, Madrid 1967).
 
En el capítulo III abordaba el tema de la “crisis de obediencia”, con una sección titulada “Soberbia colectiva y complejo mesiánico”. En ella el P. Roldán analizaba diversos aspectos de la rebeldía en algunos jóvenes religiosos (el análisis puede valer perfectamente para algunos adultos, laicos y sacerdotes), e individuaba la raíz del complejo mesiánico en la soberbia. Inmediatamente después, añade estas líneas:
 
“Una última consideración en este apartado. De toda esta actitud soberbia que comentamos, brota en la juventud de hoy un como complejo mesiánico, creyéndose llamada a reformarlo todo, y no sólo convencida de que ve más que los que le dirigen, sino persuadida ingenuamente de que cuando le llegue la hora de actuar, resolverá todos los problemas de una vez para siempre. A dónde puede llevarnos todo esto, es hoy imprevisible, pero ciertamente, explica la gravedad de la crisis por la que atraviesa la virtud de la obediencia”.
 
Frente al complejo mesiánico hay antídotos sencillos y exigentes. Junto a la humildad que sabe reconocer los propios límites y las cualidades ajenas, está ese espíritu de cordialidad y apertura hacia el otro, especialmente a quien tiene más experiencia y más hondura espiritual. Igualmente, el complejo mesiánico se cura con una dosis de realismo y con un ponderado estudio sobre otros momentos de la historia para ver qué reformas han causado más daños que beneficios, y qué reformas han promovido el bien, la verdad y la armonía en los corazones y en las sociedades. El complejo mesiánico es, pues, una enfermedad curable. Con un poco de buena voluntad y con apertura de mente y de corazón, será posible trabajar serenamente por el bien de los grupos. El resto, que siempre es lo más importante, quedará en las manos de un Dios que dirige la historia a veces por caminos sorprendentes, y con resultados maravillosos si encuentra hombres y mujeres que buscan vivir el Evangelio tal y como nos lo explica el Magisterio de la Iglesia.
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