El visto bueno oficial a la devoción y experiencia espiritual que comenzó en Medjugorje en junio de 1981, cuando seis muchachos contaron haber visto a la Virgen, fue posible por los abundantes frutos positivos que se ven en esta parroquia visitada por más de un millón de personas cada año y en todo el mundo: peregrinaciones, conversiones, retorno a los sacramentos, matrimonios en crisis que se reconstruyen. Son estos elementos los que siempre ha mirado el Papa Francisco, desde que era obispo en Argentina: la piedad popular que mueve a tanta gente hacia los santuarios debe ser acompañada, corregida cuando sea necesario, pero no sofocada. A la hora de juzgar supuestos fenómenos sobrenaturales hay que fijarse siempre, precisamente, en los frutos espirituales. Corresponde a esta visión del Sucesor de Pedro haber desvinculado, gracias a las nuevas normas publicadas el pasado mes de mayo, el juicio de la Iglesia de la declaración más rigurosa de sobrenaturalidad. Esta última puede seguir existiendo, pero ya no es necesario esperarla para autorizar el culto, las devociones y las peregrinaciones, si no hay engaños ni intereses ocultos, si los mensajes son ortodoxos y sobre todo hay muchas experiencias positivas.
La nulla osta para Medjugorje fue posible gracias al reconocimiento de los frutos positivos de la experiencia espiritual vivida allí y al enfoque pastoral del Papa Francisco.
Gracias al corazón de pastor de Francisco, se produce así el pronunciamiento sobre una de las apariciones marianas más conocidas y controvertidas del siglo pasado. Una decisión que no sorprende. Ya el pasado mes de mayo el cardenal Fernández, respondiendo a una pregunta sobre Medjugorje, había dicho: “Con estas normas pensamos que será más fácil seguir adelante y llegar a una conclusión”. Y no se trata de un planteamiento inédito, como atestiguan las palabras utilizadas por el entonces cardenal Ratzinger en el libro de entrevistas “Informe sobre la fe”: “Uno de nuestros criterios es separar el aspecto de la verdadera o presunta ‘sobrenaturalidad’ de la aparición del de sus frutos espirituales. Las peregrinaciones del cristianismo primitivo se dirigían a lugares sobre los que nuestro espíritu crítico de modernos se quedaría a veces perplejo en cuanto a la ‘verdad científica’ de la tradición vinculada a ellos. Esto no quita que aquellas peregrinaciones fueran fecundas, provechosas, importantes para la vida del pueblo cristiano. El problema no es tanto el de la hipercrítica moderna (que luego desemboca, entre otras cosas, en una forma de nueva credulidad) como el de valorar la vitalidad y la ortodoxia de la vida religiosa que se desarrolla en torno a esos lugares”. El propio Benedicto XVI, en 2010, había encargado a una comisión dirigida por el cardenal Ruini el estudio del fenómeno, y el resultado había sido favorable.
La Nota titulada “Reina de la Paz” reconoce, por tanto, la bondad de los frutos, presenta un juicio global positivo de los numerosos mensajes ligados a Medjugorje que se han difundido a lo largo de los años, corrigiendo algunos textos problemáticos y algunas interpretaciones que han podido verse afectadas por la influencia subjetiva de los videntes. Con respecto a los antiguos protagonistas del fenómeno, que han sido objeto de controversia e incluso de acusaciones a lo largo de los años, el documento aclara desde las primeras líneas que el nulla osta no implica un juicio sobre su vida moral y que, en cualquier caso, los dones espirituales «no requieren necesariamente la perfección moral de las personas implicadas para actuar». Al mismo tiempo, el hecho mismo de que se concediera el nulla osta significa que no se detectaron aspectos especialmente críticos o arriesgados, ni mentiras, falsificaciones o mitomanías.
La Nota del Dicasterio destaca los dos núcleos centrales del mensaje de Medjugorje: el de la conversión y el retorno a Dios, y el de la paz. Cuando comenzó el fenómeno y María se presentó como la “Reina de la Paz”, nadie podía imaginar que aquellas mismas tierras serían escenario de sangrientos enfrentamientos. El escritor quedó profundamente impresionado, mientras participaba en una peregrinación, por los testimonios de amigos y conciudadanos de los videntes: personas ajenas a las apariciones y a los mensajes que, ante la crueldad de la guerra que se había librado en aquellas tierras incluso entre vecinos, habían sabido perdonar. Y gracias a su experiencia de fe ligada a las apariciones de Medjugorje, también se habían reconciliado con los culpables de graves violencias contra sus familiares. Un aspecto mucho más “milagroso” que muchos otros fenómenos de los que se habla en torno a los lugares de las apariciones.
El auténtico mensaje de Medjugorje, al fin y al cabo, está en esos mensajes en los que la Virgen se relativiza y nos invita a no ir detrás de falsos profetas, a no buscar con curiosidad noticias sobre “secretos” y predicciones apocalípticas, como puede verse en un mensaje de noviembre de 1982: «No vayáis en busca de cosas extraordinarias, sino tomad el Evangelio, leedlo y todo os quedará claro».