No sólo pensamos que la moral católica debe cambiar, sino que además nos encontramos con que de hecho está cambiando. Especialmente en los últimos años nos encontramos con que muchas leyes, a pesar de la estabilidad que deben tener las leyes, han sido cambiadas, promulgándose incluso un nuevo Código de Derecho Canónico. Ello hace que muchas personas, especialmente las mayores, digan que la Iglesia ha cambiado.

 

Ante este problema hemos de preguntarnos: ¿qué es lo permanente y qué es lo cambiable en la Iglesia?

 

Está claro que siempre ha habido cambios y que el mundo cambia, unas veces más rápidamente y otras más lentamente. Entre 1870 y 1914 hubo una época relativamente estable, tanto en el aspecto económico como en el intelectual. No fue sin embargo así el siglo XVI con el descubrimiento y la colonización de América, que planteó a la Teología Moral problemas nuevos, por ejemplo los que encontramos en las Relecciones de Francisco de Vitoria. Las nuevas culturas descubiertas dieron a los misioneros sentido de lo relativo de las cosas.

 

Hoy los cambios son rapidísimos, tanto que se habla de una filosofía de la aceleración de la Historia, aceleración debida al prodigioso desarrollo de los medios de comunicación. Estamos, en efecto, en plena evolución y cambio en el pensamiento técnico, político, filosófico y religioso. En el mismo Concilio era en ocasiones clara la distinta mentalidad de los obispos según países ante algunos problemas religiosos, por ejemplo la libertad religiosa o los matrimonios mixtos.

 

Y es que el pensamiento puro no existe, sino que está condicionado por la historia, el ambiente, la técnica y las ideas. No podemos olvidar en nuestro campo religioso la existen­cia de hombres y acontecimientos carismáticos, como San Francisco de Asís o el Concilio Vaticano II.

 

Podemos comparar nuestra moral con una ancha autopista. Nada nos impide viajar tranquilamente por nuestra derecha, centro o izquierda de la calzada. Sólo estaría­mos en peligro si nos vamos demasiado a la derecha o a la izquierda, porque entonces nos saldríamos del camino. Debemos por tanto tratar de evitar los siguientes extremismos:

 

  1. a) El de aquellos que creen poseer la verdad e identifican sus opiniones con la verdad. Insisten en la dimensión vertical de la relación con Dios, defienden el modelo eclesial de cristiandad en su sentido más peyorativo y se olvidan totalmente de la relación horizontal con el prójimo. Su moralidad es infantil, basada en el miedo, pues conciben la Ley como un absoluto transcendente y en la que lo único que cuenta son los conceptos de permitido y prohibido. Esta moral lleva directamente al fariseís­mo y a buscar la salvación en nosotros mismos, olvidándo­nos que es Dios quien salva. Son la extrema derecha religiosa, que incurre en el dogmatismo por su unilateralidad y su postura no crítica de posesión de la verdad, lo que en consecuencia les lleva al fanatismo, constituyéndose en "defenso­res" de la verdad y no recordando que el cristianismo es ante todo y sobre todo Amor.
  2. b) Los que no hacen caso de la presencia de Dios, centro de todo en cuanto Verdad Absoluta. Para éstos no hay una verdadera continuidad, sino solamente ven los hechos mudables de este mundo, con una visión populista que exalta el sacerdocio común y la participación de todos en la vida de la Iglesia hasta el punto de borrar las diferencias fundamentales en los sacramentos y en las estructuras eclesiales, con una insistencia exclusiva en la dimensión horizontal interhumana y olvidando nuestra dimensión vertical sobrenatural. Su moral es adolescente, al poner la propia autonomía como bien supremo, con rechazo de las leyes y gran intransigencia hacia los demás. Este extremismo constituye la extrema izquierda religiosa.

 

 

Los extremistas, al querer imponer sus valores y juicios, provocan malestar, divisiones y enfrentamien­tos violentos, así como generan una actitud de rechazo. Ante cualquier tipo de extremismo hemos de tener en cuenta que sólo Dios es la Verdad Absoluta y que por tanto una posesión total de la Verdad nos es imposible en esta vida, pues esta posesión sólo la conseguiremos el día que veamos a Dios cara a cara. Nos será igualmente útil recordar que podemos darnos por satisfechos si en nuestras discusiones el 55% de las veces podemos tener el 55% de la razón. Por ello será conveniente en nuestros debates partir del supuesto de que "sólo" tenemos el 90% de la razón, es decir que siempre tenemos la posibilidad de aprender algo del otro, teniendo además en la memoria una frase famosa: "Discusión ganada, conversión perdida".

 

 

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