La racionalidad instrumental, el paradigma de la forma de pensar bajo la que funciona la sociedad desvinculada, lo invade todo, y de una forma destacada allí donde el pensar forma parte esencial de la actividad que le es propia. Es el caso de la universidad, donde la razón instrumental transformada en ideología contamina aspectos vitales de la enseñanza. Señalo dos de los más destacados, la medicina, y la economía. Un estudiante de medicina -uno, solo uno- escribió una carta al director (24 de junio diario ABC) en la que explicaba como algunos de sus profesores adoctrinaban en relación al aborto. Esto puede entenderse como formando parte de la libertad de cátedra en una universidad pública, aunque si fuera un buen docente para esta y para otras consideraciones que nada tienen que ver con la técnica, sino con los fines, el de la vida humana en este caso, debería adoptar suficiente distancia crítica como para mostrar otras posiciones contrarias al aborto.
 
Pero, lo más preocupante, lo que movió al estudiante a escribir, fue que en un examen de genética, ante la pregunta "¿qué le indicarías a una mujer que va tener un hijo con síndrome de Down?", la respuesta válida era abortar. Estas y otras preguntas conducían al estudiante a responder a favor del aborto o jugarse el resultado del examen. Nuestras generaciones de médicos salen con una visión del aborto absolutamente instrumental, como una solución como cualquier otra; no existe diferencia entre el deseo del hijo y el rechazo radical del mismo. La cuestión moral que tal asunto plantea no incumbe al futuro médico, o peor todavía, la única razón moral es el deseo. Pero cuando las razones morales desaparecen o como mucho devienen solo cuestión de medios, porque el fin queda librado a la subjetividad de cada cual, ¿quién puede extrañarse entonces de que el resultado sea una sociedad egoísta e injusta?
 
En la economía también aparece la ideología de la racionalidad de forma devastadora. En este sentido, la protesta meses atrás de muchos profesores y alumnos, quejándose del pensamiento único, básicamente el que surge de la concepción neoclásica en todas sus variantes, tiene mucho significado. La forma como ha ido reduciéndose el papel de la historia del pensamiento económico en las facultades, también. Solo hace falta observar lo que se considera correcto, desde una perspectiva académica en las respuestas de los exámenes de microeconomía, para sorprenderse y sorprender desagradablemente a la gente. La economía es un campo del conocimiento basado en supuestos y criterios generalmente indemostrables ex ante del fenómeno al que se aplican como si fueran evidencias, el caso del comportamiento de los mercados, por ejemplo, y con una capacidad de prever los resultados de sus formulaciones muy limitados. En la concepción económica actual, el ser humano es visto en términos tan abstractos que deja de ser humano. El individualismo exacerbado y el beneficio monetario como fin a maximizar por encima de todo lo demás surge precisamente de esta ideología económica, hoy en boga a pesar de sus limitaciones. ¿Qué diríamos de una teoría cosmológica que no tuviera una explicación de las estrellas? Pues algo parecido sucede con la concepción neoclásica y las empresas, existen, pero no tienen una razón teórica para ello. Más todavía, la concepción económica que rige nuestras vidas no tiene lugar para valorar la reciprocidad y la donación, ni la familia, a pesar de su papel decisivo en la economía real.
 
Todo esto debería ser objeto de reflexión para todos, porque una sociedad y su superestructura política no pueden funcionar bajo presupuestos como los mostrados, que no agotan la lista de la inadecuación que se da en la vida universitaria. Recuperar la metodología de Santo Tomas de Aquino en su Suma Teológica, es decir mostrar los principales argumentos de otras formas de pensar y enfoques posibles, sería la vía para empezar una recuperación humanista del mundo universitario.
 
La situación, hay que decirlo, representa una clara oportunidad para un proyecto cultural cristiano para toda la sociedad, la única cuestión es armarlo, y ello exige salir de las torres de marfil de un pensamiento rico, pero excesivamente alejado de su aplicación, y tautológico en su práctica académica. ¿Cómo debe ser una universidad para todos, cuáles deben ser sus fines y sus prácticas? Para responder, seguro que los puentes entre Aristóteles, Santo Tomas de Aquino, y MacIntyre, unidos a la experiencia, serian de una gran ayuda.

 
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