Hombre y mujer son iguales en dignidad y reciprocidad en la equivalencia y la diferencia, son complementarios y solo así pueden ser felices. Encontrándose en el amor superan la soledad que amenaza al ser humano. Del encuentro de ambos surge la generación y la familia.

Es cierto que la mujer en todas las culturas, también en la cristiana, y en todos los tiempos, ha sido despreciada en su dignidad, olvidada en sus prerrogativas y marginada, situación que ha empobrecido a la humanidad entera.

Es algo universalmente admitido, incluso por parte de quienes se ponen en actitud crítica ante el mensaje cristiano, que Cristo fue ante sus contemporáneos el promotor de la verdadera dignidad de la mujer y de la vocación correspondiente a esta dignidad.

La Iglesia católica ha pedido perdón por las injusticias a que ha sido sometida la mujer y ha expresado su agradecimiento por todas las manifestaciones del «genio» femenino aparecidas a lo largo de la historia, en medio de los pueblos y de las naciones. Reconoce también la capacidad única que tiene la mujer para acoger al otro, y es por eso que espera que la mujer desempeñe un papel crucial en la promoción de los derechos humanos, porque sin su voz se vería debilitado el tejido social.

Los católicos vemos en María la máxima expresión del genio femenino y encontramos en Ella una fuente de continua inspiración. María se autodefinió como «esclava del Señor» poniéndose al servicio de Dios, Nuestra Madre ha estado también al servicio de los hombres: un servicio de amor.

En el artículo publicado en la revista chilena Paula con el título, Mujeres oprimidas: la herencia de la religión, se desprecia y ofende, con liviandad e ignorancia nuestra Fe, que es la Fe de un número muy importante de los hijos de esta Patria. Como buenos hijos no aceptamos que personas sin respeto se burlen de nuestra Madre. No lo permitimos ni lo permitiremos.

Que el concepto del padre bueno se inventó hace treinta años en la cultura judeocristiana, revela un desconocimiento total de ésta. Hace más de dos mil años Jesucristo nos reveló que somos hijos de Dios, de un Padre que nos ama infinitamente y con ternura y por esta verdad dió su vida.

Por otra parte, profesamos que Dios bendice con sus dos manos el amor conyugal. No existe prohibición en el goce sexual tanto para la mujer como para el hombre, quienes pueden expresarse su amor en el acto de unión conyugal por excelencia, con un fin tanto procreativo como unitivo. Ya san Agustín, en el siglo IV, aprueba la pasión en la manifestación de los esposos que se aman.

Finalmente, presencié en las Cumbres de la mujer en las que participé el año 1995 y 2000, como las mujeres africanas que representaban al mundo sub desarrollado se paseaban con pancartas que decían, “no necesitamos derechos sexuales y reproductivos”, necesitamos acceso a educación y a salud de calidad.

Las mujeres, también las chilenas, no queremos el aborto, porque estamos hechas para amar a nuestros hijos desde que los concebimos hasta nuestra muerte.

 
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