La decisión de dedicar todo el espacio de la tradicional catequesis dominical del Ángelus a un llamamiento por la paz dice cuán grave considera el Papa Francisco la amenaza que se cierne sobre el mundo. Sólo había ocurrido una vez, en los primeros meses de su pontificado, a propósito de la guerra en Siria. Sin embargo, las dos situaciones no son comparables y la de hoy parece más amenazante por sus posibles consecuencias catastróficas. Los dos llamamientos del Pontífice -primero al Presidente de la Federación Rusa para que, "también por amor a su pueblo", detenga la espiral de violencia que ha iniciado, y después al Presidente de Ucrania, para que no cierre la puerta a "propuestas serias de paz"- fueron acompañados de un llamamiento igualmente enérgico y preocupado a todos los responsables políticos de las naciones, para que hagan todo lo posible por detener esta guerra que ha estallado en el corazón de la Europa cristiana y no se involucren en una peligrosa escalada.
Son palabras de peso, que recuerdan a todos que los protagonistas de una solución negociada a este conflicto, que ha causado miles de muertos inocentes, millones de desplazados, la destrucción de un país, y que ahora corre el riesgo de arrastrar al mundo entero hacia el abismo del holocausto nuclear, no pueden ser sólo los dirigentes de las dos naciones directamente implicadas. También corresponde a otros pedir con fuerza un alto el fuego y promover iniciativas de diálogo para hacer prevalecer lo que el Papa Francisco llama "esquemas de paz", en lugar de seguir aplicando "esquemas de guerra" mientras se permanece al servicio de una descabellada carrera armamentística que archiva apresuradamente la transición ecológica junto con las esperanzas de un orden internacional que ya no se basa en la ley del más fuerte y en las viejas alianzas militares.
Semana tras semana, mes tras mes, desde aquel 24 de febrero que marcó el inicio de la guerra con la invasión rusa de Ucrania, todo ha parecido precipitarse como por inercia, casi como si el único resultado posible fuera la victoria de unos sobre otros. Ha faltado creatividad diplomática y valor para apostar por la paz. Sobre todo, ha faltado previsión para preguntarse qué futuro le espera a Europa y al mundo. El pasado mes de abril, con un día de diferencia, el presidente de la República Italiana, Sergio Mattarella, primero, y el Secretario de Estado de la Santa Sede, Pietro Parolin, después, hicieron referencia a los Acuerdos de Helsinki, que en 1975 marcaron un importante punto de inflexión para la Europa atravesada por la Cortina de Hierro y para el mundo dividido en dos grandes bloques. El Papa Francisco se pronunció al respecto el 14 de septiembre desde la capital de Kazajistán, invocando un nuevo "espíritu de Helsinki" y pidiendo que se evite el fortalecimiento de los bloques enfrentados.
El llamamiento del Sucesor de Pedro en el Ángelus del domingo 2 de octubre es una llamada in extremis a la responsabilidad de todos, para que el interés común de la humanidad prevalezca sobre los intereses particulares de las grandes potencias. Aún estamos a tiempo.