He leído la réplica de Bruno Moreno a mi escrito acerca de Amoris Laetitia, también he leído el artículo de Nestor Martínez sobre mis posturas teológicas. Creo que no tiene sentido que me enzarce aquí, ahora, en una defensa de los puntos, uno por uno, que he sostenido. Siento que es más provechoso levantar la vista y dar por mi parte un mensaje de acuse de recibo.
Sostengo profundamente la existencia de la verdad, con minúscula. Por tanto, rechazo toda forma de relativismo. Porque creo en la verdad, creo en todos y cada uno de los artículos del Depositum Fidei.
Sostengo, siempre y en todo caso, que el adulterio es un mal. Pero recordemos que la diferencia, a veces, entre lo que es adulterio y lo que no lo es radica en una sentencia de un tribunal eclesiástico. Radica en la sentencia de tres hombres, sobre los cuales el Magisterio no me obliga a pensar que descanse sobre ellos ningún carisma de infalibilidad, ni siquiera uno pequeñito. No sólo eso, basta un informe de un psicólogo que esté equivocado, para provocar un juicio erróneo de la situación.
El adulterio siempre es un pecado. Pero tengo plena fe en la autoridad de la Iglesia, cuando se produce una sentencia. La sentencia puede estar errada, pero el cónyuge no se equivoca si se somete en conciencia a esa sentencia. Podría, pero no quiero ahora, sacar todas las conclusiones teológicas de lo que acabo de decir. Pero habría que ser muy corto de luces para no sacar todas las conclusiones.
Más que desplegar esas conclusiones, por otra parte evidentes, me interesa mucho más profundizar en la cuestión del cambio de paradigma teológico. Un tema realmente apasionante. Aunque no será hoy cuando escriba sobre ello.
Pero sí que quiero decir que, nos demos cuenta o no nos demos cuenta, nuestra fe se mueve en el seno de ciertos esquemas mentales y teológicos. No importa si eres una campesina de la región de Moscú (Podmoskovie) del siglo XVI o si eres un dominico holandés de 1970, lo quieras o no, te mueves, piensas, sientes, dentro de esa arquitectura teológica que configura una verdadera mentalidad. La fe es la misma. Pero en la misma fe crece Torquemada y Häring. Todos estamos muy convencidos de que nuestra defensa de la fe es la defensa pura, sin aditamentos, de esos dogmas inmarcesibles. Pero no conocemos nuestros prejuicios. Somos todos más inflexibles de lo que nos parece. También yo. El relativismo, por el otro extremo, no es la solución.
¿Qué significa ser fiel? Gran tarea la de determinar con milimétrica precisión dónde empieza y dónde acaba el Depósito de la Fe. La precisión del teólogo para delimitar milimétricamente la línea donde acaba el dogma. En mi tesis doctoral éste fue un tema que me vi obligado a abordar con mucha extensión, por algunas de las hipótesis que yo planteé.
¿Qué significa ser fiel? ¡Qué impresionante es la labor de la Congregación para la Doctrina de la Fe! Con razón, con toda razón, ese edificio podría tener la apariencia de una fortaleza con varias murallas. Pero a condición de que los hombres que allí trabajan se repitieran cada cierto tiempo que nadie, tampoco ellos, puede librarse de la existencia de esa mochila de prejuicios. De ahí, que sólo se puede condenar lo que de ningún modo no puede más que ser condenado. Ay si se usara la autoridad que descansa en esa casa para ir más allá, para condenar lo que Cristo no querría condenar. Nunca insistiremos suficientemente en la responsabilidad de esa tarea celestial.
Algunos comentaristas de blogs, fieles al rigor de una mentalidad que tiene semejanzas con la jansenista, condenan y condenan. Con dureza, porque son duros. Ellos dicen que se ven obligados, pero no es así. Allá vosotros. A mí me juzgará el Dios de Amoris Laetitia, no la figura todopoderosa que imaginan algunos amantes de la tradición que creen que el número de los salvos es muy reducido.
A mí no me juzgará ni Galat ni Lefevbre. A mí me juzgará un Padre que siento reflejado en los escritos de san Francisco de Asís o en los del Papa Francisco.