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Un grupo de denominaciones protestantes está colaborando en la distribución de un folleto titulado “Cartilla Moral”, obra original de Alfonso Reyes (1889-1959), adaptada por José Luis Martínez, editada por vez primera en 1952, reimpresa por la Secretaría de Educación Pública en 1992 y en 2018. Ahora trae una presentación de nuestro actual Presidente, quien la recomienda como parte del proceso que desea seguir para llegar a la elaboración de una “Constitución Moral”, pues sostiene, con razón, que su Cuarta Transformación requiere una educación moral de la ciudadanía. Es decir, que no bastan leyes para reformar la educación pública, la economía, la seguridad nacional, la política, para combatir la corrupción, para dar prioridad a los pobres y que haya equidad, para lograr respeto a la pluralidad y a la diversidad, si no hay un cambio en las conciencias, si no hay valores culturales, morales y espirituales, si no hay una base moral que nos lleve a nuevas actitudes personales y comunitarias. En esto, estamos muy de acuerdo. Esto no es contrario al Estado laico, pues no se trata de impulsar una religión, sino de cimentar los cambios necesarios en principios de moral natural, de una ética humana, fruto de la experiencia secular de la humanidad, para convivir en paz y en justicia.

La Cartilla moral no es un documento propio de una religión, sino una serie de principios que, si se ponen en práctica, ayudan a vivir en paz social. Estos son los temas que aborda: La moral y el bien; el hombre se educa para el bien; cuerpo y alma; civilización y cultura; los respetos morales; respeto a nuestra persona; la familia; la sociedad; la ley y el derecho; la patria; la sociedad humana; la naturaleza y el valor moral. En ninguna parte hace campaña de una determinada religión; son sólo principios valederos para toda persona, creyente y no creyente. No teman, pues los laicistas a ultranza.

Entonces, si es un buen aporte a la sociedad, ¿por qué la mayoría de protestantes y el episcopado mexicano no lo han asumido y no lo difunden? Por dos razones: Porque la Sagrada Escritura, en particular el Nuevo Testamento, que nosotros predicamos, tienen eso y muchísimo más, pues la fe no se reduce a una moral, sino que es el encuentro experiencial con Jesucristo vivo, encarnación del amor misericordioso del Padre; tenemos los sacramentos, fuente de vida no sólo recta y honrada, sino santa, si es que se viven como debe ser. Y, además, porque no se puede utilizar la religión para apoyar un partido político, aunque sea el gobernante. Usar la religión para un proyecto político, aunque sea bueno, es poner a Dios al servicio del césar reinante, y eso de ninguna manera es moralmente aceptable. Con todo, no reprobamos la buena intención de nuestro presidente, de insistir en que el cambio del país depende, en el fondo, de la conversión de las mentes y de los comportamientos.

Pensar

El Papa Francisco, en su visita a México, dijo en Palacio Nacional, el 13 de febrero de 2016: Un futuro esperanzador se forja en un presente de hombres y mujeres justos, honestos, capaces de empeñarse en el bien común. La experiencia nos demuestra que cada vez que buscamos el camino del privilegio o beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos, tarde o temprano, la vida en sociedad se vuelve un terreno fértil para la corrupción, el narcotráfico, la exclusión de las culturas diferentes, la violencia e incluso el tráfico de personas, el secuestro y la muerte, causando sufrimiento y frenando el desarrollo.

A los dirigentes de la vida social, cultural y política, les corresponde de modo especial trabajar para ofrecer a todos los ciudadanos la oportunidad de ser dignos actores de su propio destino, en su familia y en todos los círculos en los que se desarrolla la sociabilidad humana, ayudándoles a un acceso efectivo a los bienes materiales y espirituales indispensables: vivienda adecuada, trabajo digno, alimento, justicia real, seguridad efectiva, un ambiente sano y de paz.

Esto no es sólo un asunto de leyes que requieran de actualizaciones y mejoras —siempre necesarias—, sino de una urgente formación de la responsabilidad personal de cada uno, con pleno respeto del otro como corresponsable en la causa común de promover el desarrollo nacional.

Le aseguro, señor Presidente, que, en este esfuerzo, el Gobierno mexicano puede contar con la colaboración de la Iglesia católica, que ha acompañado la vida de esta Nación y que renueva su compromiso y voluntad de servicio a la gran causa del hombre: la edificación de la civilización del amor”.

Actuar

Colaboremos en la renovación moral de nuestra sociedad, cada quien desde su creencia o su increencia, porque en ello nos juzgamos la paz que tanto anhelamos, pero no usemos la religión al servicio de una política partidista.

 
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