Os voy a confesar algo: las oraciones vocales no me gustan nada. Nunca en toda mi vida me he logrado concentrar en ellas, tampoco he logro en ellas que aparezca en mí la más mínima devoción. No importa qué tipo de oración vocal se trate: rosario, viacrucis, ángelus, novenas, lo que sea.
 
Siento grandísima devoción en la oración mental, en la lectio, en la misa. Pero no en las oraciones vocales, nunca, las haga como las haga.
 
Puedo concentrarme muy bien en meditar la Pasión de Cristo. Pero como rece un viacrucis, no lo logro. Las oraciones me despistan.
 
Lo digo esto para animar a otras personas que les pasa lo mismo. Y que toda la vida luchan contra esto, pensando que quizá hay algo que no lo hacen bien.
 
(publicado el viernes 10 de marzo de 2017)
 

Continuando lo que decía ayer de la oración mental

No me imaginaba que el post de ayer sobre mis dificultades para la oración vocal iba a tener tanta repercusión entre los lectores. Acabo diciendo una cosa obvia: cada uno debe encontrar su camino en la oración.
 
Es decir, si una persona observa que saca más beneficio para su alma de un tipo de oración que de otra, pues que haga la oración que le hace más bien. Unas sacan gran fruto de la lectura de la Biblia, otras de orar con los salmos, otras de la adoración al Santísimo Sacramento, etc, etc.
 
Por supuesto que lo mejor es que la vida espiritual de una persona tenga un poco de todo: un poco de oración vocal, un poco de oración mental, un poco de lectura y un poco de oración litúrgica. Eso es lo ideal. Pero hay individuos que toda su vida está centrada en uno o dos tipos de oración, no pasa nada. Cada uno debe encontrar su camino.
 
Nosotros, los sacerdotes, debemos recomendar una vida espiritual enriquecida con esos elementos que he citado. Pero después cada uno debe hacer lo que crea que es mejor.
 
Hay personas que piensan que deben orar de un modo determinado, porque es casi obligatorio. No es obligatorio, puede ser recomendable, pero no obligatorio.
 
En todas las cosas de la religión, los sacerdotes debemos encaminar a las almas hacia la libertad. La persona debe sentir esa libertad desde el principio. Nunca debemos encorsetar, nunca debemos forzar. Estamos para ofrecer posibilidades en el avance espiritual.
 
Durante los cinco años del seminario, yo cándido y bondadoso, un ángel. Tuve dos directores espirituales que animaban con la miel del espíritu. Tuve otros dos que eran dictadores.
 
La conclusión que he sacado para mi vida está clara: en ninguna cosa quiero ser un dictador. Hay que educar para la libertad, incluso en la religión. Debemos enseñar una religión de la bondad, del amor, de la belleza, del espíritu. Tenemos que centrarnos en lo positivo.
 
De ningún modo estoy negando la disciplina ni el ascetismo. Pero sin negar eso, tenemos que ser buenos y comprensivos hasta con nosotros mismos y nuestros defectos. Hay gente que es mala hasta consigo misma. Afirmo el ascetismo y afirmo la alegría de vivir. Debemos pedir a la gente que sea feliz.


 
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