La visita del Papa a Sarajevo, la capital de Bosnia-Herzegovina, es mucho más que una visita a un país. Se trata del encuentro con un símbolo. Una ciudad que fue símbolo de convivencia entre cristianos y musulmanes y que vivió como pocas el desgarro que provocó la ruptura de esa convivencia. Las escenas de los francotiradores asesinando a las amas de casa que se atrevían a salir a la calle para comprar comida, no se nos olvidarán nunca a los que las contemplábamos cada día en los noticiarios de esos años.
Si el Papa Francisco va ahora a Sarajevo es, repito, porque esa ciudad es un símbolo de una convivencia ejemplar y el Santo Padre quiere volver a ponerla como ejemplo ante la ruptura que el Islam más radical está haciendo en sus relaciones con los cristianos. Las matanzas de Siria e Irak hoy deben ser condenadas por los musulmanes, lo mismo que las matanzas de musulmanes en Sarajevo y otras ciudades bosnias fueron condenadas clarísimamente por el Papa y los líderes cristianos cuando se produjeron. Sólo la convivencia es garantía de futuro y para eso va el Pontífice a Sarajevo, para impulsarla allí y en todos los países donde cristianos y musulmanes conviven.
Pero resulta que Sarajevo es la capital de Bosnia-Herzegovina y en ese país europeo se produjeron y siguen produciéndose, según sus testigos, unas importantes apariciones marianas. Me refiero a Medjugorje. Ya va para tres años que está terminado el informe que el Papa Benedicto encargó al cardenal Ruini sobre la autenticidad de las mismas. El propio Papa lo tuvo en sus manos y no lo publicó, probablemente porque estaba ya inmerso en la toma de decisiones que conllevaron a su renuncia al ejercicio del pontificado. Su sucesor, el Papa Francisco, tiene que conocer necesariamente ese informe. No hay datos sobre si lo ha dado por válido o ha pedido que se rehaga, por lo que podemos suponer que lo ha asumido y sólo espera el momento para hacerlo público.
Ese momento tiene que llegar cuanto antes, por el bien de todos. En torno a Medjugorje se ha creado una gran devoción y expectación, sobre la que conviene poner luz cuanto antes. Si allí se ha aparecido la Virgen -como hizo en Lourdes o en Fátima- tenemos derecho a saberlo para actuar en consecuencia, no sólo con respecto a las peregrinaciones a un lugar sagrado, sino con respecto a la credibilidad de los mensajes que se han dado en estos años en nombre de la Señora. Y si no se ha aparecido la Virgen también tenemos que saberlo, por el mismo motivo. Sería maravilloso que, aprovechando la cercanía del Santo Padre al lugar de los hechos, el Vaticano diera a conocer en los próximos días ese informe oficial que aportará, estoy seguro, luz a una cuestión tan importante como es una posible aparición mariana.