Durante estos días he estado meditando sobre la vida de los primeros cristianos en época de persecución por parte del Imperio Romano, valorando que fueron capaces de enfrentarse al poder dominante y cruel de la tiranía reinante en ese tiempo. Un Imperio poderoso, cruel y violento donde algunos seres humanos eran vistos como cosa que se posee; la esclavitud era la norma aceptada y cuando un cristiano caía en desgracia o era denunciado por creer en Cristo lo vendían como esclavo. Eso era lo menos brutal que le podía pasar, porque podía además ser torturado o exhibido en la arena del circo romano como espectáculo ante la multitud que asistía a estos ‘reality’ crueles e inhumanos, donde eran sacrificados ante esa multitud hambrienta de sangre y de morbo. Las fieras hambrientas sólo hacían el resto.
 
Sin embargo, en lugar de acabar con el fervor de los cristianos estos crecían en número por el testimonio de fe y amor que estos hermanos nuestros manifestaban ante el poder imperial al que desafiaban con su actitud. Hoy asistimos a un nuevo imperio, el de las ideologías materialistas donde el ser humano es visto sólo como una pieza del engranaje productivo, donde la violencia muchas veces es la manera de relacionarse y así imponer mis ideas al otro invocando una mal llamada tolerancia. Tal como los cristianos de aquellos tiempos, me siento muchas veces: sin miedo, porque mi confianza esta puesta en el Señor. No podemos bajar la guardia en ningún momento, Dios está con nosotros y nunca abandona a su pueblo, porque le ama.
 
Hoy en nuestro país surge una llamada desde lo más profundo de Dios:
 
“No temas… el Señor está contigo (Lc.1, 30). Hoy el Señor nos está llamando a dar testimonio de su amor por nosotros, a ser luz en las tinieblas iluminados por el Sol que nace de lo alto para iluminar a los que aun viven en la oscuridad… (Lc. 1, 68- 79).
 
Los cristianos tenemos esperanza para vencer el miedo y frente a los obstáculos siempre vemos una oportunidad para desarrollarnos y vivir nuestra fe de una manera más intensa. Recuerdo que un obispo nos contaba mientras éramos seminaristas que en Rusia en los tiempos más complejos para los cristianos, cuando estaba prohibido publicar biblias, las abuelas se dedicaban a copiarlas a mano para dejárselas a sus descendientes. Y en las épocas de mayor asedio a la Iglesia en nuestro siglo, los cristianos han dado testimonio de fidelidad y fuerza, porque el Espíritu Santo está con la Iglesia.
 
Hace pocos días atrás en un folleto de la AIS (Ayuda a la Iglesia que Sufre) contaban que en un país del oriente las mujeres rezaban el Rosario contando granos para no ser sorprendidas, acusadas y encarceladas por ser cristianas; Asia Bibí que aún permanece presa en Paquistán, en lugar de abandonar su fe, ella anima a su familia a centrarse en Cristo y en él mantenerse firmes, aunque eso signifique más violencia para ella que sigue detenida por haber dado agua a un sediento… Hoy la Iglesia está como la mujer vestida de sol del Apocalipsis: amenazada por la bestia que pretende arrebatar a su hijo que está por nacer. Muchos hijos de la Iglesia son devorados por el poder del enemigo (Apoc.12, 1- 6) (100.000 mueren por persecución en el mundo anualmente); ellos con su testimonio nos animan a mantenernos fieles y firmes en el día de la prueba.
 
Chile acaba de tener elecciones y hoy se escuchan abundantes proclamas sobre el futuro, pero Jesús nos vuelve a recordar lo mismo: “A cada día le basta su propio afán”(Mt 6, 33- 34) y Pedro nos recuerda: “Resistir firmes en la fe…”(1Pedro 5,9). Cristianos católicos comprometidos con sus comunidades, hombres, mujeres y niños santos deben ser la respuesta a este nuevo tiempo al que nos enfrentamos. Más que palabras vanas, hoy el mundo necesita testigos de su fe, cristianos de verdad, presentes en el mundo sin ser del mundo como dice San Juan (Jn 17, 11-16). Seres humanos que marquen la diferencia porque son capaces de vivir en alegría aun en medio de las adversidades. Recuerdo al Padre Alberto Hurtado: “Contento Señor contento…” “…el fruto del Espíritu es caridad, alegría y paz, paciencia, comprensión de los demás, bondad y fidelidad, mansedumbre y dominio de sí mismo”(Gal.5, 22-23), nos dice San Pablo.
 
Leía hace pocos días atrás que “un abrazo entre dos personas por más de veinte segundos produce un efecto terapéutico sobre el cuerpo y la mente, es un tranquilizante gratuito y calma los temores y la ansiedad”… y creo que esta conclusión no está lejos de ser realidad, es cosa de ver a los bebés como se calman con el abrazo de su madre o como podemos contener a un ser humano en crisis. Por esta razón es tan importante el amor que nos podamos tener entre nosotros, más allá de nuestras diferencias que son legítimas y buenas, amarnos es la clave para cambiar el entorno... No son los experimentos sociales la solución, sino el amor que hace salir del corazón de cada ser humano lo mejor de sí y que luego se traduce en bienestar y seguridad para el otro. Por lo tanto el temor no nos debe paralizar ni menos el rumor, sino más bien vivamos la fe en Nuestro Señor Jesucristo que todo lo puede. Como decía el Papa Juan Pablo II en su visita a Chile… “¡ No tengan miedo de mirarlo a Él!” Nuestra mirada en Él, que todo lo puede, es la que nos debe mover ante los cambios que se avecinan. “Sólo Él tiene Palabras de Vida Eterna”(Jn 6,68).
 
Los mensajes apocalípticos que circulan por la red o los comentarios de algunos líderes, las promesas fatuas, las amenazas contra la fe, son sin duda una intervención del Enemigo a través del odio; que se alejan de la verdadera realidad donde miles de cristianos -sacerdotes, religiosos, matrimonios y laicos- trabajan sin cesar por hacer el bien y transformar así el mundo en que viven. Esas amenazas en lugar de amedrentarnos nos animan aún con más fuerza a seguir viviendo como cristianos, orando por todos, amando al Señor en los hermanos, especialmente en quienes injustamente nos persiguen…(Mt. 5,43-48; Lc. 6, 27 – 36). “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen” (Lc. 23, 34).
 
Al finalizar les invito a recordar las palabras de la primera carta a Timoteo: “Recomiendo, ante todo, que se hagan peticiones, oraciones y acciones de gracias por todos los hombres, por los jefes de estado y todos los gobernantes, para que podamos llevar una vida tranquila y de paz, con toda piedad y dignidad” (1Tim. 1- 2). Oremos entonces. Muchas bendiciones para todos.

 
 
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