Hace cien años, se hubiera considerado inconcebible que el Papa, Defensor de la Verdad, Garante de la Ortodoxia, celebrase unas vísperas ecuménicas con un arzobispo anglicano. Se hubiera considerado que un acto litúrgico conjunto hubiera traicionado la verdad que representaba ese acto: la comunión en la verdad, el culto perfecto de la verdadera Iglesia.
Hemos necesitado muchos años y el avance de la teología, para darnos cuenta de que con la misma doctrina, con los mismos dogmas, podíamos realizar ese acto litúrgico. Esa acción litúrgica no era una traición a la ortodoxia.
Pienso que quizá en el futuro se pueda encontrar alguna solución que sin traicionar la doctrina, la voluntad de Dios, la ortodoxia, se pueda hacer algo por esos hijos de Dios que vivirán alejados de los sacramentos toda la vida, e incluso en el momento de la muerte. Porque en el momento de la muerte, pensarán: ¿debo arrepentirme de haber amado a este hombre que me ha querido y cuidado hasta el último momento? Realmente, es una tesitura muy dura, extremadamente dura.
Después de haberle dado miles de vueltas a todo este asunto, considero que si en el futuro la Sede de Pedro encuentra una vía de salida a este callejón cerrado, será a través del uso de las llaves apostólicas. No quiero extenderme aquí en detalles canónicos, pero ya ahora esas llaves actúan en algunos casos canónicos matrimoniales que sería largo explicar aquí. Sería extender a otro campo ese poder que ya ahora se actúa en casos muy concretos y especificados por el Derecho.
El sacerdote que abandona el ejercicio del sacerdocio, puede encontrar finalmente la paz en la Iglesia. La monja de votos perpetuos que abandona el claustro, puede encontrar finalmente la paz en la Iglesia. El cónyuge abandonado, maltratado, joven, no podrá acercarse a la persona que le daría compañía, amor y cariño durante toda la vida en una unión que quiere ser permanente, para toda la vida. Ciertamente parece lógico que el tema se estudie no desde la disidencia, no desde la desobediencia, sino desde la ortodoxia en la obediencia en el seno de la comunión.
Yo tengo mi personal opinión teológica y podría fundamentarla. Pero me abstengo. Me abstengo, porque tengo plena confianza en aquellos que el Señor ha colocado para regir la Iglesia.
El que se sienta en el Solio del Apóstol Pedro, rodeado del consejo de una corona de cardenales, y tras escuchar al colegio formado a los sucesores de los Apóstoles, determinará que nos dice el Señor en esta época, en este momento de la Historia. Ellos, todos ellos en conjunto, hablarán como un coro. Como lo hicieron en los tiempos del glorioso Vaticano II. Mi confianza es plena.
No me costará lo más mínimo prestar mi más firme asentimiento externo e interno a su magisterio. Desde el más profundo amor a la Tradición, tengo paz respecto a lo que traiga el futuro.