Subir a Valvanera es algo muy especial para todo riojano. Es encontrarse con la Madre de los riojanos, la Serranilla graciosa que espera siempre a los romeros que acuden a su casa en lo alto de la montaña en un recodo del valle del Najerilla. Montes, curvas en la carretera, el río a la izquierda, la ladera de la montaña a la derecha y al final, cuando queda poco para llegar, se deja ver la casa de la Virgen. Hay que seguir subiendo un par de kilómetros y llegamos a la meta: el monasterio que desde hace más de 10 siglos ostenta la dicha de custodiar la imagen de la Virgen de Valvanera.

 

Esto y mucho más es peregrinar a Valvanera. Llegar a los pies de la Virgen y abrir el corazón para que sea Ella, la Madre, quien acoja con verdadero amor maternal todo lo que sus hijos le presentan. La mayoría va en coche; sólo unos pocos a pie, los que desde pueblos cercanos llegan hasta el monasterio, en romería, en  su día  señalado, recorriendo varios kilómetros envueltos en bosques que ayudan al romero a suavizar el camino.

 

Algo parecido pero mucho más intenso en todos los sentidos hemos vivido un puñado de riojanos llevando a la Virgen de Valvanera y San José hasta la montaña de Covadonga. En la IV Peregrinación de Nuestra Señora de la Cristiandad desde Oviedo hasta Covadonga han participado más de 1600 peregrinos. Han nacido varios capítulos nuevos, uno de ellos el que acabamos de nombrar, Nuestra Señora de Valvanera y San José. Queríamos unir a María con San José, pero a su manera, como a él le gusta, en lo escondido. Así se hace presente en una peregrinación donde todos miran a su Esposa mientras él trabaja en su taller y labra escogidas tallas para dar vida a la Iglesia, a España y a la juventud que tiene un padre que nunca falla, ¡San José! Caminar durante tres días completos hasta llegar a la Cueva Santa de la montaña asturiana da para mucho:

 

 

Horas y horas de caminos por asfalto o por trochas de montaña, pueblos grandes y pequeños, gentes que vibran al ver pasar tantos jóvenes encendidos en amor a Dios y a la Virgen, familias enteras que muestran lo que supone vivir teniendo a Dios en el centro del hogar mientras caminan unidas, grupos de amigos que se apoyan de todas las maneras posibles para llegar juntos al final de cada etapa, sacerdotes y religiosos que acompañan cada capítulo, banderas, estandartes y cruces que colorean el horizonte, oraciones que se elevan al cielo por tantas intenciones, pero sobre todo por la Iglesia y la renovación de España, rosarios que se desgranan tres veces cada jornada, himnos a las diversas advocaciones marianas que flamean en los estandartes, vivas a Cristo Rey, a su Madre Santísima y a la España católica que unen a todos a una sola voz, confesiones que preparan el alma para el encuentro con la Madre, agua que corre por las gargantas bajo un sol de justicia,…

 

Y también sacrificio, penitencia, ofrecimiento, dolor y gozo al mismo tiempo cuando uno llega al final de la jornada y le espera lo más grande que puede vivir en este mundo: la celebración del misterio de la eucaristía en su forma tradicional, esa misa que tantas almas ha llevado al cielo y ahora, en pleno siglo XXI, cuando parecía que no tenía sentido y era hora de dejarla atrás, renace con una fuerza desconcertante para mostrar a las claras que todo gira en torno a la eucaristía. Sin eucaristía el pueblo cristiano muere de hambre, no tiene el alimento que da vida. ¡Es Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre!

 

Todo esfuerzo, cansancio, dolor y sufrimiento queda olvidado y superado cuando uno contempla a Dios en el altar, en el Pan vivo y en el Cáliz de la Sangre de la nueva Alianza. Y no sólo eso, sino sobre todo cuando ese mismo Dios, el Pan vivo bajado del cielo, entra en el cuerpo de los más de 1600 peregrinos. ¡Dios se da del todo!: ¡Entra! ¡Sana! ¡Renueva! ¡Empuja! ¡Sosiega! ¡Ilumina! ¡Transforma! ¡Une! ¡Quema! ¡Marca! ¡Enciende!... Hay que estar allí, en El Remediu y en Sorribas para entenderlo bien. Si no se vive, por mucho que se quiera explicar, faltan palabras. Falta mucho porque el silencio es la mejor palabra que ayuda a entrar en el misterio… ¡El misterio de la Eucaristía! ¡El misterio de Dios hecho Carne y Sangre! ¡El misterio del sacrificio! El silencio interior que hace ver que Dios está ahí y que entra en el cuerpo de los presentes para sanar todo y decir que ama y ama como Dios ama.

 

¿Y cómo le amamos los que allí estamos? ¿Cómo respondemos a tanto amor derramado sin medida? ¿Cómo acogemos al Amor hecho carne? ¿Cómo vivimos la Eucaristía? ¿Cómo hacemos nuestras las homilías y meditaciones del día en el momento de la comunión? ¿Cómo cambia nuestra vida cuando dejamos que Dios nos hable al corazón a lo largo de la celebración de la santa misa tradicional? ¿Cómo vamos a contagiar lo vivido cuando volvemos a casa? ¿Cómo vamos a prepararnos para la peregrinación del próximo año? ¿Cómo va a cambiar la Iglesia y España si yo no cambio antes? ¿Cómo…?

 

¡Es hora de responder estas preguntas, peregrinos! ¡Es hora de comenzar una vida nueva! ¡Es hora de abrir el corazón de par en par al Sagrado Corazón que nos entrega su Cuerpo y su Sangre! ¡Peregrinos, invoquemos a María, la Santina de Covadonga! ¡Y con Ella en el corazón pongamos la mirada en esa otra imagen que nos cuida desde niños y que llevamos en el estandarte de nuestros capítulos! ¡Miremos al cielo! ¡Recemos a María! ¡Escuchemos a María! ¡Unamos a María con San José!

 

 

¡Todo es gracia en la peregrinación de Nuestra Señora de la Cristiandad camino de Covadonga!: caminar entre dos amigos que bajo mínimos quieren darlo todo y llegar unidos al final, al sacrificio de Cristo en la cruz con la celebración de la eucaristía,  recibir una mirada que sin palabras, sólo con los ojos, lo dice todo y levanta el alma y el cuerpo cuando uno cree que no puede dar muchos pasos más, una sonrisa alentadora que alegra el corazón para seguir otro kilómetro más, unas palabras dichas en susurro que muestran la intimidad de dos amigos agotados que caminan juntos con el mismo ideal, un dejarse llevar por Dios ofreciendo todo por alguien a quien quieres con todo el corazón, un silencio que une a los que no pueden más pero unidos saben que lo pueden todo porque Dios está con ellos,…

 

Todo esto y mucho más es lo que uno puede vivir si se decide a peregrinar hasta Covadonga acompañado por una multitud de jóvenes y familias que tienen el pensamiento puesto en Dios y no dudan nunca que Dios es Dios y que está realmente presente en la celebración de la santa misa. Si alguien titubea que pregunte a los peregrinos, hay muchos, ¡muchísimos!, de toda España y de varios países.  

 

Esto escribe un peregrino, el que ha acompañado y servido como capellán a los que han caminado y al mismo tiempo han llevado, espiritualmente y en el estandarte, a la Virgen de Valvanera hasta Covadonga.

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