…quiero referirme a la problemática de la fe en nuestros jóvenes en su relación con la sexualidad.


El despertar sexual que se da desde la adolescencia hace difícil a nuestros adolescentes y jóvenes, mantenerse fieles a ciertas normas morales. Les resulta complicado aceptar a la Iglesia y sus leyes, que además muchas veces les llegan por diversos medios totalmente deformadas, especialmente en lo referente a la vida sexual, pues ignoran los aspectos positivos de la Moral Cristiana y la ven tan solo como una moral de prohibiciones, por lo que consideran la Moral y la Religión como obstáculos serios para su desarrollo. Si añadimos que sus lecturas o estudios, sus contactos con determinados compañeros o profesores, el ambiente general de nuestra sociedad y el mismo proceso general de maduración, les plantean serios problemas cuando tratan de armonizar sus concepciones religiosas -que se han quedado por falta de formación adecuada en la niñez-, con sus conocimientos y experiencias de joven, comprenderemos por qué son muchos los que «pierden la fe» por este desfase en estos años.

Fundamentalmente hay dos maneras de enfocar la sexualidad:

1) Las antropologías permisivas, que intentan llevar la libertad sexual al máximo con una permisividad absoluta y para quienes no hay ningún criterio discriminante entre lo lícito y lo ilícito, lo normal y lo anormal, siendo, por tanto, permisibles y moralmente iguales todas las relaciones sexuales voluntarias, significando para ellos el ser responsable tan sólo el tomar precauciones contraceptivas a fin de evitar embarazos no deseados y siendo la obtención del placer el principal objetivo de la sexualidad, que cada uno puede tratar de alcanzar según le venga en gana. Pero el resultado final de esta concepción es ser esclavos de nuestros más bajos instintos y ser monigotes sin personalidad.

2) Las antropologías personalistas, que sostienen la necesidad de reconocer los valores fundamentales. En efecto, toda educación, se desee o no, se lo proponga o no, de forma implícita o explícita, se desarrolla siempre sobre un determinado horizonte de valores. El bien y el mal se fundan en una realidad objetiva que hace que las cosas no sean malas porque se prohíban, sino que se prohíben porque son malas, mientras que las cosas buenas hay que saber presentarlas como tales y, en consecuencia, merecedoras de nuestro esfuerzo por conseguirlas. La madurez sexual sólo puede realizarse en la perspectiva de valores globales, que ayuden en la construcción de la persona, dándole también capacidad de creer y entregarse al otro. Se distingue entre sexualidad y amor, aunque en la vida habitual de los individuos bien realizados estos dos aspectos tienden a fundirse. El propio placer es positivo si se integra en el marco de la maduración integral del individuo y de la comunión interpersonal. Lo que se busca es el crecimiento, desarrollo y maduración de la persona, ayudando al joven a proponerse proyectos de vida que le permitan integrar su sexualidad en su personalidad de modo responsable, objetivo más fácil si se piensa que la vida tiene una finalidad y hay una tarea que realizar. Para el creyente, Dios es el autor de la sexualidad y del matrimonio y no podrá nunca ser perverso lo que ha brotado de sus manos. Los seres humanos no es que tengamos una sexualidad sino es que somos seres sexuados, por lo que la sexualidad no es un elemento marginal del ser humano, sino que es un componente esencial de nuestra naturaleza, siendo una dimensión constitutiva de la persona, dimensión no sólo física, sino también psíquica y espiritual, por lo puede y debe ser objeto de educación.

La educación sexual no debe limitarse a una simple instrucción, sino que debe permitir asumir reflexivamente los valores esenciales de amor, respeto y don de sí, integrando todo ello en la construcción de la propia personalidad. La mejor educación sexual es la que perciben los hijos en su familia cuando ven que sus padres se quieren. Supone esfuerzo y sacrificio, pero si queremos mandar en nosotros mismos y tener fuerza de voluntad, para conseguirla hay que luchar y obtener muchas pequeñas victorias sobre uno mismo.

«La virtud de la castidad supone la adquisición del dominio de sí mismo, como expresión de libertad humana destinada al don de uno mismo. Para este fin es necesaria una integral y permanente educación , que se realiza en etapas graduales de crecimiento» («Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica» nº 459). «Según la visión cristiana, la castidad no significa absolutamente rechazo ni menosprecio de la sexualidad humana: significa más bien energía espiritual que sabe defender el amor de los peligros del egoísmo y de la agresividad, y sabe promoverla hacia su realización plena» (Exhortación de Juan Pablo II «Familiaris Consortio» nº 33).En pocas palabras, la sexualidad está al servicio del amor.

Ahora bien, ¿es posible vivir la castidad? Con la ayuda de la gracia de Dios, sí.


 
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