En ocasiones surge en nosotros un pequeño Job que se enfrenta con Dios, que lo critica por tantos males del mundo, que lo reta para que desvele Su brazo poderoso y triunfe sobre la injusticia. 
  
Es un Job que actúa como juez: dice tener ideas magníficas para arreglar el mundo, mejores ciertamente que las de un Dios que guarda silencio y parece impotente ante la corrupción de los humanos. 
  
Es un Job que protesta ante la sequía, que se queja por el cambio climático, que se rebela por el avance de una nueva epidemia, que condena a Dios como culpable de las guerras. 
  
Es un Job que cree tener mejores razones que las de Dios, que haría un universo perfecto, sin lágrimas, sin enfermedades, sin terremotos, sin incendios, sin injusticias, sin abusos contra los más indefensos, sin abortos, sin pecados. 
  
Ese pequeño Job se planta ante Dios y discute con Él, cara a cara, de igual a igual. Incluso a veces con un cierto deje de superioridad: yo soy justo y Tú, el que dices ser Omnipotente, no lo eres... 
  
Sabemos cómo respondió Dios al Job presentado en la Biblia. No sabemos cómo nos respondería hoy, hombres del siglo XXI, que suponemos ser mucho más sabios que los sabios del pasado porque nacimos después de Galileo, de Kant, de Einstein y de muchos premios Nobel. 
  
Sin embargo, a pesar de que nos auto declaramos superiores a los “primitivos”, a los “medievales”, a los “anticuados”, hoy estamos abrumados no solo por los males que hay fuera de nosotros, sino también por males interiores: el egoísmo tiene raíces muy arraigadas. 
  
Por eso, nuestro Job interior, empapelado con títulos universitarios, orgulloso de sus muchas lecturas, autoproclamado maduro y librepensador, está herido por pecados que no puede ocultar, aunque proteste luego contra los males que considera responsabilidad de Dios. 
  
En el Calvario encontramos la respuesta de Dios al Job bíblico y al Job moderno: un silencio envuelto en misericordia, un abandono completo en las manos del Padre, un deseo de atraer a todos hacia su dulzura, su humildad, su amor. 
  
El Job que llevamos dentro guarda silencio al mirar a Jesús Crucificado. El Evangelio nos habla de su victoria definitiva, de la Resurrección que destruye el pecado, la muerte, los males del universo. 
  
Mientras la historia sigue su camino, nuestro Job interior observa, confundido, ese extraño silencio del Hijo de Dios, que acepta ser entregado en manos de los pecadores en vez de enviar ejércitos de ángeles para defenderse. 
  
Nos cuesta entender ese silencio. Nos cuesta aceptar que el grano de trigo caiga en tierra y muera. Un día comprenderemos: el camino del triunfo, de la justicia, de la vida, pasa por la tragedia incomprensible del Calvario...

 
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