Sobre estas líneas está la foto del sacerdote, gravemente enfermo de cáncer, que fue ordenado en su cama y ha celebrado allí su misa.
Voy a añadir algunas reflexiones más sobre el tema. Pero, por favor, que en mis palabras nadie vea la más mínima crítica de este recién ordenado sacerdote ni de su obispo ni de quien dio el permiso, el Papa.
Estoy seguro de que los tres han actuado con la mejor intención en un tema que es opinable. Pero no por ser opinable considero que no se puedan aportar algunas reflexiones en un tema que es debatible.
La misa, ante todo, es un acto de adoración. El modo de la adoración no es algo enteramente accesorio, puesto que estamos hablando de elementos no solo ligados a ese acto, sino que lo conforman.
No he dicho que algunos de esos elementos litúrgicos sean sustancialmente necesarios, pero sí que lo conforman. Una es la esencia de lo necesario para la transustanciación, y otra cosa es lo que conforma un acto de adoración. Esto es como un edificio al que se le puede quitar un pilar... y otro... y otro. Pero eso tiene un límite.
Algunos actos o elementos concretos de esa adoración sí que son accesorios. Pero si todas las ramas del árbol son cortadas, dejando solo el tronco, entonces sí que estamos hablando, esencialmente, de un árbol, pero de un árbol sin ramas. Incluso un perro sin patas sigue siendo un perro. Un ritual de coronación de un rey realizado en un pajar podría seguir todos los pasos del ceremonial, ¿pero sería conveniente hacerlo allí o sería mejor esperar?
La misa, en esencia, no es un acto de devoción personal. En una cama se puede rezar el rosario, leer la Biblia, hacer novenas... pero la cama no considero que sea el lugar adecuado para un acto, en esencia, comunitario y en el que debe primar la naturaleza de adoración pública. En este caso concreto, de una misa celebrada en un lecho se diluye la diferencia entre lo personal y lo comunitario, se diluye la diferencia entre la devoción y la adoración pública.
Alguien me dirá que debe primar el valor objetivo de la misa, frente a su característica de adoración pública. Pero si eso es así, también centenares de sacerdotes que pasan sus últimos años en cama también deberían poder celebrar la misa en sus lechos.
No solo eso, los sacerdotes que están ingresados unas semanas también podrían solicitar celebrarla así, reducida a lo esencial. Pero eso plantea otro problema más: no solo los sacerdotes ancianos, no solo los sacerdotes enfermos... ¿qué hacer cuando la misma enfermedad pone al sacerdote paulatinamente en una situación en la que los mismos ritos se realizan cada vez más defectuosamente sobre su cama?
Bien sea esto por la situación de su mente o la de su cuerpo. En una parroquia, la respuesta se responde de forma mucho más clara por el hecho de tener que hacer los ritos en público, por el hecho de necesitar unas fuerzas necesarias para los desplazamientos, para estar en pie durante media hora, etc. La celebración en público, en una parroquia, impone por sí misma unos mínimos. Pero la celebración en una cama da mucha más libertad al enfermo.
Pienso que la dignidad del mismo acto nos obliga a realizarlo según las normas decantadas tras el paso de siglos. Y si no se puede hacerlo, aun sin ninguna culpa, es mejor no realizar ese acto concreto litúrgico que realizarlo de forma que no exprese lo que contiene.
Considero que la misa debe ser celebrada sobre un ara consagrada, con las velas prescritas, sobre los manteles bendecidos, con el sacerdote revestido según las normas y que se debe celebrar siguiendo las rúbricas.
Si un sacerdote ciego o sin manos o que ya no puede pronunciar bien, si no puede realizar los ritos con dignidad, es mejor que no celebre; puede asistir, en el presbiterio de la iglesia, revestido con alba y estola, sin levantarse de la silla en todo el tiempo si no tiene fuerzas para ello. En los casos en los que no pueda ni pronunciar las fórmulas, puede asistir con sotana, roquete y estola.