¿Qué quieren decir los padres de Mariquilla, esa niña atropellada a la puerta de su colegio, cuando afirman que «Nuestro Dios lo ha permitido para sacar bienes mayores»? Al periodista Arcadi Espada esta afirmación se le antoja la «justificación de un dios [sic] criminal» que exige sacrificios humanos. Pero esta es una afirmación absurda, pues precisamente ese Dios «se ofreció a sí mismo como un solo sacrificio por los pecados, válido para siempre» (Heb 10, 12). Dios no exige el sacrificio de una niña, ni la utiliza como instrumento «para llevar a cabo su propósito», como pretende Espada; y, sin embargo, Dios permite que esa niña muera, permite que haya mal en el mundo. ¿Por qué?
"En esto consiste la esperanza cristiana: en experimentar que la belleza resplandece más allá de sí misma"
El problema del mal constituye la dificultad más fuerte para nuestra inteligencia religiosa del cosmos. Con razón San Agustín, que tanto tiempo dedicó a desentrañar su naturaleza, «buscaba de dónde provenía el mal, y no encontraba explicación», según él mismo nos reconoce en sus Confesiones. Finalmente, formularía un enunciado que es exactamente el mismo que los padres de Mariquilla utilizan en su carta: «Si Dios no fuera tan poderoso y tan bueno que puede convertir el mal en bien, no lo hubiera dejado existir». Por ser bueno, Dios no puede haber creado el mal, que además no es una sustancia, sino una privación (por lo que no tiene causa eficiente, sino causa deficiente). El mal es una deficiencia en la acción de las criaturas (humanas o angélicas), que fueron creadas libres. Pero esa deficiencia, que no tiene su causa en Dios, causa sin embargo daños terribles que Dios tiene el poder de corregir, convirtiéndolos misteriosamente en una plenitud de bienes. ¿Cómo lo hace? Reparemos de nuevo en la carta de los padres de Mariquilla.
Lo normal, ante una privación tan brutal como la muerte de una hija, es rendirse a la desesperación. Pero los padres de Mariquilla hacen exactamente lo contrario. Están tan enamorados de la belleza irrepetible de su hija que tienen la convicción de que esa belleza no puede desaparecer a los cinco años; y, por lo tanto, piensan que a una privación tan maligna como la muerte de Mariquilla sólo puede corresponderse una plenitud de bienes. Los padres de Mariquilla están convencidos de que sólo un mundo no finito –un mundo que exceda sus límites aparentes– puede albergar debidamente la belleza de Mariquilla. En esto consiste la esperanza cristiana: en experimentar que la belleza resplandece más allá de sí misma, que cuando parece que ha llegado a su final, esa belleza florece de nuevo para no acabar nunca. Y esa esperanza es, en efecto, escandalosa, porque nada tiene que ver con el optimismo banal y eufórico propio de nuestra época.
«El optimismo –escribía Bernanos– es una falsa esperanza para uso de cobardes y de imbéciles. La esperanza es una virtud, una determinación heroica del alma. La forma suprema de la esperanza es la desesperación superada». La esperanza cristiana mira de frente la muerte; por eso resulta «inadmisible» para la sensibilidad de nuestra época, que rehúye la confrontación con la muerte en un afán bulímico por ‘consumir’ las alegrías fungibles que le ofrece la vida. Pero, aunque mira de frente la muerte, la esperanza cristiana no se complace en la desesperación, sino que la supera audazmente: por eso se atreve a reclamar a Dios una alegría que no se puede consumir, una alegría que restaure con creces el mal padecido, una alegría que rompa la tensión del tiempo humano. La esperanza cristiana, ante la privación del bien que es el mal, reclama una plenitud de bienes que llegue más allá de los confines de este mundo. Pero no se trata de despreciar las cosas terrenales a cambio de alcanzar a Dios, como si Dios fuera una cosa aparte de las demás (y no el Creador de todas ellas), o como si sólo se pudiera amar a Dios desdeñando todo lo demás, sino que se trata de amar todas las cosas divinamente abrazadas. De ahí que los padres de Mariquilla, a la vez que quieren a su hija disfrutando de una vida plena, quieren que la madre que la atropelló encuentre la paz y quieren que otras personas encuentren confortación. Porque la esperanza cristiana se hace realidad a través de una radical alteridad: es una esperanza que desborda mi propio bien, para derramarse sobre los demás. Ese Dios en el que creen los padres de Mariquilla no quiere sacrificios, como pretende Arcadi Espada; por el contrario, quiere que ese mal nacido de una privación se transforme en bienes innumerables para todos los que lo han sufrido; y, a través de ellos, para todos nosotros. Yo mismo ya he podido disfrutar de esos bienes, rezando por esa niña, por sus padres y por la mujer que la atropelló.
Esta es la hermosa e «inadmisible» esperanza cristiana. Doy gracias a los padres de Mariquilla por haber tenido el coraje de testimoniarla, sin temor a la furia del mundo.