La progresiva secularización y descristianización de la sociedad ha fomentado desde hace años un proceso de liberación o revolución sexual, que consiste en una reacción contra la época anterior llena de prohibiciones y represiones, con un aumento de la libertad sexual más allá de los tabúes y de la responsabilidad, pasándose, en función de la ley del péndulo, del puritanismo de antes, a una permisividad casi absoluta, con la salida de los armarios del silencio de gays y lesbianas y la despenalización e incluso legalización del aborto, sin ningún tipo de criterios morales. asociados. Ello conduce a la denominada «ideología del género», que considera la sexualidad como un elemento absolutamente maleable sin componente amoroso, cuyo significado es fundamentalmente de convención social. Es decir, no existe ni masculino ni femenino, sino que nos encontramos ante un producto cultural que va cambiando continuamente, liberando al ser humano de su biología, hasta el punto de poder escoger libremente su sexo y su actuación sexual, pues sólo de ese modo será libre y estará liberado.

 

En esta concepción, la fornicación es un derecho de cualquiera, porque el fin de la sexualidad es el placer y él o ella tienen sus órganos sexuales para usarlos cuando y como les venga en gana, evitando, eso sí, las enfermedades venéreas y los embarazos. Estamos ante un libertinaje en el terreno sexual que está arruinando muchas vidas impidiéndolas el acceso a la madurez que se requiere para poder tener una familia estable.

 

Al acostumbrarse a vivir la sexualidad al simple nivel del placer, uno se va haciendo progresivamente incapaz de experimentarla como compromiso. Si el encuentro sexual es tan solo una búsqueda egocéntrica, impulsiva, uno ya no la siente como entrega y aceptación del otro, con lo que no logra vivirlo como un proyecto amoroso y de fidelidad a largo plazo. Se crea así en quienes lo practican un proceso de despersonalización, al quedar interrumpida la maduración por confundir vida sexual y banalidad, siendo todavía peor si la relación sexual es de prostitución o de promiscuidad. Nunca se me olvidará una conversación que tuve con un varón de 36 años, quien me dijo que todo su dinero sobrante lo gastaba en prostitutas. Evidentemente, ni tenía novia, ni podía pensar en crear una familia.

 

El sexo, amparado en la permisividad tolerante de la sociedad y de las leyes, se ha instaurado como un artículo de consumo al alcance de todos y que origina cuantiosos beneficios económicos.

 

La permisividad absoluta y el rechazo de toda moral que no identifique bien con placer son el denominador común de este tipo de corrientes. Es una visión laicista y atea, y da igual ser homo que heterosexual, juntarse por una temporada que casarse definitivamente, tener hijos que no tenerlos, aceptarlos que destruirlos antes de que nazcan. Cada uno es dueño absoluto de su vida, y, en parte, también de la vida de los demás, como ocurre en el caso del aborto provocado. El fomento de la promiscuidad y otros vicios adictivos se genera en los grupos de poder que ven en el fortalecimiento de la familia una amenaza a sus intereses. Se separa la sexualidad del matrimonio y de la procreación, evitando el comprometerse, y, finalmente, se desvincula la sexualidad del amor, para acabar en el simple hedonismo. Tan sólo se quiere satisfacer el instinto, con la búsqueda del placer y del orgasmo.

 

En el ambiente actual postmoderno, se ha separado por muchos la sexualidad de la procreación y también de la relación estable familiar. La vida sexual de muchos no es sino la búsqueda de satisfacciones sexuales acompañadas o no de intercambios afectivos con otra persona del propio o del otro sexo. Pornografía y prostitución se ven favorecidas por esta mentalidad. La crisis familiar, la ausencia de convicciones y valores religiosos, el ambiente hipersexualizado y los anticonceptivos han contribuido poderosamente al incremento de todo tipo de relaciones. Los individuos promiscuos de ambos sexos se autojustifican diciendo que tienen grandes necesidades sexuales en cantidad y calidad y que deben cambiar de comparte, sea en intercambio de pareja, sea en trío, sea anónimamente. Su sexualidad no es sino la consecuencia patológica de una sexualidad bloqueada que toma las características de una adicción, siendo hasta tal punto así que es bastante frecuente que vaya acompañada de otras adicciones, como dependencia de fármacos, desórdenes en la comida, ludopatía, alcoholismo. En las mujeres se llama ninfomanía, y es una compulsión sexual que les impele a multiplicar sin freno las experiencias sexuales, lo que las puede conducir a una prostitución voluntaria y a una insatisfacción sexual imposible de llenar.

 

Quien practica la promiscuidad es sencillamente un incapaz de amar a nadie de modo duradero, si es que es capaz de amar de algún modo, pues lo que hay en esa persona es una ausencia total de principios morales. Además, estadísticas fiables demuestran que la promiscuidad sexual es una conducta de alto riesgo que lleva a las enfermedades de transmisión sexual y disminuye en varios años la esperanza de vida de quien la practica. Esto hace que la promiscuidad, tanto homo como heterosexual, no sólo es un pecado contra la castidad, es decir contra el sexto mandamiento, sino también contra el quinto, al poner en riesgo la propia salud. Los estados de ánimo negativos, como la desilusión, el descorazonamiento y el fracaso son una de las causas principales de los encuentros sexuales anónimos.

 

 

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