En el Credo confesamos nuestra fe en el perdón de los pecados, lo que significa que el Cristianismo ha de insistir no en el pecado, sino en la Buena Nueva de su perdón. Es decir, no creemos en el pecado, sino que el objeto de nuestra fe es el perdón de los pecados, que no es precisamente lo mismo. Se trata por tanto de la reconciliación del cristiano pecador con Dios y con la Iglesia. El sacramento de la Penitencia tiene su origen por una parte en la experiencia de la realidad del pecado en el interior de la comunidad cristiana, y por otra en el convencimiento que el pecado del cristiano puede ser superado, si hay una verdadera conversión, por el poder del perdón de Dios transmitido a la Iglesia por medio de Jesús.

Nuestra reflexión sobre el pecado se plantea inmediatamente los interrogantes sobre de dónde brota y cuál es el origen del mal moral en el mundo, pero especialmente cuál es el sentido del pecado.

El sentido del pecado sólo se puede entender a través del perdón, que es de iniciativa divina, proviniendo de su gracia el primer inicio de nuestra conversión, pues Dios llama a los pecadores mientras viven a la salvación.

Pío XII tuvo una frase célebre: "El más grande pecado del mundo actual es tal vez el hecho que los hombres han perdido el sentido del pecado"(27-X-1946).

Indudablemente la afirmación de Pío XII es al menos en parte verdadera. Verdadera en cuanto el sentido del pecado supone la fe en las relaciones personales entre Dios y nosotros, y muchos, influenciados por la progresiva secularización de la sociedad y la pérdida del sentido de lo sagrado, aunque se dan cuenta de sus faltas para con el prójimo, no llegan a considerarse en culpa ante Dios o le marginan, teniendo un modo de vivir que deja de lado, como si no existiera, al Dios soberano, última referencia de nuestra realización. Además la ausencia o el debilita­miento del sentido de Dios y del pecado nos incapacita para comprender el significado y la necesidad de la penitencia, pues pocas cosas nos repugnan más que la mortifica­ción y el sacrifi­cio.

Ante este problema san Juan Pablo II en su Exhortación Apostóli­ca "Reconciliatio et Paenitentia" nos dice: "Restablecer el sentido justo del pecado es la primera manera de afrontar la grave crisis que afecta al hombre de nuestro tiempo. Pero el sentido del pecado se restablece únicamente con una clara llamada a los principios inderogables de razón y de fe que la doctrina moral de la Iglesia ha sostenido siempre".

"El sentido del pecado tiene su raíz en la conciencia moral del hombre y es como su termómetro. Está unido al sentido de Dios, ya que se deriva de la relación consciente que el hombre tiene con Dios como su Creador, Señor y Padre. Por consiguiente así como no se puede eliminar completamente el sentido de Dios ni apagar la conciencia, tampoco se borra completamente el sentido del pecado".

"Sin embargo sucede frecuentemente en la Historia, durante períodos de tiempo más o menos largos y bajo la influencia de múltiples factores, que se oscurece gravemente la conciencia moral en muchos hombres"..."Es inevitable que en esta situación quede oscurecido también el sentido del pecado, que está íntimamente unido a la conciencia moral, a la búsqueda de la verdad, a la voluntad de un uso responsable de la libertad. Junto a la conciencia queda también oscurecido el sentido de Dios, y entonces, perdido este decisivo punto de referencia interior, se pierde el sentido del pecado".

"Se diluye este sentido del pecado en la sociedad contempo­ránea también a causa de los equívocos en los que se cae al aceptar ciertos resultados de la ciencia humana. Así, en base a determinadas afirmaciones de la psicología, la preocupación por no culpar o por no poner frenos a la libertad, lleva a no reconocer jamás una falta"..."A su vez una cierta antropología cultural, a fuerza de agrandar los innegables condicionamientos e influjos ambientales e históricos que actúan en el hombre, limita tanto su responsabilidad que no le reconoce la capacidad de ejecutar verdaderos actos humanos y, por lo tanto, la capacidad de pecar".

"Disminuye también el sentido del pecado a causa de una ética que relativiza la norma moral, negando su valor absoluto e incondicional y consiguientemente que puedan existir actos intrínsecamente ilícitos. Se diluye finalmente el sentido de pecado, cuando éste se identifica erróneamente con el sentimiento morboso de la culpa o con la simple trasgresión de normas y preceptos legales"(nº 18).

Aparte de todo esto tampoco olvidemos que las estructuras pueden presionar de tal modo a los individuos que se llega a eliminar o marginar toda acción auténticamente libre y personal, existiendo técnicas sumamente eficaces para eliminar la voluntad y que se utilizan abundantemente en la propaganda política, en la publicidad e incluso en la enseñanza. Además ¿quién puede acusarse hoy a nivel individual de la opresión que sufre el tercer mundo, de la marginación en torno a las grandes ciudades, de los que mueren de hambre, de la extensión de la drogadicción? Es en consecuencia necesario no sólo tener una conciencia individual de pecado, sino también tomar conciencia de las responsabilidades eclesiales incumplidas y de los quehaceres cotidianos no realizados.


 
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