Cuando comencé a escribir mis posts sobre Venezuela, lo hice a sabiendas de que bastaría una simple llamada a mi obispo del embajador de ese régimen en España, para que mis posts sobre el tema cesaran.
Tal llamada, sorprendentemente, todavía no ha ocurrido. Y digo “sorprendentemente”, porque nunca me imaginé que las palabras de aliento de un pobre sacerdote, pudieran retumbar tanto y tan lejos. Aunque, precisamente, porque han llegado muy lejos, esa hora de la llamada puede ser ya cercana. En los últimos días, ha hablado de mí hasta el periódico italiano Il Manifesto.
Pero era mi labor la de consolar. También puede ser una tarea sacerdotal inclinarse ante los muertos y levantar el puño frente al tirano y clamar: ¡no te es lícito!
El Pueblo venezolano protestará en las playas, protestará en las calles, protestará en los campos. ¡El Pueblo no se rendirá! Ésta es la hora más gloriosa.
No os rindáis, no cedáis, nunca, nunca, en nada, ni en lo grande ni en lo pequeño. Es la lucha pacífica del Pueblo contra la Fuerza. El poder de los opresores es abrumador. Por eso no ganaréis por la lucha armada. El heroísmo es la única forma de ganar de los desvalidos frente a las corazas de esos hombres malignos.
El poder del Mal en Venezuela es abrumador. Por eso el Pueblo no debe caer en la tentación de iniciar un derramamiento de sangre. Sed heroicos y volvemos a Dios. O mejor dicho, volveos a Dios y entonces seréis heroicos: y que el coloso caiga derrumbado sobre sus pies de barro tocado por el Dedo del Altísimo. Amén.