Sorprende encontrar a personas que alaban a terribles dictadores culpables de haber provocado miles de víctimas, con la “excusa” de que promovieron el pleno empleo, o que engrandecieron a sus países, o que mejoraron la situación de los campesinos, o que desarrollaron la industria, o que simplemente se defendieron ante las agresiones de otros países.

 

Alabar a un dictador que ha creado un sistema represivo donde eran asesinados sin ningún juicio los adversarios políticos, o encarcelados con juicios amañados, significa haber perdido el horizonte ético básico, que condena cualquier acción criminal, independientemente de quien la lleve a cabo.

 

Por desgracia, existen cegueras ideológicas que se fijan solo en lo que es declarado “bueno” entre los objetivos alcanzados por un dictador, y olvidan, o quitan importancia, a las acciones llevadas a cabo contra los derechos fundamentales de miles de personas perseguidas arbitrariamente.

 

Esa ceguera se daba en el pasado y sigue viva en el presente. Hoy es posible encontrar a personas que alaban a Hitler por haberse opuesto al comunismo y haber “engrandecido” a Alemania. O alaban a Lenin y Stalin por haber promovido el Estado socialista orientado, supuestamente, a beneficiar a los trabajadores y derrocar a los capitalistas. O exaltan a Mao Tse Tung (Mao Zedong, según se escribe ahora) como el libertador del pueblo chino frente a la corrupción y a las humillaciones extranjeras.

 

Pero este tipo de alabanzas encierra una terrible injusticia ante los miles (en los ejemplos anteriores, los millones) de víctimas inocentes de esos y otros dictadores que, bajo pretextos ideológicos y manipulaciones más o menos sofisticadas, han actuado contra sus propios ciudadanos y, en muchos casos, contra la gente de otros países del mundo.

 

Se dirá que también en las democracias hay políticos que cometen injusticias, que desencadenan guerras arbitrarias, que aprueban el aborto o la eutanasia. Esa observación no quita en nada el hecho de que existen cegueras ideológicas, sino que lo confirma. Porque también es criminal quien, amparado en sus credenciales de demócrata elegido según las leyes de su Estado, promueve cualquier acción que vaya contra la vida o los derechos fundamentales de la gente.

 

Frente a las cegueras ideológicas hay que responder con la verdad que denuncia los delitos que cometa cualquier ser humano, especialmente cuando ocupa puestos de gobierno y responsabilidades públicas que afectan a la vida de las personas.

 

Todo mal gobernante ha de ser juzgado y condenado según la gravedad de sus delitos. Solo así se defienden seriamente los derechos fundamentales de las personas, se corrigen tantos abusos de poder, y se abren espacios para que, en el futuro, los gobernantes asuman sus tareas públicas con un mayor compromiso a favor de la justicia.

 

 

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