Estos días me he dedicado a leer algunos libros sobre la masonería, especialmente de antiguos masones como Sergio Abad o Maurice Caillet, o dejar hablar a los propios textos masónicos. Es evidente que la primera pregunta que nos viene a la mente es: ¿en qué consiste la masonería? Y más concretamente, ¿es una religión, sí o no?
 
 En las Constituciones de Anderson de 1723, que son el texto fundamental de la moderna masonería, leemos: “Hoy se ha creído más oportuno no imponerle otra religión que aquella en que todos los hombres están de acuerdo, y dejarles completa libertad respecto a sus opiniones personales” (art.1). En la masonería existen ritos, ceremonias, creencias comunes, adeptos y lazos entre éstos.
 
 Hemos hablado de creencias que todo masón debe tener. La primera es el adogmatismo, es decir: para buscar la Verdad el masón no debe creer en ningún dogma, lo que le hace incompatible con las verdades de fe cristianas y conduce directamente al relativismo. En la masonería ninguna verdad es indiscutible, ninguna creencia está al abrigo de la duda. La única luz que puede darse al ser humano es la luz masónica, estando la masonería por encima de cualquier religión, incluida la católica. En el ritual de iniciación a la masonería se dice del neófito: "Está en las tinieblas y busca la luz”; mientras que en nuestro bautismo se dice al neobautizado: “Recibe la luz de Cristo”. Para la masonería la luz de Cristo es inoperante. Pero relativizar la Verdad supone no creer en nada y rechazar la Verdad que Cristo, “Camino, Verdad y Vida” (Jn 14,6), nos ofrece. Ni siquiera los valores esenciales, como la libertad, la vida, la justicia, el amor, la paz, son objetivos e inamovibles. No nos olvidemos de su laicismo en las cuestiones educativas.
 
 En cuanto a Dios, es verdad que hablan del Gran Arquitecto, pero para ellos es el Incognoscible y necesariamente el mismo bajo nombres diversos, con lo que está claro que no puede identificarse con el Dios cristiano.
 
 En el campo político la masonería defiende el divorcio, el aborto, el matrimonio homosexual, la eutanasia, la libertad sexual total y todo lo concerniente a la ideología de género. Si alguna de estas leyes masónicamente correctas ha sido rechazada en alguna ocasión, como la masonería tiene una historia de siglos, las logias se van preocupando de ir madurando la opinión pública hasta que llega un momento en que el proyecto puede ser finalmente aprobado. ¿En España no nos resulta extraño ver cómo leyes sobre la ideología de género como la de Madrid o la andaluza son aprobadas prácticamente por unanimidad, puesto que si algún diputado disiente sabe que no va en las listas de las siguientes elecciones? ¿No es extraño que el PP, el PSOE, Ciudadanos, Podemos y los separatistas, que están tirándose los trastos a la cabeza, estén de acuerdo en estas cuestiones?
 
 Y es que en el aspecto moral, la masonería prescinde totalmente de Dios y es abiertamente laicista. Desconoce los conceptos de pecado y de gracia, pudiendo darse que lo que es moral para uno, sea inmoral para otro, pues cada uno tiene sus propias reglas morales. Los actos no son buenos o malos intrínsecamente, sino que en función de sus efectos resultan perjudiciales o convenientes. Además, lo que hoy es verdadero, mañana puede ser falso. En cuanto a la tolerancia, de la que tanto presumen, son profundamente agresivos con las enseñanzas de la Iglesia que discrepen de lo que ellos enseñan. Sus referencias de tipo religioso son más bien satánicas, porque no creen en Cristo ni en la existencia de la Verdad, y son homicidas en cuanto defensores del aborto y eutanasia (cf Jn 8, 37-44).
 
 La masonería promete hacer hombres mejores, cuando en realidad es un obstáculo para la perfección de sus miembros. La respuesta contra el mal no puede ser otra sino hacer el bien.


 
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