La paternidad responsable nos ha enseñado que un matrimonio puede encontrarse ante la necesidad de no tener más hijos o de espaciar nacimientos, o por el contrario buscar el modo de tenerlos, y también que no todos los métodos merecen, cuando se trata de lograr estos fines, la misma calificación moral.

Pocas experiencias humanas son tan ricas como el ser padres y tener vínculos afectivos con los hijos. La fe y la esperanza están, desde luego, en el centro de una procreación auténticamente humana, por lo que el acto de procreación para ser plenamente humano debe ser igualmente un acto de amor. Pero no se trata simplemente de engendrar un hijo o hijos, sino también de educarlo o educarlos, ayudándoles en su formación personal, tanto humana como religiosa.

Pero como nos dice San Pablo VI en su encíclica Humanae Vitae: “Si para espaciar nacimientos existen serios motivos, derivados de las condiciones físicas o psicológicas de los cónyuges, o de las circunstancias exteriores, la Iglesia enseña que entonces es lícito tener en cuenta los ritmos naturales inmanentes a las funciones generadoras, para usar del matrimonio en los períodos infecundos y así regular la natalidad sin ofender los principios morales” (nº 16).

Se consideran métodos naturales de regulación de la fertilidad aquéllos que, sin violentar la fisiología femenina, permiten determinar sus períodos fértiles e infértiles, basándose en los indicadores ovulatorios del ciclo menstrual: “Recurrir a los métodos naturales de regulación de la natalidad comporta la decisión de vivir las relaciones interpersonales entre los cónyuges con recíproco respeto y total acogida” (Pontificio Consejo Justicia y Paz, Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, nº 233); “Por eso no se trata tanto de ‘métodos anticonceptivos naturales’, cuanto de ‘métodos de conocimiento de la fertilidad’, ya que sirven para conocer cuándo es posible lograr o no una concepción” (Directorio de Pastoral Familiar de la Conferencia Episcopal Española, nº 171).

En este aprendizaje entran en juego elementos de comunicación en el matrimonio, de confianza mutua, de lucha contra la rutina, de oportunidad para fortalecer los lazos de ternura entre ambos, de evitar que la relación sexual sea un mero pasatiempo, de crecimiento en la virtud del autodominio y de ponerse en manos de Dios y de su gracia, aunque también es frecuente la petición de su enseñanza por parte de parejas ecologistas. Las mujeres pueden aprender a entender los cambios que acontecen en sus cuerpos mediante la observación de sus signos y síntomas, para saber día a día si son o no capaces de concebir.

Estos métodos se basan en la observación y sus características principales son que la fertilidad permanece intacta, por lo que si no se quiere tener hijos, conllevan días de abstinencia sexual; no usan medicamentos ni dispositivos, salvo algún termómetro; y si bien precisan un período de aprendizaje, unos tres meses generalmente, no requieren supervisión médica. Es decir, estos métodos se basan en la abstención coital durante el período fértil de la mujer, pues ésta sólo puede concebir un máximo de unos seis días a lo largo de su ciclo menstrual. Por tanto, la clave de estos métodos es el determinar lo más aproximadamente posible los días de fertilidad, es decir, determinar cuándo comienza el período fértil y cuándo termina.

Esto hace que los métodos naturales sirvan también para la búsqueda del embarazo, como sucede con la naprotecnología, en donde la cuestión fundamental es el diagnóstico de las causas de infertilidad, buscando una explicación médica de porqué una pareja no consigue procrear y, por tanto, se intenta eliminar el problema, con lo queda abierta la posibilidad de nuevos embarazos.

 
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