Hemos sido testigos de los graves acontecimientos que afectan a nuestra iglesia chilena, en particular a sus pastores. El Papa citó a todos los obispos de nuestro país para un encuentro en Roma, concebido por el Vicario de Cristo “como un momento fraternal, sin prejuicios ni ideas preconcebidas, con el solo objetivo de hacer resplandecer la verdad en nuestras vidas”. Al mismo tiempo el Papa advierte que “sería oportuno poner a la Iglesia de Chile en estado de oración”.
El Beato Papa Pablo VI reconocía que “a través de alguna fisura ha entrado, el humo de Satanás en el templo de Dios”. Fisura que sin duda alguna refiere a nuestro pecado, como al pecado de tantos pastores que se han dejado seducir por el enemigo y entraron en dialogo con él… Y continúa el beato Pablo VI denunciando: “Hay dudas, incertidumbre, problemática, inquietud, insatisfacción, confrontación. Ya no se confía en la Iglesia, se confía más en el primer profeta profano – que nos viene a hablar desde algún periódico o desde algún movimiento social – para seguirle y preguntarle si tienen la fórmula de la verdadera vida; y, por el contrario, no nos damos cuenta de que nosotros ya somos dueños y maestros de ella. Ha entrado la duda en nuestras conciencias y ha entrado a través de ventanas que debían estar abiertas a la luz”.
Lleva razón el beato Papa. La puerta es abierta por nosotros mismos, pero Dios en su infinita misericordia nos invita a volver a Él como al hijo pródigo de la parábola, que cuando se da cuenta de su pecado siente dolor y vergüenza… Así regresa al padre y cuando surge la certeza en su corazón que nunca ha dejado de ser amado. La víctima en este caso, el padre, está con los brazos abiertos esperando desde su infinita misericordia que su hijo vuelva al seno de la familia, desde donde nunca debió haber salido.
La experiencia de pecado nos humilla y llena de sufrimiento porque las consecuencias de nuestros actos siempre tendrán efectos en nuestros hermanos, en la comunidad y en la Iglesia.
“Vergüenza” es la experiencia que reconocen estar viviendo algunos de nuestros pastores. Quizás como en la experiencia de Adán y Eva cuando Dios los confronta en el Jardín del Edén y sienten su desnudez y fragilidad que luego se traduce en sufrimiento dolor y muerte.
Pero la Resurrección de Cristo nos devuelve la esperanza porque al morir el pecado en nosotros, resucitamos a una nueva Vida y seremos como Él, renovados en la verdad, la paz volverá a nosotros; la vergüenza será purificada dejando el espacio al gozo y caridad que sanaran nuestras heridas, restaurando en la verdad y la justicia toda confianza.
Por cierto para esto los pastores deben bajar de su pedestal, mirar a los ojos a sus hermanos, involucrarse con ellos, sentir sus dolores y compartir sus alegrías; encarnarse en el mundo de los pobres y de los que sufren nos hace más humanos y vitaliza la sacralidad de nuestro ministerio. Se ha pecado de soberbia. Se creía saberlo todo, tener respuesta a todo. Nos sentamos en el estrado del juez para juzgar sin misericordia viendo el pecado en el ojo ajeno; conducta que nos cegó, para poder ver la tremenda viga que teníamos en el nuestro.
Nos olvidamos de las bellas palabras de la primera carta de San Juan: “donde hay amor, ahí está Dios”. No hemos amado como Dios nos ha pedido, nos hemos olvidado de la misericordia y con eso hemos abierto el santuario de nuestro corazón al Enemigo que nos encandila y nos impide ver nuestro pecado, sobre todo el de soberbia.
Hemos estado encerrados, conversando de Jesús, compartiendo su palabra, pero con temor al mundo, queriendo agradar al mundo; y Jesús vuelve a aparecer en nuestro centro en el rostro de las víctimas que nos muestran sus heridas. Verlas nos llena de temor, pero a pesar de ello el Señor nos invita a aceptar su paz desde el reconocimiento de nuestros errores y así llenarnos de su gozo.
Esperamos obispos que miren con misericordia y paz, que caminen con el pueblo de Dios, compartan sus dolores y alegrías, se encarnen en el tiempo que vivimos y allí den testimonio del Evangelio.
“¿Qué haría Cristo en mi lugar?” es el desafío que nos propone el Vicario de Cristo. Confiado al Espíritu Santo nuestro Papa conoce que sólo amando como Cristo podremos alcanzar la paz y colaborar a la redención.