Tiene ochenta y siete años, modales amables y desenvueltos y una sonrisa encantadora. Todavía conduce un viejo coche lleno de golpes, y verle aparcar es todo un espectáculo. A un punto de la conversación me ha confesado: «¿Sabe? A mi edad, a lo que más tiempo dedico es a hacer examen de conciencia». 

Me ha sorprendido la afirmación y le he mirado con ojos que pedían una explicación. Sin hacerse de rogar ha continuado: «Cuando yo era pequeño, en la catequesis, nos decían que había tres clases de pecado: de palabra, de obra y de omisión. Esa palabra: “omisión” … a nosotros —niños como éramos— nos parecía una bobada. Nos parecía que para pecar había que hacer algo. Por eso, la verdad es que no le dábamos más importancia a los pecados de omisión. Pero a medida que pasa el tiempo… cada vez comprendo más la gravedad de tantas omisiones. Y son pecados que no se reparan con tres Ave Marías. Son pecados que exigen mucha más de reparación por nuestra parte». 

Ha guardado silencio unos momentos, en parte para reflexionar sobre las palabras pronunciadas y en parte para observar si yo le estaba entendiendo. Finalmente, ha concluido su explicación diciendo: «Por eso le digo que, a mi edad, la mayor parte de mi tiempo lo dedico a examinar mi conciencia».

Se ha despedido y se ha marchado ligero. Ahora que sé a qué dedica el tiempo que le queda no me atrevería a entretenerle. Pero he pensado que, a gente como esta, habría que sacarla en el telediario y que le escuchara todo el país. Es la voz de un testigo que habla a la luz de la eternidad. Podría ser casi uno de esos espíritus que visitan al señor Ebenezer Scrooge en el Cuento de Navidad de Charles Dickens. 

A los que pensamos tener todavía tiempo por delante, nos deben hacer reflexionar sus palabras para aprender a administrar bien el talento que tenemos, que es el tiempo. Porque hoy es tiempo de misericordia todavía, pero —en cualquier momento— me encontraré ante el justo Juez y comenzará el tiempo de la justicia. Más vale hacer el examen de conciencia ahora, cuando todavía hay tiempo de cambiar.
 
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