"Por todas partes te busco
sin encontrarte jamás,
y en todas partes te encuentro
sólo por irte a buscar".
Estos versos de Antonio Machado reflejan un corazón que busca, que llama, que espera, que quiere y que encuentra.
Dios es un misterio que nos interpela, que nos espera, que nos invita a todas horas, en todos los momentos, en cada circunstancia.
A la vez, Dios quiere que le busquemos. Está en todas partes, pero no todos lo vemos. Nos ama como a hijos, pero sabe respetar nuestra libertad. Desea que volvamos a casa, pero nunca nos obliga a que le demos un beso. Vivimos entre sus brazos, pero el sentirnos seguros, como hijos, bajo los techos de su cielo, depende de nosotros, de nuestra libertad.
Dios, presente y misterioso, palpita en todos los rincones del universo. ¿Por qué no lo vemos? ¿Por qué tantos dudan? ¿Por qué tanto sufrimiento? El camino de la vida nos lleva, sin quererlo, hacia la respuesta.
Pero no hemos de esperar a pasar el umbral de la muerte para resolver el misterio. En cada árbol, en el canto del jilguero, en los vuelos de una abeja o en el perfume de un jazmín, se esconde algo grande, hermoso, bello. Una presencia buena, amiga, paterna, viene a nuestro encuentro en los mil detalles de la vida.
Dios y un hombre que busca. Buscar no es fácil si no sabemos leer los signos, si el cansancio de la vida deja heridas profundas, si la soledad nos hiere al ver que ese amigo o familiar amado ha partido a otros cielos. Buscar, sin embargo, es lo esencial de un corazón que ama, que desea encontrarse con el Dios vivo, que anhela fe, esperanza y un poco de consuelo.
Te encuentro, sí, en todas partes, pero tienes que ayudarme a buscar. Deprisa, porque la vida pasa y las nubes se pierden en el horizonte. Deprisa, porque el amor no soporta la ausencia del amado, porque no puedo vivir sin Ti, porque muere mi corazón un poco cada vez que no siento, cerca, dentro, tu aliento y tu fuerza de Dios bueno...