La Exhortación Apostólica «Evangelii Gaudium» del Papa Francisco empieza con unas líneas que son de auténtica antología: «La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría». Tanto en el Antiguo ( Is 9,2; 12,6; 40,9; 49,13; Zac 9,9; Sof 3,17; Si 14,11.14), como en el Nuevo Testamento (Lc 1, 28.44.47; 10,21; Jn 3,29: 15,11: 16,20-22; 20,20; Hch 2,46; 8,8.39: 13,52; 16,34, 1 Tes 5,16; Flp 4,4)), encontramos textos en los que se nos invita y se nos habla de la alegría.

Una persona alegre es una persona que generalmente está de buen humor. Y si Jesús nos invita a la alegría, es indudable que Él era el primero que habitualmente lo estaba y de allí a la broma sólo hay un pequeño paso que podemos preguntarnos si Jesús lo dio. En pocas palabras, ¿gastó Jesús alguna broma a sus discípulos?

Para mí hay dos textos evangélicos en los que si no me equivoco gastó Jesús bromas a sus discípulos: uno es cuando camina sobre las aguas y el otro el episodio de los discípulos de Emaús.

El episodio de Jesús caminando sobre las aguas lo encontramos en Mt 14,22-33, en Mc 6,45-52 y Jn 6,15-21. De estos tres textos voy a referirme al evangelio de Mc, porque en él hay una frase que no está en los otros dos y que subrayo en negrita: «Viéndolos fatigados de remar, porque tenían viento contrario, a eso de la cuarta vigilia de la madrugada, fue hacia ellos andando sobre el mar, e hizo ademán de pasar de largo. Ellos, viéndolo andar sobre el mar, pensaron que era un fantasma y dieron un grito» (Mc 6,48-49). Si lo que hizo Jesús no es una broma, me gustaría que alguien me explique qué es una broma.

Pero Jesús es mucho Jesús y quiere sacar consecuencias positivas y así inmediatamente dice a sus discípulos: «Ánimo, soy yo, no tengáis miedo». Esta frase desde luego vale no sólo para los apóstoles, sino para todos nosotros, a fin de que depositemos nuestra confianza en Él, porque ciertamente no nos va a defraudar. Esa misma frase «no tengáis miedo» nos la repitió tantas veces san Juan Pablo II, para que inspire nuestra conducta y no nos arruguemos ante las dificultades.

El segundo texto es el de los discípulos de Emaús que encontramos en Lc 24,13-35 y más brevemente en Mc 16,12-13. Ambos discípulos se van desanimados de Jerusalén por la muerte de Jesús y Jesús se les acerca, pero no lo reconocen. Les pregunta de qué hablan y Jesús hace como que no sabe nada, para a continuación explicarles las Escrituras en lo referente a Él. Supongo que Jesús les estaría mirando con un enorme cariño y con una alegre guasa al ver que no le reconocían mientras les estaba nuevamente guiando a ser sus discípulos. Una catequesis sobre Jesús dada por Él mismo tuvo que ser algo fabuloso, como lo prueba la reacción de los discípulos; «¿no ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?» (Lc 24,32). Los misteriosos caminos de Dios están llenos de humor, pero desde luego Jesús en todo momento, incluso cuando se permite hacernos una broma, busca siempre nuestro bien. No me extraña que ante lo que les había sucedido y a pesar de la hora tardía, pero el notición era demasiado notición, los dos discípulos se volvieron a Jerusalén a toda prisa, a contar a los Apóstoles lo que les había pasado. Por cierto, ¿les hicieron caso? Marcos 16,13 nos da la respuesta: «también ellos fueron a anunciarlo a los demás, pero no les creyeron». Nosotros, en cambio, podemos decir: «gracias, Señor, por el don de la fe».

 
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