Su Santidad, el Papa Francisco, cumple el 17 de diciembre, 80 años. Si fuera cardenal, dejaría de poder participar en un cónclave, pero afortunadamente los Pontífices no tienen una edad fijada para su jubilación. No es el momento de hacer un balance de su pontificado, pues éste aún no ha terminado ni da señales de estar agotado. De hecho, acaba de anunciarse un próximo viaje suyo: irá a Fátima en mayo para participar en los actos del centenario de las apariciones. Pero sí se puede decir algo de la impronta que ya ha dado al gobierno de la Iglesia.
Hay que decir que cada Papa deja siempre su huella y que, además, para eso es elegido. La capacidad de la Iglesia de adaptarse a los tiempos sin perder la fidelidad a su fundador y a sí misma es lo que, junto con la protección del Espíritu Santo, le ha permitido sobrevivir a tantos cambios como ha experimentado el mundo en dos mil años. Fidelidad y adaptación, esa ha sido la clave.
Tal y como dijo el Señor y recogió San Mateo en su Evangelio, la Iglesia, a través del Papa, se parece a ese padre de familia que saca de su baúl lo nuevo y lo viejo. ¿Cómo ha sido posible permanecer fieles durante dos mil años a las enseñanzas de Cristo mientras que se producían las imprescindibles adaptaciones a los tiempos? Creo que la clave ha estado en una palabra: “complementariedad”. Cada Papa ha mantenido íntegro el depósito de la fe -si no lo hubiera hecho, si hubiera ido contra el Evangelio y la Tradición, se habría convertido en un hereje y habría dejado de ser Papa de forma automática-, pero ha puesto el acento en un aspecto de ese depósito que el Pontífice anterior había dejado en la sombra, porque había considerado necesario insistir en otro, debido precisamente a la urgencia de los tiempos.
Ningún Papa ha negado el magisterio de sus predecesores, sino que lo ha complementado destacando o poniendo más en relieve algo que estaba en ese depósito de la fe pero a lo que no se había dado tanta importancia. Eso es lo que ha hecho Francisco, poniendo el foco de la atención mundial y eclesial en los pobres, en los refugiados, en los marginados. Ha seguido condenando el aborto con toda firmeza, pero nos ha ayudado a mirar, además, hacia otras víctimas. Esta es su gran aportación, la que le ha convertido en el Papa de los pobres y de los excluidos. Todos en la Iglesia estamos con él en la defensa de los más necesitados, lo mismo que estamos con él en el amor inmenso que tiene hacia la Santísima Virgen. Podrá haber discusión sobre otros temas, pero en este no hay fisuras.
El apoyo al Papa en su defensa de los que sufren es pleno y debemos darle las gracias porque nos ayuda a no olvidar a aquellos en los que está presente el Señor reclamando nuestro servicio. Gracias, Santo Padre, y muchísimas felicidades. Se lo deseo de todo corazón, a la vez que rezo humildemente por usted, como nos ha pedido a todos los católicos desde el inicio de su Pontificado.