Quisiera comenzar esta columna dando gracias a Dios por haberme llamado al sacerdocio, aun no siendo digno, pues su amor me ha levantado. Por eso puedo testimoniar su infinita misericordia manifestada en tantos miles de hermanos sacerdotes que trabajan en silencio y con abnegación en distintos lugares del mundo, sirviendo al Señor en los hermanos. Muchos de ellos han dado la vida en lugares de misión, otros han sufrido la persecución y la calumnia. Sin embargo siguen trabajando en humildad y con sacrificio. Muchos en lugares donde la lucha diaria por vivir es intensa. Hermanos que terminan el día agotadísimos, incomprendidos a veces por sus propios fieles, quienes demandan cada vez más atención, sin considerar muchas veces el cansancio y la enfermedad de sus sacerdotes. Soy testigo de la vida de nobles y santos sacerdotes que entregan su vida por sus hermanos dejando huellas en el corazón de las personas que acompañan… nunca tuvieron pantalla ni recibieron halagos del mundo por hacer su tarea.
 
Existen miles de consagrados que entregan su vida atendiendo a los más necesitados en los cuales aman al Señor y rinden culto al Cuerpo de Cristo en el dolor de los más abandonados. También religiosas que silenciosamente ayudan a los enfermos en los hospitales y hogares de ancianos, donde  decenas son abandonados. Religiosas y Religiosos que acompañan a mujeres en poblaciones, sacerdotes que atienden a los privados de libertad y que mantienen viva la esperanza entre quienes viven al borde del abismo en lugares marginales de nuestra sociedad y que no tuvieron las posibilidades que otorga la riqueza. Quisiera también aclarar que los pobres no han optado por ser pobres y que todos luchan por salir de la pobreza porque esta es muy dura y no es un privilegio social, sino un castigo. Muchos que hablan de la pobreza no la conocen, como los mismos políticos que la usan para obtener los votos y así alcanzar el puesto que buscan en nombre de los pobres para luego abandonarlos. Quien no la ha vivido, difícilmente la podrá entender. No es lo mismo vivir un par de meses entre los pobres para luego volver a la luminosa realidad de sus riquezas y privilegios que estar condenado a morir en la miseria.
 
Hoy valoro cada cosa que tengo, cada beneficio que el Señor me regala porque nací entre los pobres. Sé lo que significa para un niño andar descalzo y con poco abrigo, dormir en casas con piso de tierra, sin calefacción y disfrutar el pedazo de pan que con tanto esfuerzo conseguían nuestros padres que trabajaban de sol a sol en el campo, explotados por los dueños de la tierra, cuyos hijos hoy ocupan lugares de privilegio entre los que dirigen el país. Alumbrados con la llama del fuego que usábamos para cocinar y vivir en casas prestadas por el dueño del fundo mientras él quisiera tenernos, porque luego podíamos ser expulsados. Calentarse los pies descalzos al sol de invierno en el colegio con los dedos morados por el frio donde el calor era un privilegio… ahí en ese ambiente conocimos el amor de Dios que nos predicaron sacerdotes esforzados, mostrándonos un mundo que no conocíamos y sembrando esperanza para ayudaron a soñar. A esos sacerdotes quiero agradecer en esta columna. Nunca fueron a la televisión ni salieron en las portadas de los diarios, pero ellos amaron al Señor en nuestra realidad y lo amaron con nosotros.
 
Me duele, el alma me late, ver algún hermano sacerdote, religioso o religiosa que todo lo ve mal y que no vive a la Iglesia como la madre que a través del tiempo cobija y rescata del abismo a miles de seres humanos. A veces sin recursos, sólo con la caridad de escuchar y amar.
 
Bendigo y alabo al Señor por su amor y misericordia pues a pesar de ser frágiles y débiles ha puesto su mirada en nosotros para llenarnos de su amor, transformándonos en embajadores de su caridad.
 
Bendito y alabado seas Señor Dios Todopoderoso, Creador del Cielo y de la Tierra, de todo lo visible e invisible. Bendito por haber pronunciado nuestro nombre y coronarnos con tu bondad. Te ruego Señor por el amor de tu Hijo nuestro Señor Jesucristo, por todos los sacerdotes que te sirven fielmente y también por aquellos que por sus debilidades han caído y a quienes tú sigues amando. No permitas que el enemigo nos confunda; envía tu Santo Espíritu para que nos conserve en unidad y en un mismo espíritu. Para que nos amemos y seamos testigos de tu amor ante el mundo. Para que todos los que nos conozcan sientan tu presencia. Que cada sacerdote, sea cual sea su tarea, rinda culto a tu Nombre, siendo un signo de tu misericordia…
 
¡Convierte Señor el corazón de tus sacerdotes!, para que te amemos con todo nuestro ser y que todos seamos uno, como tú eres uno con Dios Padre en el Espíritu Santo. Bendigo a mis hermanos sacerdotes en el Nombre de Nuestro Señor Jesucristo y le ruego que nos cubra con su Sangre Bendita, que tenga piedad de nosotros, que nos muestre su Rostro y nos conceda su paz... Enséñanos a ver con tus ojos a tus hijos, como tú mismo los ves. Líbranos del abismo de la duda, haznos humildes Señor y no permitas que las luces del Mundo nos encandilen y nos confundan. No nos dejes caer en la tentación y líbranos de la acción del Maligno. Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos, Amén. Virgen Santísima, cúbrenos con tu manto y danos tu bendición.

 
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