El amor nace del conocimiento, por eso, en la biblia, conocer tiene el sentido de intimidad.

El exorcista necesita conocer bien a su enemigo, pero sobre todo necesita conocer bien a Dios: su poder y su amor. Su proyecto de vida debe estar orientado y dirigido por ese conocimiento.

La Biblia es un medio único y definitivo para conocer a Dios.

Desafortunadamente en muchos casos entre nosotros, especialmente entre los estudiosos, no es le medio para establecer una relación con Dios, sino para ESTUDIARLO. Y la verdad es que hay mucho que estudiar, aunque este caso, para nosotros, sirve de poco.

Por ello, los hombres de oración, los anacoretas, dedicaban muchas horas para “conocer” a Dios. Se trataba de una lectura MUCHO MÁS RIGUROSA DEL EVANGELIO. Como quien busca establecer una relación; conocer más, que con la mente, con el corazón. Es dejarse impregnar por el misterio de Dios inmerso en las Santas Escrituras. Es dejar que el espíritu de quien la escribió, el Espíritu Santo, se incube en el fondo del alma, para a su tiempo reproducir al Hombre Nuevo: Al “Alter Christus” que luchará contra el enemigo de Dios y del hombre.

El demonio no puede resistir la Palabra de Dios; ¿cuántas veces nos dice durante el exorcismo: “ya cállate... esta palabra me lastima”? Esta Palabra, como ocurría con Jesús, tiene el poder de expulsar a los demonios. El exorcista, por tanto, debe ser un hombre asiduo a la meditación, adquiriendo de la Palabra de Dios el poder divino.

Esta Palabra, asimilada en el corazón, además se convierte para nosotros en la coraza, en el arma para defendernos nosotros mismos en el combate de la lucha cotidiana que enfrentamos, de manera especial, nosotros que somos los guerreros de Dios. San Pablo, en las armas del Espíritu, nos la revela como “la espada” (Ef 6, 10-17). ¿Qué puede hacer un hombre en un combate sin un arma con la cual defenderse y atacar a su oponente?

Cuando la Palabra se ha asimilado en el corazón, y ésta lo llena todo, difícilmente los ataques del enemigo tendrán resultados. “La casa bien resguardad —decía Jesús—, es difícil de ser allanada (Mc 3, 27).


 
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