Diversas observaciones y experiencias indican que hoy al abordar el tema del matrimonio habría que preguntarse previamente, si una persona determinada, dadas sus disposiciones psíquicas, es apta para él. Hay procesos psicológicos más o menos patológicos que interfieren con la capacidad de amar y de convivir, como son el narcisismo, la depresión o la paranoia. Esto sucede sobre todo en los matrimonios que prácticamente desde el comienzo han sido un desastre y han ido acompañados de constantes incumplimientos de sus obligaciones, lo que da pie para pensar que el cónyuge que así actúa, más que por mala voluntad, lo hace por su incapacidad de obrar de otra manera.

 

La maduración de la personalidad resulta hoy, probablemente, más difícil y lenta, en correspondencia con la complejidad del mundo moderno. Ahora bien, esto hace que la maduración común de los dos cónyuges sea más difícil y menos armonizable y que rara vez discurra conjuntamente. Saber consultar a quien nos puede ayudar, confiar en la oración, no dejarse llevar por las primeras impresiones ni por los nervios son los primeros auxilios y ayudas que hemos de aplicar. Con el paso del tiempo se alcanza un mayor realismo y se llegan a apreciar en el otro cualidades que no se habían visto o no habían sabido ser apreciadas. Por ello, es perfectamente posible que cada uno de los dos permita al otro que le modele su personalidad, lo que explica que al final de la vida, tantos ancianos en matrimonios bien avenidos se parezcan tanto.

 

Originan también serios problemas en la vida matrimonial las críticas globales hacia la persona del otro, especialmente si se hacen en público, el despreciarlo, el buscar lo que puede dolerle, las actitudes defensivas, la ruptura del diálogo y de la comunicación, con lo que se crea un muro entre ambos. Reaccionemos con amor, no con irritación.

 

No es buena actitud exigir que el otro cambie, y no yo.

 

Resulta más eficaz saber ser riguroso consigo mismo, interrogándose sobre en qué debo yo cambiar, y ser por el contrario muy comprensivo con el otro, adoptando una actitud cordial y positiva de resaltar sus virtudes y valores, diciéndole cosas agradables, tanto en la intimidad como muy especialmente en público, pues vale más una gota de miel que una tonelada de hiel, controlándose y no dejándose llevar por la ira, que sacar a relucir los defectos y notas negativas, con lo que ciertamente no se avanza por el camino de la reconciliación y armonía conyugal. Obrando así, no se actúa constructivamente ni se mira al futuro, ni se contribuye a la propia paz, aparte que es bueno recordar que también yo tengo defectos., pero respetarse es la primera exigencia del amor, no intentando a toda costa que el otro tenga que adaptarse a mi modo de ser, ni yo a la del otro. La vida familiar más corriente nos enseña la insustituible importancia de la flexibilidad, la tolerancia y el perdón. Y para superar los propios defectos, también es muy bueno recurrir al sacramento de la penitencia y solicitar la ayuda de la gracia divina, aunque la gracia no es magia ni garantiza la imposibilidad del fracaso.

 

Otra cuestión que origina también grandes dificultades es el tormento de los celos. La relación sexual es un acto de fe en el otro, por lo que cuando esa fe empieza a fallar o desaparece, las consecuencias se hacen sentir en toda la relación. Los celos son un sentimiento irracional que destruye el respeto, la confianza y la amistad hacia el otro. Normalmente, tienen que ver con la inseguridad y ansiedad de quien piensa de sí que va a ser incapaz de mantener la persona amada a su lado, pero a menudo intervienen factores complejos, incluso inconscientes. Hay personas que son propensas a ellos, debido a su afán de posesión, escasa autoestima, miedo a la soledad etc. Esta manera de ser requiere comprensión y un comportamiento adecuado por parte del otro, evitando en lo posible las situaciones que puedan engendrar conflictos. Pero quien es infiel, no puede reprochárselos al otro.

 

 

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