Una Iglesia que sale y "toma la iniciativa" porque primero experimentó la iniciativa del Señor y fue "precedida en el amor". Diez años después de la elección de Jorge Mario Bergoglio, el 13 de marzo de 2013, vale la pena volver a lo esencial. Vale la pena recordar lo que el mismo Francisco sigue proponiendo y testimoniando: el rostro de una Iglesia que, como leemos en Evangelii gaudium, "sabe adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos. Vive un deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva”.

 

Lo que Francisco propone es el rostro de comunidades cristianas libres de la plaga de la autorreferencialidad, conscientes de que solo son verdaderamente misioneras cuando reflejan la luz de su Señor sin considerarse nunca fuente de luz. Comunidades que no recurran a técnicas de marketing y proselitismo y estén libres del pesimismo nostálgico de quienes lamentan un "cristianismo" que ya no existe. Comunidades de "pecadores perdonados" -para recordar la definición que el Obispo de Roma hace de sí mismo- que, al seguir experimentando la infinita misericordia de Dios, la hacen resonar en los demás.

 

Precisamente "misericordia" es la palabra que mejor resume el magisterio del Papa argentino en el inicio de su tercer quinquenio pontificio. Misericordia como mensaje clave de Jesús en el Evangelio, como conciencia de ser continuamente amado y levantado después de cada caída. La misericordia como clave de la misión de nuestros tiempos cambiantes. "La comunidad evangelizadora -leemos de nuevo en Evangelii gaudium- se mete con obras y gestos en la vida cotidiana de los demás, achica distancias, se abaja hasta la humillación si es necesario, y asume la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo. Acompaña a la humanidad en todos sus procesos, por más duros y prolongados que sean. Sabe de esperas largas y de aguante apostólico. La evangelización tiene mucho de paciencia, y evita maltratar límites. Fiel al don del Señor, también sabe «fructificar». La comunidad evangelizadora siempre está atenta a los frutos, porque el Señor la quiere fecunda. Cuida el trigo y no pierde la paz por la cizaña”.

 

Un mensaje del que Francisco ha dado testimonio en sus primeros diez años de servicio, encarnando las palabras que él mismo pronunció siendo aún cardenal, en su breve discurso a las congregaciones generales antes del cónclave: "Pensando en el próximo Papa, se necesita un hombre que, desde la contemplación y la adoración de Jesucristo, ayude a la Iglesia a salir de sí misma hacia las periferias existenciales de la humanidad, para ser madre fecunda de la dulce y reconfortante alegría de evangelizar".

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