La acción del demonio en nuestra sociedad se deja sentir de una manera sutil e inteligente de tal manera que quienes se encandilan con sus obras no se dan cuenta, porque él es muy astuto.
 
No se presenta como típicamente lo representan en el arte y la iconografía: un ser terrorífico y feo. Más bien es un ángel de luz que engaña y atrapa porque seduce, haciendo creer que lo malo es bueno y lo bueno es malo.
 
Vamos el Génesis: “Entonces la serpiente le dijo a la mujer: «Con seguridad no morirán. Incluso Dios sabe que cuando ustedes coman de ese árbol, comprenderán todo mejor, serán como Dios porque podrán diferenciar entre el bien y el mal».”

Es ahí cuando aparece este discurso tan bien elaborado del demonio ante sus víctimas a las que desea seducir y ellas colaboran dejándose encandilar. Esto lo veo en la cárcel donde trabajo hace tanto tiempo, cuando los internos me cuentan como comenzó a gestarse el delito en sus vidas que les ha significado perder la libertad. Dicen que en un primer momento todo era posible… estaban convencidos que con un gran golpe todo se resolvería en sus vidas. Pero luego de ser sorprendidos, puestos a la puerta del infierno, solo vivieron fuego y dolor. Muchos perdieron bienes, los familiares de algunos murieron mientras estaban presos –amén de no poder asistir al funeral-, no pocos fueron abandonados por sus parejas por el largo tiempo de condena y otros simplemente murieron esperando la libertad que nunca llegó. Seres trastocados en su esencia de bien por un maestro del engaño y la seducción… el Demonio. ¿En alguna medida víctimas o responsables absolutos de haber sido arrastrados por el gran Mentiroso? La respuesta se encuentra en su íntimo fuero donde Dios Padre habla a sus hijos. Ninguno está libre de pecado como para lanzar la piedra. Por su parte, la sociedad ya les juzgó. Para el hijo de Dios caído sólo cabe una respuesta de amor.
 
Pero continuemos con la lectura del Génesis con la que iniciamos: “…Cuando la mujer vio que el árbol era hermoso y los frutos que daba eran buenos para comer y que además ese árbol era atractivo por la sabiduría que podía dar…”, nos dice el texto bíblico enseñándonos que en lo vivido por Eva se encuentra, simbólicamente, la otra trampa con la que el Demonio tienta a todo Hijo de Dios…
 
El mal encuentra arraigo cuando alguien se centra en sí mismo, en sus propios deseos (o en un nivel más profundo, cuando se considera independiente o separado de Dios o peor aún postula el no-Dios).
 
Nos encontramos en una sociedad con liderazgos y estratagemas comunicacionales (cine, publicidad, contenidos de medios de comunicación, internet) que impulsan al hombre a creer que avanza al desarrollo cuando considera como bueno solo aquello que individualmente le gratifica. Esta fue también la trampa que esclavizó a Eva. Lo malo es presentado como algo bueno… el Demonio se disfraza de luz. Así hoy millones viven preocupados solo del hedonismo, sumidos en un egocentrismo enfermizo que impacta las relaciones sociales y familiares. Las personas son consideradas por su utilidad o beneficio material. Incluso en la política se establece una relación de utilidad mutua: Voto por ti si eres útil a mis expectativas. Ya no parece importante que el hombre luche por ideales sociales asentados en valores que signifiquen la donación de sí a otros por amor, la búsqueda del bien común. También muchos matrimonios fracasan por este enfermizo “yoismo”…  En consonancia, una de las razones de dispensa matrimonial que más se alude es justamente la inmadurez y egolatría que impide al hombre salir de su soledad para ir al encuentro del otro. ¿Se pretende un suicidio de la sociedad acaso, olvidando que es Dios quien “vio que no era bueno que el hombre estuviera solo” y para lograr un estado verdaderamente bueno, de auténtico desarrollo, Dios creó a la mujer para que fueran uno y fecundos en Él?... denunciando así la raíz de mal que se oculta en el individualismo.
 
Sólo el encuentro con Dios permite al hombre darse cuenta de su ceguera, de la existencia y del engaño del Demonio: “Como si se les abrieran los ojos, se dieron cuenta de que estaban desnudos Entonces al oírlo, el hombre y la mujer se escondieron del Señor Dios entre los árboles del jardín”.
 
El acto de esconderse es parte de la experiencia a la que nos impulsa el propio pecado. Cuando enfrentados a nuestra conciencia –si no hemos permitido que el demonio nos la esclavice-, nos damos cuenta que algo grave hicimos y tratamos a como dé lugar hacer desaparecer todo vestigio que nos recuerda nuestra culpa… Pero eso es imposible y en lo más profundo de nuestro ser cargamos con ella, pues no queremos que Dios la descubra: “Entonces se hicieron ropa cosiendo hojas de higuera”.
 
 Ocultamos nuestro pecado porque nos avergüenza, o bien en algunos su soberbia les aturde y rechazan a Dios o niegan su existencia. En definitiva sólo para poder justificar así su maldad, porque la presencia del Señor pone luz sobre el propio pecado. “En medio de un ventarrón retumbaba la voz del SEÑOR Dios que caminaba por el jardín. Entonces al oírlo, el hombre y la mujer se escondieron del Señor Dios entre los árboles del jardín”. (A no olvidar que la luz del Señor trae también el perdón y una invitación… no peques más. Desafío absolutamente posible de enfrentar, pues viviendo en Cristo el yugo es suave y la carga ligera).
 
Así muchas personas no acuden a confesarse porque consideran que no tienen pecado y suponen que no hacen mal a nadie. La realidad es que hoy el demonio actúa en la vida de todo ser humano intentando encandilarle con sus astucias. “El diablo anda como león rugiente – nos dice san Pedro- buscando a quien devorar, resistirles firmes en la fe”.
 
El Demonio logra que muchos seres humanos vivan entrampados en culpas enfermizas que les impiden reconocer la inmensa Misericordia de Dios. ¡Es nuestro Padre y nos ama!… Astuta trampa del Enemigo para hacernos creer que nuestro pecado es más grande que el Amor de Dios y que nuestra culpa no tiene perdón. Falacia del Enemigo. El Señor solo quiere que   volvamos a Él ¡Tiene una fiesta dispuesta a nuestro regreso, con calzado, vestido, anillo y alimento suficiente como para recobrar la vida que habíamos perdido por causa de nuestras culpas!
Al finalizar, oremos como el salmista y digamos: “Sólo en Dios descansa mi alma, porque de él viene mi salvación; sólo Él es mi roca y mi salvación, mi alcázar, no vacilaré. (Salmo 61) ¡Bendiciones!

 
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