El Espíritu Santo es quizá la más misteriosa de las personas de la Trinidad. Es Dios. Junto con el Padre y el Hijo, tiene la misma naturaleza divina, aunque es una persona distinta de ellos.
San Agustín compara su relación mutua con una relación dentro del amor, donde existe Aquel que ama (el Padre), Aquel que es amado (el Hijo) y el Amor entre ellos. Esto es el Espíritu Santo.
En cierta ocasión, el padre Joseph Tischner, en un comentario sobre las palabras de san Agustín, escribió que Dios es el acontecimiento absoluto del amor: existe como amor. Esto puede sonar hermoso, pero resulta bastante enigmático.
¿Cómo entender a la Trinidad y al Espíritu Santo?
Al intentar comprender un poco mejor el asunto, recurrimos a ciertas simplificaciones y representaciones, atribuyendo al Padre la obra de la creación y al Hijo la salvación del mundo.
Por supuesto, la Iglesia nos enseña que toda la Trinidad actúa siempre a través de cada una de las Personas Divinas, y lo subraya, entre otras razones, para que evitemos el error del triteísmo (separar demasiado a las personas de la Trinidad entre sí y tratarlas como Dioses separados).
Esto nos lleva de nuevo a la cuestión de por qué fue enviado el Espíritu Santo y cuál es su tarea particular entre nosotros. Muchos argumentarían que su misión es consolarnos tras la partida de Jesús. Después de todo, la palabra griega παράκλητος (parakletos), que San Juan utiliza para referirse al Espíritu Santo en su Evangelio, se traduce a menudo como "consolador".
Parakletos, ¿qué significa?
En efecto, San Juan Evangelista pone en boca de Jesús las siguientes palabras dirigidas a los discípulos: "Os conviene que yo me vaya. Porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Consolador. Y si me voy, os lo enviaré" (Jn 16,7).
El problema es que "consolador" no es en absoluto la traducción total de la palabra griega "parakletos". Pues significa en primer lugar: capaz de dar ánimo, valor, ayuda; capaz de consolar; abogado, portavoz.
Esto es muy importante. Porque estamos acostumbrados a pensar en la ascensión de Jesús en términos de pérdida: un vacío que el Espíritu Santo llenará con su acción consoladora. Nada más lejos de la realidad.
Con la Ascensión no se pierde nada; al contrario, Jesús sigue estando presente entre nosotros, precisamente a través de la poderosa acción de proximidad del Espíritu Santo.
En lugar de afligirnos, demos testimonio
Cuando Jesús caminaba por la tierra hace dos mil años, la gente podía experimentar la obra del Espíritu Santo a través de sus palabras y acciones. Hoy, a través del poder y el amor del Espíritu Santo, podemos experimentar la presencia continua de Jesús.
El Paráclito, por tanto, no necesita consolarnos, porque no perdemos nada. Al contrario, Él nos infunde valor, nos ayuda, nos da ánimo y aliento para que demos testimonio de Jesús con fervor. Es a través de este testimonio como la verdad de la cercanía amorosa de Jesús puede seguir siendo proclamada al mundo y confirmada con signos poderosos.
Precisamente nosotros formamos parte de esta misión. Por eso, en lugar de afligirnos y llorar, empecemos a dar testimonio. Al fin y al cabo, Jesús dijo: "Cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, recibiréis su poder, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines de la tierra" (Hch 1,8).