Lo que ha sucedido en los últimos seis meses y lo que desgraciadamente está sucediendo hoy en Oriente Medio mantiene en vilo al mundo. La cruel agresión en Israel perpetrada por Hamás con el asesinato de 1.200 personas, en su mayoría civiles pacíficos; el bombardeo masivo y la invasión de la Franja de Gaza que ha causado casi 34. 000 muertos, en su mayoría civiles, muchos de ellos niños; el raid que destruyó el edificio de una oficina diplomática iraní en Damasco; la respuesta de Irán con ataques de drones y misiles contra objetivos militares israelíes y la respuesta de Israel con el ataque a objetivos militares en Irán: el riesgo de que la escalada degenere en opciones sin retorno que arrastren al mundo entero a un conflicto de consecuencias incalculables es cada día más real.
Con el Papa Francisco, el único líder mundial de cuyas palabras emerge la conciencia de la trágica encrucijada ante la que nos encontramos, decimos no a la guerra, no a la violencia, sí a la paz, sí a la negociación. Hace más de veinte años, tras el atentado terrorista del 11 de septiembre en el corazón de los Estados Unidos, San Juan Pablo II publicó un mensaje para la Jornada Mundial de la Paz titulado significativamente "No hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón". Palabras verdaderas, palabras proféticas. La lógica de la reacción y de la venganza, de la respuesta que siempre debe seguir, desencadena una espiral de la que es difícil salir y cuyas consecuencias catastróficas pagarán los pueblos.
En un mundo donde hay irresponsables que, en lugar de invertir en la lucha contra el hambre, en la mejora de los servicios sanitarios, en las energías renovables, en la creación de una economía menos sometida a los señores de la finanza y más atenta al bien común, sólo piensan en invertir enormes sumas en el rearme, en los instrumentos más sofisticados para producir muerte y destrucción, el llamamiento no puede más que dirigirse a la responsabilidad de los pueblos. Mientras los creyentes elevan plegarias a Dios para que inspire las opciones de quienes gobiernan, millones de personas unen sus voces para lanzar un grito en favor de la paz. La guerra es una aventura sin retorno: en un mundo con arsenales repletos de armas nucleares, estas palabras dramáticamente ciertas se hacen cada día más reales.