Se ha puesto sobre el tapete de las utopías políticas la ‘abolición’ de la prostitución, que provoca un nuevo rifirrafe ideológico con quienes pretenden que se impida el proxenetismo pero se garantice el ‘libre’ ejercicio de la prostitución.

 

Vemos, tanto en la solución ‘abolicionista’ como en la solución ‘liberal’, los graves errores morales y teológicos sobre los que se asientan las ideologías modernas. Afirmaba Donoso Cortés que toda gran cuestión política supone y desarrolla una gran cuestión teológica, una observación que tampoco le pasó inadvertida a Proudhon. Y esta cuestión que ahora abordamos lo prueba plenamente; también prueba, por cierto, que las ideologías son falsificaciones religiosas que terminarán conduciéndonos a un barranco sin fondo. Pues, cuando se parte de premisas erróneas (como cuando, en una expedición, se parte de coordenadas equivocadas), siempre se acaba en un barranco.

 

No se puede considerar la prostitución como un oficio cualquiera, con la única condición de que sea ejercida libremente, sin coacción ni chantaje. El hombre se distingue del resto de los animales –nos enseña Aristóteles– por su capacidad para discernir la naturaleza de sus actos, determinando si son buenos o malos. Desde luego, que la prostitución sea ejercida mediante coacción o chantaje añade aspectos sombríos a su práctica. Pero la prostitución, en sí misma, es un acto indigno, que daña de forma muy grave, tanto moral como afectivamente, a quien la ejerce y a quienes a ella recurren. Y si lo hacen ‘libremente’ es porque su libertad se halla viciada (u ofuscada por pasiones torpes) y es incapaz de ponderar las consecuencias funestas de esa práctica. Siempre la «sexualidad elemental, divorciada del amor» tiene –nos recuerda Aldous Huxley– un efecto degradante en la naturaleza humana; pero una sexualidad ofrecida o buscada a cambio de dinero atenta contra nuestra dignidad y lastima muy gravemente los vínculos humanos, que exigen donación, además de incapacitarnos para los afectos verdaderos (porque todo afecto fingido acaba siendo un callo que nos insensibiliza).

 

Cuando se niega el juicio aristotélico sobre la naturaleza de los actos, los resultados serán siempre catastróficos. Pero frente al error de la ‘legalización’, que se niega a determinar la naturaleza de la prostitución, se halla el error de la ‘abolición’, que se niega a reconocer la naturaleza humana. Al escribir sobre los utopistas obsesionados con la creación de un hombre nuevo, Lewis Mumford señalaba: «Al pretender que Falstaff sea como Cristo, estos fanáticos impiden que los bribones de nacimiento sean capaces de alcanzar al menos el nivel de un Robin Hood». Hasta donde yo sé, Mumford era ateo; pero no hace falta ser creyente para intuir ciertas verdades teológicas, sobre todo las que atañen a la naturaleza humana. Que, en contra de lo que pretenden los utopistas, no es una naturaleza angélica, sino una naturaleza caída, aunque bendecida por las gracias de la redención. Una comprensión cabal de la naturaleza humana propiciará que los seres humanos mejoren, pero sin pretender absurdamente que se conviertan en ángeles. Se puede conseguir que un ladrón desvergonzado como Falstaff se convierta en un ladrón solidario como Robin Hood (sobre todo si Falstaff se mira en Cristo y trata de imitarlo); pero si pretendemos forzar a Falstaff para que se convierta en Cristo de la noche a la mañana, sólo lograremos enfurecerlo. Y esto es lo que conseguirán estos utopistas que pretenden la ‘abolición’ de la prostitución: generar frustración y violencia entre quienes recurren a esta forma degradante de sexualidad, que de este modo acabarán degradando toda expresión de su sexualidad (y de la ajena). La ‘abolición’ de la prostitución incrementará las violencias y abusos sexuales y, en fin, la prostitución generalizada de los afectos y de la sexualidad.

 

La lacra de la prostitución sólo se podrá combatir (además de persiguiendo el proxenetismo, claro está) trabajando con la caída naturaleza humana, recuperando los frenos morales que la encauzan, apagando los reclamos que la encienden, formando suavemente las conciencias, templando la libertad humana, de tal modo que se vigorice y pueda vencer sus flaquezas y debilidades. Así se logrará poco a poco que cada vez menos personas recurran a la prostitución para aliviar sus ansiedades sexuales y existenciales; y también que menos personas se prostituyan ‘libremente’. Toda solución que confunda la naturaleza humana con la naturaleza angélica no hará sino acrecentar fatalmente el problema, como siempre ocurre cuando se pretende crear un ‘hombre nuevo’ en lugar de mejorar al viejo.

 

 

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