A veces somos más útiles y portadores de vida cuando nos sentimos más indefensos. A todos nos ha pasado. Estamos en un funeral y no hay nada que decir para aliviar el dolor de alguien que ha perdido a un ser querido. Nos sentimos incómodos e impotentes. Nos gustaría decir o hacer algo, pero no hay nada que decir o hacer, aparte de estar allí, abrazar a la persona que sufre y compartir nuestra impotencia. Pasividad extraña, pero es nuestra propia impotencia la que resulta más útil y generativa en esa situación. Nuestra pasividad es más fructífera y generativa que si estuviéramos haciendo algo.

 

Vemos un ejemplo de esto en Jesús. Dio su vida y su muerte por nosotros, pero en momentos distintos. Dio su vida por nosotros a través de su actividad y su muerte por nosotros a través de su pasividad, es decir, a través de lo que absorbió en su indefensión.

 

De hecho, podemos dividir con claridad y en dos partes cada uno de los Evangelios. Hasta su detención en el huerto de Getsemaní, Jesús es el activo: enseña, cura, hace milagros, alimenta a la gente. Luego, tras ser arrestado, no hace nada: es esposado, conducido, juzgado, azotado y crucificado. Sin embargo, y este es el misterio, creemos que nos dio más durante ese tiempo cuando no podía hacer nada que durante todos esos tiempos en los que estuvo activo. Nos salvamos más por su pasividad e indefensión que por sus poderosas acciones durante su ministerio. ¿Cómo funciona esto? ¿Cómo pueden la indefensión y la pasividad ser tan generadoras?

 

En parte es un misterio, aunque en parte lo comprendemos a través de la experiencia. Por ejemplo, una madre amorosa que muere en un hospicio, en coma, incapaz de hablar, puede a veces, en ese estado, cambiar el corazón de sus hijos con más fuerza de la que pudo hacerlo durante todos los años en que hizo tanto por ellos. ¿Cuál es la lógica aquí? ¿Mediante cual metafísica funciona esto?

 

Permítanme comenzar de forma abstracta y delimitar esta cuestión antes de aventurarme a dar una respuesta. Los pensadores ateos de la Ilustración (Nietzsche, Feuerbach, Marx y otros) ofrecen una crítica muy poderosa de la religión y de la experiencia religiosa. En su opinión, toda experiencia religiosa es simplemente una proyección subjetiva, nada más.  Para ellos, en nuestra fe y nuestras prácticas religiosas, siempre estamos creando un Dios a nuestra imagen y semejanza, al servicio de nuestros propios intereses.  (Para Nietzsche, por ejemplo, no hay ninguna revelación divina que venga de fuera de nosotros, ningún Dios en el cielo que nos revele la verdad divina. Todo somos nosotros, proyectando nuestras necesidades y creando un dios que sirva a esas necesidades. Toda religión es una proyección humana egoísta.

 

¿Es esto cierto? Uno de los profesores más influyentes con los que he estudiado, el jesuita Michael Buckley, dice lo siguiente frente a esas críticas: Estos pensadores tienen un 90% de razón. Pero se equivocan en un 10% - y ese 10% marca la diferencia.

 

Buckley hizo este comentario mientras enseñaba lo que Juan de la Cruz llama una noche oscura del alma. ¿Qué es una noche oscura del alma? Es una experiencia en la que ya no podemos percibir a Dios imaginativamente o sentirlo afectivamente, cuando el sentido mismo de la existencia de Dios se extingue dentro de nosotros y nos quedamos en una oscuridad agnóstica, impotentes (en la cabeza, el corazón y las entrañas) para evocar cualquier percepción de Dios.

 

Sin embargo, y este es el punto, precisamente porque somos impotentes e incapaces de invocar conceptos imaginativos o sentimientos afectivos sobre Dios, Dios puede ahora fluir en nosotros puramente, sin que podamos colorear o contaminar esa experiencia. Cuando todos nuestros esfuerzos son inútiles, la gracia puede por fin tomar el relevo y fluir en nosotros con pureza. De hecho, así es como toda auténtica revelación entra en nuestro mundo. Cuando la impotencia humana nos vuelve incapaces de poner a Dios al servicio de nuestros propios intereses, Dios puede entonces fluir en nuestras vidas sin contaminación.

 

Esto también se aplica al amor humano. Gran parte de nuestro amor por los demás, sea cual sea nuestra sinceridad, está teñido de interés propio y, en algún momento, es egoísta. De alguna manera, inevitablemente formamos a los que amamos a nuestra imagen y semejanza. Sin embargo, como en el caso de la crítica de Buckley a los pensadores ateos de la Ilustración, no siempre es así. Hay ciertas situaciones en las que no podemos de ninguna manera manchar el amor y convertirlo en egoísta. ¿Cuáles son esas situaciones? Precisamente aquellas en las que nos encontramos completamente indefensos, mudos, tartamudos, incapaces de decir o hacer algo que sea útil. En estas particulares "noches oscuras del alma", cuando somos completamente impotentes para dar forma a la experiencia, el amor y la gracia pueden fluir pura y poderosamente.

 

En su obra clásica The Divine Milieu, Pierre Teilhard de Chardin nos desafía a ayudar a los demás tanto con nuestra actividad como con nuestra pasividad.  Tiene razón. Podemos ser generadores a través de lo que hacemos activamente por los demás, y podemos ser particularmente generadores cuando permanecemos pasivamente con ellos en la indefensión.

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