Una palabra de amistad y afecto nos anima. Un gesto de desprecio o de ignorancia nos entristece.

 

En ocasiones, no identificamos algo concreto y externo que nos entusiasme o que nos desanime. Simplemente, inicia un estado de ánimo sin que exista una causa concreta que podamos señalar.

 

En el teatro del alma se suceden numerosas ideas, sentimientos, emociones, modos de vernos a nosotros mismos y de ver a los demás.

 

Suele ser de ayuda encontrar de dónde venga cada movimiento interior, cuál sea su causa, hacia dónde nos conduzca.

 

Pero lo más importante es afrontar lo que vamos experimentando con paz, con equilibrio, con prudencia y, sobre todo, desde un criterio clave: el amor.

 

Esta idea, este sentimiento, ¿me ayudan a amar? ¿Me permiten abrirme a Dios y a los demás? ¿Me sacan de mí mismo y me lanzan a “invertir” mi vida en lo bueno, noble, bello?

 

Aquello que me conduce al mal, aquello que me aparta de mis obligaciones, aquello que me lleva a comportamientos negativos, hay que purificarlo, incluso sacarlo del escenario, aunque no siempre sea fácil.

 

En cambio, aquello que me lleva al bien, que me hace asumir con mayor entrega mis deberes, que me permite escoger actos concretos de servicio, hay que consolidarlo y agradecerlo a Dios.

 

En el teatro de mi alma hoy entrarán y saldrán “personajes” que gesticulan, que animan, que asustan, que instruyen, que confunden, que promueven la paz.

 

Con la mirada puesta en Dios, y desde una actitud de confianza, podré discernir para dejar a un lado lo que no me lleva al amor, y para acoger y permitir que dé fruto lo que, según explican diversos autores espirituales, viene del buen espíritu, del corazón mismo de Dios...

 

 

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