Este período dura desde los siete años a los primeros signos de la pubertad. Normalmente se divide en dos etapas: desde los siete a los nueve años, que es la edad de la razón y en la que la afectividad es bastante tierna, siendo el niño dócil y generoso; y el segundo período de los nueve a los doce años, edad de mayor afectividad y ambivalencias. En este artículo hablaré fundamentalmente de la primera época.

Entre los siete y los nueve años el niño va adquiriendo la disciplina del trabajo intelectual y es bastante dócil, por lo que a esta edad se le llama también la edad de la obediencia. Las cosas pequeñas son importantes para que el niño vaya adquiriendo responsabilidad: recoger los juguetes, aprobar, poner la mesa etc. Sexualmente se muestra en esta época vívidamente su sentido del pudor, y no les gusta que les vean desnudos, tal vez como consecuencia del inicio del sentido de expresión de la propia dignidad, pero también a veces sucede todo lo contrario, en parte porque todavía son irresponsables y piensan que así tienen protagonismo. A los siete años niños y niñas se mezclan fácilmente y se escriben mutuamente, apareciendo incluso las primeras historias de amor, pero pronto empieza una progresiva separación de sexos, dejando niños y niñas de jugar juntos.

Demuestran interés por el papel y las características sexuales del niño y de la niña, teniendo cada vez más curiosidad por el embarazo de la madre, aunque actualmente reciben mucha información por los medios de comunicación. A los ocho años observan los niños a las niñas bonitas y éstas a los niños apuestos. A los nueve a veces intercambian entre amigos información sexual. Desgraciadamente también con los teléfonos móviles y los Ipad empiezan en esta época a tener acceso a la pornografía. Aunque nuestra Constitución afirme: «los poderes públicos garantizan el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones» (art. 27-3), no olvidemos la Ideología de Género, promovida por muchos Gobiernos, que intenta corromper a los niños desde la más tierna infancia, por lo que es muy necesaria la vigilancia y atención de los padres.

Aunque suele ser una época tranquila, ello no significa que no tengan curiosidad sexual y que no puedan ser inducidos al mal por leyes criminales, por sus amigos de mayor edad o por los diversos medios de comunicación. Es muy importante que los niños a esta edad se acostumbren a hacer pequeños sacrificios por motivos religiosos, empezando así a ejercitar la fuerza de voluntad, que tan necesaria les va a ser en la adolescencia y en la edad adulta. Hay que enseñarle progresivamente a ser libre y responsable de su comportamiento, inculcándole junto con la diferencia entre el bien y el mal, el respeto a los demás, premiándole por su buena conducta, pero también reprendiéndole por un daño que ha hecho o un destrozo que ha causado, es decir poniéndole límites a su comportamiento, no permitiéndosele la impunidad.

Es en esta época cuando surge la conciencia, es decir la obediencia voluntaria ya no a controles externos impuestos sino propios, así como la aparición de conductas voluntarias.

Es el momento en que muchos niños reciben la Primera Comunión. Bastantes padres son conscientes de que no puede quedarse en un acto aislado, en el que además prima lo mundano sobre lo religioso, sino que es un momento muy importante para la profundización en una fe en la que ellos son o deben ser los principales y mejores educadores, siendo necesaria una catequesis continuada con la que tienen que colaborar, incluso como actores principales, porque está en juego la educación religiosa de sus hijos y, además, porque no es lógico decirle al hijo que tiene que ir a Misa, quedándose ellos en casa. La asistencia en familia a la Misa dominical es una forma excelente de testimonio. Por ello no es raro que se dé en los padres con hijos de esta edad una vuelta a las prácticas religiosas, así como su inscripción en grupos o actividades parroquiales. Pero, desgraciadamente, también hay muchos padres que no se preocupan de hacer oración ni solos ni con sus hijos, ni valoran lo religioso y en consecuencia prescinden de ello en sus familias, dejando así agostarse la fe de su descendencia.

En cuanto al sacramento de la penitencia, la Santa Sede sigue considerando oportuno mantener la confesión antes de la primera comunión (CIC c. 914). Hay que procurar que el niño tenga una relación personal con Dios y la humildad de saber reconocer sus faltas. A la cuestión sobre si puede cometer pecados, la respuesta debe ser afirmativa, en cuanto que la Iglesia les hace confesarse, aunque más que de pecados, se trata de pecadillos. El niño de siete años conoce relativamente bien sus responsabilidades y a los nueve desea confesarse para descargar su culpabilidad, porque tiene remordimientos. Es, desde luego, bueno que el niño se confiese desde antes de la primera comunión, con una finalidad formativa y pastoral, para que aprenda a pedir perdón a Dios y a confiar en Él. Esta primera confesión es muy importante. Quien guarda un buen recuerdo de lo que significó para él el perdón de Dios, aunque se aleje durante muchos años, tiene más fácil la vuelta y conversión.

Recordemos que la confesión de los niños es siempre de devoción, porque aún no tienen el conocimiento, advertencia y consentimiento plenos necesarios para cometer pecado grave. Debemos distinguir entrela capacidad de confesarse, que sí la tienen, aunque con frecuencia muy imperfecta por su ligereza y superficialidad, y la necesidad de confesarse, que no existe al no haber pecado grave. Ciertamente la confesión, que ha de hacerse en forma de diálogo adaptado a su edad y situación, puede ayudar al niño a descubrir y percibir los valores morales y religiosos, así como para corregir algunas ideas equivocadas.

 
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