En la Sociedad actual hay muchos pecados, pero hay dos que me parecen excelentes atajos para ir al infierno. El primero de ellos es la corrupción y el segundo es el aborto.
En el episodio del Juicio Final del evangelio de san Mateo, leemos: “Entonces dirá el Rey a los de su derecha: «Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme». Entonces los justos le responderán: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; o sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero, y te acogimos; o desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?» Y el Rey les dirá: «En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis.» Entonces dirá también a los de su izquierda: «Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el Diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; era forastero, y no me acogisteis; estaba desnudo, y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis.» Entonces dirán también éstos: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento o forastero o desnudo o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?» Y Él entonces les responderá: «En verdad os digo que cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo.» E irán éstos a un castigo eterno, y los justos a una vida eterna” (25,34-46).
Estamos ante un trozo del evangelio muy rico en consideraciones prácticas. Ante todo nos encontramos con un modelo de examen de conciencia hecho por el mismo Jesucristo. ¿Qué es lo que nos pide Jesús? Simplemente que practiquemos las obras de misericordia, que no nos dejemos dominar por nuestro egoísmo, sino que sepamos salir de nosotros mismos y hagamos el bien. En este evangelio se encuentran las obras de misericordia corporales, pero a estas obras la Iglesia añade las obras de misericordia espirituales, que son: “Enseñar a quien no sabe, dar consejo al que lo necesita, consolar al afligido, corregir al pecador, perdonar al ofensor, sufrir la injusticia con paciencia, rezar por vivos y difuntos” (You Cat nº 451). Podemos decir que la oración, los sacramentos y la práctica de estas buenas obras corporales y espirituales son el camino más seguro para ir al cielo.
Pero este evangelio me enseña otra cosa: que el infierno existe y que podemos ir a él, porque hay también un camino que nos lleva hacia él. Por supuesto la Iglesia no manda a nadie al infierno y no se atreve a decir de ningún ser humano, ni siquiera de Judas, que esté en el infierno. Pero como dice San Agustín. “El Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti”. Y podemos optar, porque Dios respeta nuestra libertad, por ir al infierno.
En la Sociedad actual hay muchos pecados, pero hay dos que me parecen excelentes atajos para ir al infierno. El primero de ellos es la corrupción y el segundo es el aborto.
Sobre la corrupción voy a hacer referencia a un caso que me parece especialmente grave y que me indigna más. Los corruptos nos roban a todos nosotros, a los ciudadanos de a pie y por ello son unos ladrones con todas las letras. ¿Pero qué decir de aquéllos que hacen víctimas de su corrupción a los pobres, a los parados, a quienes más necesitan del dinero? La condena de Jesucristo es tajante y terminante. Jesús condena a aquéllos que no socorrieron a los necesitados: “Porque tuve hambre, y no me disteis de comer”, ¿pues qué hará con aquéllos a quienes tenga que decir: “Porque tuve hambre y me robasteis”? No me gustaría estar en su piel el día que se presenten ante Jesús. Como ha dicho el Papa: “Todos somos pecadores, pero no debemos ser corruptos.
En cuanto al aborto me parece también un pecado terrible: “Cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo. E irán éstos a un castigo eterno”. Aquí no se trata de no hacer, sino hacer algo directamente malo: asesinar a un ser desvalido e inocente. Crimen abominable le llama la Iglesia en el Concilio. De este crimen participan todos aquéllos que colaboran con el aborto, los que se enriquecen con él, los que lo realizan, los que lo apoyan porque es un derecho matar a esos seres indefensos y desvalidos, así como los políticos que aprueban esas leyes criminales y diabólicas o no las combaten, las madres, aunque entre éstas hay muchas que actúan llevadas por la desesperación y tienen circunstancias muy atenuantes. ¿Pero los demás?
Como cristianos creemos opinión pública contra estos pecados gravísimos y recemos por la conversión de quienes quebrantan tan gravemente la Ley de Dios.