El sábado 04 de noviembre el Papa Francisco habló a la Iglesia de Grecia sobre el valor de la pequeñez, porque ser una Iglesia pequeña -como en el caso de la grey católica en este país- la convierte en un signo elocuente del Evangelio. El Dios anunciado por Jesús elige a los pequeños y a los pobres, se revela en el desierto y no en los palacios del poder. Se pide a la Iglesia, no sólo a la griega, que no se enorgullezca persiguiendo grandes números, abandonando el deseo mundano de querer contar, de querer ser relevante en el escenario mundial.
Pero Francisco también explicó que ser pequeño no equivale a ser insignificante. Ser levadura que fermenta escondida "dentro de la masa del mundo" es, de hecho, lo contrario de entregarse a la vida tranquila, de avanzar por fuerza de la inercia. El camino indicado por el Papa es el de la apertura a los demás, el del servicio, el del acompañamiento, el de la escucha, el del testimonio concreto de cercanía a todos: que es lo contrario de una Iglesia encerrada en sí misma que se complace de su pequeñez.
Ante la secularización y la evidente dificultad que los cristianos encuentran hoy para transmitir la fe, es posible encerrarse, intentando crear comunidades perfectas, que se abstraigan del mundo para preservar su pequeño o pequeñísimo rebaño, esperando que pase la tormenta y con nostalgia de un pasado que ya no existe. O bien, y este es también un riesgo muy presente hoy, nos dedicamos con hiperactividad a las estrategias misioneras, convencidos de que el anuncio, el testimonio e incluso la conversión no son frutos del Espíritu a los que debemos dar cabida, sino el resultado de nuestras capacidades y de nuestro protagonismo. Así, existe el riesgo, desgraciadamente recurrente en la era digital, de que en el centro de la evangelización esté el evangelizador y sus artilugios, en lugar del Evangelio y su Protagonista. Dejar espacio al Protagonista: este es el sentido profundo de la conversión, como metanoia, como cambio de mentalidad a la luz del Evangelio.
La pequeñez de la que habla Francisco es, pues, un don. Es ser conscientes de que sin Él no podemos hacer nada y que es Dios quien nos precede, quien convierte, quien sostiene, quien cambia. Y esta toma de conciencia es también preciosa para las Iglesias incluso numéricamente significativas: la oportunidad que ofrece el camino sinodal que acaba de comenzar puede ayudar a las comunidades cristianas a liberarse de las ataduras de la burocracia, del clericalismo, de confiarse en las estructuras, para construir o reconstruir un tejido de relaciones humanas en el que florezca el testimonio.